30 oct 2013

9- Entre planes y resaca

La casa es un desastre.
Le duele la cabeza, siente la garganta que le quema, y el mundo parece girar a velocidades demasiado rápidas para su estómago. Respira con los ojos cerrados, quieto, sujetándose con fuerza al asiento.
-Dio cane...
Se pone en pie, sorteando zapatillas tiradas de cualquier manera, el mando de la tele, una chaqueta. ¿Eso es un plato de hace cuántos días? Lo ignora, decidido a llegar al baño. No enciende la luz, no abre el grifo. Se sienta en el suelo, abraza la taza y vomita.
Vomita porque le arde la tripa; porque el olor le da arcadas; porque la cabeza le da vueltas y los colores brillan demasiado; porque le duelen las costillas y le quema la garganta.
Vomita, porque piensa que necesita comer algo, y eso hace que la bilis salga hasta por la nariz. Vomita, y juraría que vomita hasta la primera papilla.
Y luego, nada. Arcadas, toses. Siente la necesidad de vomitar, una necesidad compulsiva. Lo necesita, ¡lo necesita!, pero su estómago está vacío y los ojos le lloran demasiado. Se abraza con más fuerza a la taza, ardiendo, disfrutando del frío de la porcelana, tiritando.
Una lengua áspera le lame el pie descalzo; intenta reírse por las cosquillas y se atraganta. Más arcadas. Se enciende la luz, las baldosas naranjas de la pared parecen estallar como fuegos artificiales en sus ojos.
-¿Estás bien, tío?
Agua fría en el cuello. Da un manotazo, ojos apretados, dientes apretados, intentando ignorar la sensación de enfermedad. Se pone en pie, con cuidado, tira de la cadena y se enjuaga la boca. Su mirada se pierde viendo cómo resbalan las gotas de agua por la cerámica de la pila hasta el desagüe, sin ser consciente de Roald sentado a sus pies, esperando su comida. Arturo le pone una mano en la espalda. Está caliente, parece quemar.
-Cristo biondo, Artu, sto benissimo! Smettila di fare finta di essere mia mamma!
El rubio le ignora. Le coge de los hombros, le arrastra hacia el dormitorio.
-¿Cuánto hace que no duermes aquí, Ciro?
-Ma smettila, ti ho detto!
La habitación está perfectamente recogida, como si hubiera sido limpiada y ordenada esa misma mañana. Las sábanas de rayas negras y grises están estiradas perfectamente sobre el colchón, la manta roja doblada sin una arruga en mitad de la cama. Sobre las mesitas de noche, madera gris ceniza, sólo las lámparas de metal sin ninguna marca de huellas. En una hay un vaso vacío con la botella de agua cerrada al lado, y un libro en cuya portada de colores rojizos aparece algo parecido a un unicornio y su caballero, ambos con armadura de guerra.
-Siéntate. Vamos, Ciro, sentado. ¿Dónde tienes el pijama?
No espera respuesta, busca bajo la almohada. Saca una camiseta vieja de Judas Priest y unos pantalones negros de deporte, y se los da al italiano.
-¿Por qué no duermes en tu cama mientras yo preparo el desayuno y me encargo de todo, tío?
Ciro se ha caído sobre la cama, dormido, y no le escucha.


