-¿No crees que el aire te hace bien? Venga a encerrarte a lo depresivo. Idiota.
-Arturo...
-Que te calles, coño.
Pasean, alejándose de la biblioteca y de la cafetería. Aunque sea domingo, aunque esté cerrada. Han atravesado el parque, y siguen alejándose. Llevan casi media hora de caminata y no han abierto la boca. Sólo Arturo ha hablado un poco, cuando su jefe le ha llamado al móvil para decirle el buen trabajo que ha hecho con la Pan Head.
Un coche frena en seco, el chirrido despierta a un bebé en su carro, la madre se para y lo coge en brazos. Ciro refunfuña. Arturo pone los ojos en blanco.
-¿Te lías un cigarro?
El rubio se ha parado, con las manos en los bolsillos, rebuscando el tabaco y el papel, y a Ciro no le queda otra que medio sonreír.
-Terco.
-Mira quién habla. ¿Te lo haces o no?
Asiente, saca su lata de tabaco. Arturo deja de buscar la suya, y se sientan en un banco cercano.
Están en una plaza pequeña, y están bastante seguros de no haberla visto antes. No les pilla cerca esa parte de la ciudad, se han alejado bastante en realidad. Dos, cuatro bancos, una fuente de agua, ocho árboles. Ni unos tristes columpios. Los setos que la bordean están bastante mustios, una de las dos papeleras está en el suelo, arrancada de cuajo.
-Mechero.
Sin prisas, Arturo saca el suyo, y se encienden los pitillos. Fuman, en silencio durante las primeras caladas.
-¿Entonces?
-Cosa?
-¿Vas a hablar de lo de Raquel?
Ciro suspira.
-Sabes, creo que sí debería llamar a Gabi. No creo que fuera la noche que esperaba cuando le dije de salir con nosotros.
-Ciro.
Otra calada nerviosa. Y otra más.
-Además, Santi iba pavoneándose como el rey de la discoteca. Menos mal que no se le atravesó a ninguno y no hubo pelea, eso ya habría sido demasiado. Troppo per una notte, dai.
Arturo resopla. Pero Ciro sigue con la verborrea.
-Sí, voy a llamarla. Lo que no sé es qué diablos hacíais Jam y tú por ahí perdidos, podíais haber controlado un poco a Santi y así yo habría podido... Bueno...
-Diablos, ya era hora. ¿Podrías qué? ¡Venga!
El bibliotecario saca el móvil y busca en la agenda.
-¿Sabes? Voy a llamar a Gabi. Se lo merece.
Más ojos en blanco por parte del rubio, que suspira. En el fondo, Ciro se siente mal, pero tampoco quiere hablar del tema. De lo mucho que le dolió ver cómo la camarera, su camarera, se iba con un rubio cualquiera de discoteca.
-Hey, Gabi.
-¿Ciro?
-Sep. Escucha, quería pedirte perdón por lo de anoche.
-¿Por anoche? ¿Por qué?
-Por no haber sido lo que tenía que ser, yo... Anoche no era mi mejor momento.
-Tampoco creo que fuera el mío... Pero tampoco pasó nada. Fue interesante verte con tus amigos de fiest... ¿Ciro? ¿Hola?
Pero Ciro se ha quedado congelado a media frase, viendo aparecer por la otra esquina de la plazoleta a un chico rubio de hombros anchos riéndose junto a dos amigos. ¿Han mirado en su dirección y luego se han hechado a reír? Le da un codazo a Arturo, que se medio incorpora cagándose en todo.
-No. No, Ciro, no. Joder.
-¿Hola? Ciro, ¿estás bien?
Gabi sigue al teléfono, ignorada. El móvil está encerrado en el puño de Ciro, que evita el agarre de su amigo y se acerca a los otros tres, rápido, casi corriendo.
-¡Eh! ¡Eh, rubio! ¿No sabes quién soy, verdad? -El chaval le mira, con cara de ver a un chiflado. Ciro sonríe al llegar a su lado.- Bueno, pues yo sí sé quién eres, bastardo di merda.
El puñetazo le destroza los nudillos, pero él está en la gloria. Lo van a reventar entre los tres, lo tiene claro, pero le da igual. Sigue repartiendo puñetazos y patadas como si le fuera la vida en ello; y recibe tantas como da.
Arturo hace un placaje contra uno de los otros, y se pone a su lado para pelear. Los otros tres intentan evitar sus golpes; tiene mucha fuerza, y Ciro agradece el descanso en la paliza. Pero aun así, las hostias caen para todos.
De pronto, el rubio de la discoteca escupe y echa a correr. Ciro se queda con el puño cargado. Y Arturo le engancha del cuello de la camiseta tras dar un último puñetazo y también arranca a correr, arrastrándolo. Se oyen sirenas de la policía a lo lejos, subiendo hacia la plaza. Se alejan lo más rápido que pueden, escondiéndose en un portal ancho, a tres o cuatro calles de distancia, y se echan al suelo para recuperar el aliento.
-Yo... te mato... cabrón.
-Gra... grazie.
