23 dic 2013

13- Cena sorpresa 2

-Admítelo.
-Mai.
El rubio pone los ojos en blanco. Se lleva a la boca un cigarro al que sólo le quedan dos caladas. Se remueve un poco para notar el calor de la chaqueta, intentando que la capucha no le caiga sobre los ojos y no sentirse incómodo. El maldito tío de la puerta, con su sonrisa de superioridad, esperando que "los señores quieran entrar y pedir mesa".
-No me jodas, Ciro.
Ciro termina de liar su propio cigarro. Ha comprado de una clase nueva, más oscuro que el que acostumbra, y el olor a vainilla es más fuerte, también. Ha dejado de llover unos minutos atrás, pero aun así, ellos están refugiados en el portal frente a la bocatería.
-Admítelo para que podamos entrar y sentarnos. Por si no lo has notado ¡hace frío! Se me están congelando hasta las...
-Que no. Legolas me gusta en la película, pero no en el libro.
-No tienes ni idea, de verdad.
-Quejica. Mira, ahí está ella.
Arturo masculla todavía, notando los dedos de los pies helados. Se frota el mentón; intentando recordar la última vez que se afeitó. Ciro sonríe, encendiendo el pitillo. Los rizos más rebeldes le cuelgan sobre la frente, un tanto empapados por la llovizna que han soportado durante todo el camino.
La muchacha llega hasta ellos, bien abrigada con su plumas negro y la capucha de pelo echada. Tiene un paraguas plegable en la mano, transparente. La melena oscura cae por encima de la bufanda gris, y las puntas se le rizan por la humedad. Sigue teniendo los ojos grandes, asustados.
-...Hola.
-¡Gabi! Dai, dai, vamos dentro. ¿Cómo estás? -Ciro le dedica una sonrisa de oreja a oreja. Se adelanta, la engancha del brazo, coge a Arturo y los arrastra sin dejar de hablar.- Te he traído un libro, como pediste. Creo que te gustará, trata también de un chico con problemas para relacionarse... Vaya frío hace, ¿verdad? ¡El tiempo está loco!
El rubio suelta una risilla, sin poderlo evitar. Ciro siempre se pone charlatán cuando está nervioso. Pero es gracioso, verse arrastrado por la calle por alguien a quien saca veinte centímetros. Gabi mira al suelo, roja. Sólo cuando entran a la bocatería y el recepcionista les asigna sitio, Ciro detiene la verborrea incesante.
Arturo aprovecha para soltarse, desabrochar la chaqueta y quitarsela. Dentro hace calor, y el pelo suelto le pica en el cuello, aplastado por la capucha.
Se han sentado en una esquina, lejos de la puerta, donde ven bastante bien el local. Parece una mezcla entre el Bocatta y Vip's. No parece estar mal.
-¿Algo nuevo en tu vida, Gabi?
Ciro lo ha dicho como si nada, pero los dos notan como la muchacha coge aliento y traga saliva.
-Pues...
-Se ha quitado el piercing.
Una mirada interrogante del bibliotecario. Arturo se encoge de hombros.
-¿Qué? Es cierto. Ya no lleva el pendiente de la nariz.
-Me he quitado el septum. He decidido... -Ciro le sonríe, para que siga hablando. Arturo no cree que sea posible que se ponga aún más roja.- He decidido hacer algunos cambios en mi apariencia.
-¡Eso es genial! Cuenta, cuenta.
Arturo suspira, pensando en la moto que tiene en el taller, esperándole, mientras Ciro sigue sacando casi con sacacorchos frases cortas a la tímida joven.


Cuarenta minutos después, salen del local. Vuelve a lloviznar, lo justo para que las capuchas vuelvan a tapar las orejas y Gabi abra el paraguas.
-Tu amigo me da un poco de reparo.
Hasta ella misma se asombra de lo natural que le ha salido la frase. Ciro la mira, seguro de que Arturo, que va tres o cuatro pasos por delante de ellos, lo ha oído. Pero Gabi parece haberse soltado un poco, o quizá sea que también empieza a cambiar un poco su carácter, y no le deja ni abrir la boca.
-Es tan serio... No parece mal tipo, pero me da algo de cosa que siempre me mire como estudiándome.
Ciro le pasa un brazo por los hombros.
-Tienes razón, no es mal tipo. De hecho, es el mejor tío que conozco. Pero su vida ha sido bastante mierda hasta hace nada, así que es normal que sea desconfiado, certo?
-Yo... Supongo.
-Dejad de hablar de mí y apretar el paso, leches, que parece que va a liarse una buena.
Un trueno resuena a lo lejos.
Se juntan los tres, apretados, corriendo más que caminando, camino de un punto de encuentro común. La puerta de la biblioteca está cerrada, todavía no abren por las noches. Ciro se recuerda mentalmente que el lunes no tiene excusa, ahora que llegan los semestrales.
Gabi se para en seco.
-Gracias por el libro, Ciro. Y por la cena.
Sonríe, orgulloso.
-No ha sido nada, de verdad. Acuérdate de ir mañana al bar, eh.
Ella asiente, roja otra vez.
-Hasta mañana, Ciro.
-Ciao!
Arturo enciende un cigarro.
-Y gracias también a ti, Arturo. Por ayudar.
-Pse. Te veo mañana.
La ven alejarse en silencio, fumando como si el tiempo no pasara. Cuando su silueta se ha perdido, Ciro se encara contra su amigo.
-Ya te vale, Roto.¿ Podrías ser más inexpresivo?
El rubio sonríe.
-Pse.
-Ti ammazzo.
-Prueba. Te estoy ayudando, pero me cuesta, Ciro. Lo sabes de sobra.
-Confía en mí, si?  Non ti farà male, per una volta.
-Déjate de italiano conmigo, chaval. Me has preparado una encerrona porque no querías ir sólo. Ahora no me vengas con el cuento de que soy un dolor en el culo. -Tira el cigarro a la acera mojada, y lo pisa. Le guiña un ojo a Ciro antes de despedirse con un puñetazo en el hombro y echar a andar.- Y ya verás como no entenderá por qué quieres que lea a Holden Caulfield.
-¡Verás como sí!
Desde unos metros más allá le llega una carcajada burlona. Se ríe él también.
-Domani sarà anche meglio.


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