Gris marengo.
Rojo borgoña.
¿Un cuadro blanco con letras negras? Eso decididamente no está en su comedor... ¿Qué hace en su cuarto?
Se incorpora con lentitud, no muy seguro de lo que hace. A su lado, arrugado, está su "pijama". Ni siquiera ha dormido dentro de las sábanas... ¿Cómo ha llegado allí? Se acerca a la ventana.
El estor japonés hace demasiado ruido al moverse, piensa, pero al menos no siente arcadas por estar de pie, ni le revienta la cabeza el menor sonido. Intenta levantar con decisión la persiana.
Blanco cegador.
Gime, se da la vuelta, y se va hasta la puerta.
-Madonna... Dime che c'è un po' di buio ancora...
Negro refrescante.
El pasillo está a oscuras y sus ojos poco a poco se abren sin daño. Ahí está la foto que se hicieron los chicos y él hace un par de años, de fiesta; y allí la que tiene con su hermana de pequeños. Y en la pared de enfrente, está colgado el atrapasueños que le regaló cuando se vino a vivir a España. No se centra, nota que va divagando.
Le gruñe el estómago.
-Ahia!
-¿Ciro?
Arturo se asoma al pasillo, sin encender las luces. Ciro lo agradece mentalmente.
-Hey.
-¿Te encuentras mejor?
-¿No he estado mejor en mi vida?
El rubio sonríe ante la duda con que el otro bromea. Lleva el pelo húmedo y suelto, la camiseta sobre un hombro y va descalzo, recién salido de la ducha. Gotitas de agua caen del pelo por el pecho. Hace un gesto con la mano, señalando a su espalda.
-En la mesa de la cocina tienes el desayuno preparado. Intenta beber el café con azúcar, ¿quieres? Y tómate el maldito chocolate entero. Necesitas azúcar funcionando dentro de esa cabeza resacosa.
-Que te den.
-Vamos, princeso. Que quiero tumbarme en el sofá y dormir algo.
Sonríe como puede, y se dirige a la cocina.
¡Esa no es su cocina!
¿Desde cuándo el fregadero no está lleno con montones de platos sucios? ¿La encimera tenía ese color rojo desde siempre? ¿Desde cuándo el especiero que guarda junto a la vitro está tan limpio y ordenado? Y la mesa... ¿Cuánto hacía que no la veía puesta con tal esmero? Tapete rojo sobre el cristal, el cuenco de chocolate, tostadas, el café que el Roto sabe que si no bebe no es persona. Ni siquiera le molesta que haya quitado el hule rayado con permanentes, no después de ver el desayuno. Si hasta ha puesto dos tipos de mantequilla y unos cuantos más de mermelada.
Ese chaval se merece un monumento. Apuesta a que incluso ha ido a hacer la compra para poder preparar el desayuno.
Lo devora con ansia, como si no hubiese mañana, incluido el chocolate caliente y el azúcar en el café, aunque en eso tiene bastantes reparos. Hasta friega todo, incómodo por verlo sucio. Se asoma al comedor, y entre las paredes de papel pintado simulando madera oscura en contraste con la naranja en la que se apoyan los muebles metalizados y la tele, no ve a su amigo.
Lo que sí puede ver es que se ha metido la paliza del siglo. La casa está perfectamente recogida.
Adiós, botellines vacíos, platos a medio comer, cenizas desperdigadas. Adiós, revistas tiradas de cualquier manera, libros en montones precarios, vasos pegajosos de cubatas en el sitio menos esperado. Hola, suelos limpios, muebles relucientes, orden en la habitación, olor a ambientador de azahar por debajo del olor a incienso.
Roald le muerde el pie descalzo.
-Ahia!
Lo coge en brazos, y se encamina al sofá, tapado por una cortina negra de hilos. Arturo duerme allí, con los vaqueros manchados de la noche anterior, y el pelo desparramado por los cojines grises y naranjas. La cicatriz del rostro es lo que menos se ve, piensa Ciro mientras contempla la espalda del rubio. Lo que duele más es lo que las camisetas tapan. Los recuerdos viejos, los miedos, las ganas de llorar, de desaparecer, y los castigos. Cicatrices nudosas que recorren la espalda, pálidas, curadas desde hace mucho. Él las recuerda vendadas. Él las ha visto abiertas, sangrando, mientras su amigo se volvía furia, mientras decidía no desaparecer, mientras decidía cambiar su mundo y su suerte de mierda.
Ha le palle, recuerda que dijo en el hospital, a los policías. È il mio amico e ha le palle. "Es mi amigo y tiene cojones". Arturo dormía, igual que ahora, con el pelo suelto. En aquel entonces era más largo, él estaba más delgado y la espalda estaba vendada.
-Sei bravo, vecchio.
Roald le sujeta con los dientes la mano, reclamando caricias, y Ciro satisface el ego gatuno, pensativo. Quiere agradecerle lo que ha hecho.
Y quiere alegrarle un poco la vida.
Arturo frunce el ceño, dormido por completo, como si tuviese un mal sueño. Le recorre un escalofrío, y Ciro aparta la vista de la espalda marcada, todavía con las ganas de ayudar a su amigo en la garganta, mezcladas con la angustia del pasado.
Suelta al gato, que maulla levemente enfadado, y tapa a su amigo con una manta de pelo beige que tiene bajo la chaise long. Entonces ve la nota sobre la mesita.

Eh, cacho perro.
Me debes 40 pavos de la compra. Joder, compra de vez en cuando, que no se puede vivir sólo de birra, parece mentira.
He llamado a la biblio, Rubén te cubre. Y si vuelves a dejar la casa así, te daré de hostias hasta cansarme.
¡Despiértame, y estás muerto!

Sonríe, y se sienta en el suelo, recostado contra el sofá. Saca el móvil, son las cinco y media de la tarde.
Acaricia la cabezota de Roald y se lo pone en el regazo, disfrutando de su ronroneo. Luego, saca el móvil, que aún llevaba en el bolsillo. ¡Si todavía tiene batería! Teclea rápidamente, esperando el tono.
Le responde la voz de una chica joven.
-¿Qué pasa, Ciro?
-Ciao, Marta. Oye, tu hermano está dormido en mi sofá...
-Sí, nos ha llamado antes, que se quedaba hoy también en tu casa.
-Perfetto! No, quería preguntarte otra cosa... ¿Me puedes decir qué libro de Asimov le falta? Quiero darle una sorpresa y no se me ocurre nada mejor.
-En cuanto llegue a casa te escribo un whatsapp, ¿vale?
-Muchas gracias, Marta.
-¡De nada, Ciro! ¡Adiós!
Revisa los mensajes, todavía rumiando cómo alegrar un poco a su amigo. Sonríe al ver el de Gabi, y empieza a pensar planes y más planes para el sábado.
-Mreow.
-Hey, Roald. -Deja el móvil en el suelo y le da un beso en la nariz a Roald.- ¿No crees que Artu se ha ganado el cielo, Narciso?
El gato le ignora soberanamente, lamiéndose las patas con celo.
Ciro apoya la cabeza en una esquina de la manta, que no llega a tapar los pies de Arturo. Su último pensamiento antes de volver a dormirse, es que debe tener el pelo hecho un desastre y que su amigo se merece, ya no el libro que le falta, no. Merece toda una librería en condiciones, un poco menos de amargura y algo más de suerte.
Y a él se le ocurren varias formas de, al menos, mejorar las dos primeras.

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