La lluvia no es muy densa, pero cae sin tregua; la humedad se le mete en los huesos a través de los rotos del pantalón. Menos mal que hoy se ha puesto la sudadera con capucha.
-¿A que hora sales hoy?
-Boh... Llevo dos días sin aparecer por aquí, Roto. Tengo que organizar todo, revisar archivos y préstamos...
-Pasar por la cafetería a ver si está Raquel...
Le dedica una mirada helada.
-Me gustaría verte enamorado, Artu.
El rubio sonríe a medias, como si disfrutara de una broma interna. La chaqueta de piel le aisla bastante del frío, pero lleva la melena empapada, y los vaqueros manchados de grasa empiezan a mojarse por los bajos. Él se encoge de hombros.
-A lo mejor un día os doy un susto y os digo que me caso.
Ciro masculla en italiano, peleándose consigo mismo para no gritar a la gente que, paraguas en mano, le obliga a ir por la parte descubierta de la acera.
-Qué te vas a casar tú.
-Quién sabe, Ciro... Tampoco es que os cuente mucho de mi vida. A lo mejor tengo novia y no os lo he dicho. Todo es posible.
-Ffanculo. ¿Te lo he dicho alguna vez?
-Yo también te quiero, moreno.
Se ríen, esquivando a un grupo de estudiantes que corren para llegar al autobús. No aceleran el paso aunque la lluvia parece apretar.
Arturo saca una cajetilla de cigarros largos, suaves. Ciro le coge uno y prueba a encenderlo. Le cuesta, pero disfruta al conseguirlo, al expulsar el humo y ver cómo las gotas de agua dibujan formas extrañas. Como una acuarela en el aire, en blanco y gris. Arturo enciende otro.
-¿Y con quién te casarías?
-A ti te lo voy a decir.
-¿A quién si no?
-Oye... ¿Esa no es Raquel?
Se paran los dos al abrigo de un portal, observando una melena pelirroja recogida en una coleta alta, un paraguas a topos verdes y morados esperando a cruzar el paso de cebra cercano.
Ciro apura el cigarro, nervioso.
-Esto está muy lejos de la cafetería, tú. ¿Qué hace aquí?
-¿Y por qué me lo preguntas a mí? Si yo estoy de paso, camino al taller.
Tira el cigarro al suelo y lo pisa. Rodea los hombros del biblioteario con el brazo y le sonríe.
-¿Por qué simplemente no la saludas?
Se incorpora, mientras Ciro pone los ojos en blanco. Qué idea de bombero, piensa.
-¡Raquel!
Se sobresalta, mira furioso a su amigo, que corre calle abajo. En cierto punto, Arturo se para y le dedica una mueca.
-¡Nos vemos en el bar, macarroni!
Se queda quieto, debatiéndose entre matar al rubio o sonreír y pasar de todo. No se ha decidido cuando, esquivando personas, una chaqueta azul y un paraguas verde y morado de topos se plantan frente a él, acompañados de una sonrisa muy grande y una coleta pelirroja.
-¡Hola! ¿Cómo tan lejos de tu biblioteca, Ciro?
La sangre galopa desenfrenada por su cuerpo, la adrenalina invade todo su sistema y tiene que tragar saliva. Dai, dai. Daaaai.
-Me he dado la mañana libre, supongo. ¿Y tú?
Raquel sonríe, encogiéndose de hombros.
-Vuelvo a casa... Hoy he terminado mi turno. Te he echado de menos estos dos días en la cafetería.
Se queda parado. Es cierto. El miércoles lo pasó de resaca enfermo en casa con Arturo. Y hoy se han levantado tarde también. Dio cane.
-Yo...
-No lo vuelvas a hacer, ¿vale? ¡Se me hace muy extraño no charlar contigo por la mañana!
Agradece que la chaqueta le venga grande y oculte la zona clave. Porque toda la sangre se le ha ido a la misma parte desde el instante en que ha oído que le echaba de menos, y no es capaz de pensar con serenidad. Maldita su idea de ponerse vaqueros. Se revuelve, incómodo, deseando que el portal estuviese menos iluminado, o que el cristal de la puerta no fuese de espejo. Así no se vería a sí mismo tan estúpido, allí plantado; mientras Raquel sonríe con toda la calma del mundo, resplandeciente.
-No, claro que no.
-¡Genial! Bueno, yo me voy que me están esperando en casa... Me alegro de verte, Ciro. nos vemos mañana.
Se inclina, le da un beso en la mejilla y sigue andando, tranquila.
Ciro se sienta en el escalón más alto del portal, espalda recta, manos aferrando el suelo. Tiene la mirada fija y el corazón desatado.
Un cigarro. Necesita un cigarro.
No, necesita un café.
Lo que necesita es un guantazo para reaccionar. Se da un golpe suave en la frente con una mano.
-Mamma mia...
Se queda sentado un rato más, observando la lluvia, la gente, el tráfico. Le arde la mejilla y las ingles.
Al cabo de un rato se pone en pie con desgana, camino de la biblioteca.
Tiene una sonrisa idiota en la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Abajo la mala ortografía!