Jadean, tumbados en el suelo. Les duele el cuerpo por todas partes.
-En serio que te mato.
-¿¡Chicos!?
Ambos miran hacia la mano de Ciro: el móvil, que quién sabe cómo ha sobrevivido, sigue allí, encendido; y Gabi grita por él, preocupada. Arturo le roba el teléfono al italiano y contesta.
-Hey, muchacha, soy Arturo. ¿No te habremos asustado, verdad?
-¿¡Os habéis peleado!?
-No, que va. Ciro se ha peleado. Yo me he pegado. Pero hemos hecho que Richelieu y los suyos se rindan al Rey de Francia, y...
-Y perdón por Arturo haciendo el idiota. -Ciro recupera su teléfono.- Y por todo, en realidad.
-¿Dónde estáis?
-Ah... Pues no sé exactamente... Espera, que miro la calle. Aguamarga, tirados en un portal enorme. Cosa vuoi?
-Esperad ahí.
Cuelga, y no le ha dado tiempo a guardar el móvil y explicarle al rubio ese final de conversación cuando Gabi, vestida con vaqueros desteñidos y una camiseta roja con el símbolo de DeadPool comiéndose un taco, aparece.
-¿Pero se puede saber qué habéis hecho? Anda, venid, antes de que alguien os vea.
No les deja hablar ni media palabra, se da la vuelta y gira la esquina. Lleva unas llaves en la mano, y los chicos le siguen a lo largo de la calle hasta donde se detiene. Abre el portal.
-Subid a casa, tenemos que curar los cortes... Y creo que tengo pomada para los golpes. También hay hielo, pero no sé si el suficiente para los dos.
Sube por las escaleras, acelerada; Ciro y Arturo se cruzan una mirada boquiabiertos. Esa no es la Gabi tímida que conocen y a la que se están acostumbrando. De hecho, les recuerda a la madre que dedica una colleja a su hijo que se acaba de caer y le dice "te lo tengo dicho, por tonto, por no hacerme caso" mientras le cura.
-Va, pasad. ¡Cris! ¡Cris, saca el alcohol y el betadine!
La tal Cris se asoma desde la cocina. Melena larga, vestido morado, gafas moradas. Tiene cara de sorpresa.
-¿A quién hay que curar? ¡Ay, mi madre! ¿Y estos?
Gabi deja las llaves en la mesa del comedor, y les señala que se sienten en las sillas de alrededor. Cris la sigue cuando va a por el botiquin.
-Dos con los que salí el sábado.
-¿El grupo del bibliotecario? ¿El que dijo que te iba a ayudar?
-El idiota moreno. El otro es su mejor amigo. ¿Tenemos bolsas y hielo?
-Claro.
Solos en el comedor, "el idiota moreno y su mejor amigo" se hacen gestos y susurran para que no les oigan. No les da tiempo a fijarse en cómo es la estancia; concentrados en hablar entre ellos de lo que está pasando, escuchando a las dos chicas que están en la cocina y a una tercera a la que no han visto y que, por lo visto, está hablando con alguien por teléfono a gritos.
Gabi entra en el comedor, con gasas y alcohol del 96 en la mano, y Cris lleva un par de bolsas llenas de hielo. Le tiende una a cada uno, que no saben si suspirar o medio llorar al notar el dolor y el alivio que les proporciona. Luego empiezan a quejarse, a sisear y a maldecir cuando, sin contemplaciones, les desinfectan entre las dos los cortes y raspazos en nudillos, en las rodillas, en la cara.
-Suerte que no se os ha roto la ropa, viendo cómo habéis quedado.
-Eran golpes, no agarrones.
-Silencio. Anda que ya os vale, poneros a pelear en mitad de la calle, como si nada. ¿En qué pensabais, se puede saber?
Cristina se pone a su lado, seria.
-Yo lo sé. "Eh, mira ese grupo, me han mirado mal, vamos a pegarnos".
-"Uuuh, vale, no soy capaz de pensar nada mejor para pasar el rato".
Ciro se sonroja. No saben lo cerca que está la acusación de la verdad. Arturo tuerce el gesto.
-Preguntadle a él. Yo sólo he evitado que fuera un tres contra uno.
-Tú a callar, lo que tenías que haber hecho era evitar que se peleara.
-Pero...
Gabi le mira con una mueca de enfado, y decide callarse. Suspira, intenta parecer insensible y luego hace una mueca y sisea cuando el alcohol le toca las heridas de los nudillos.
-¡Ay!
-Idiotas. Esto no sería necesario si no hubieseis peleado.
Se quedan todos en silencio, y se escucha perfectamente a la chica desconocida gritar. "No, no puedes hacer lo que te de la gana, Alex, y pretender que te proteja y no te caiga la bronca. No, díselo. Alex, que se lo digas, te estoy diciendo. O lo haces tú o... Que me escuches y lo hagas".
Gabi y Cristina se miran.
-¿Su hermano?
-Se ve que anoche la lió parda y no quiere contarle nada a los padres.
-Genial.
Se escucha una puerta cerrarse, y una voz que se acerca desde el pasillo.
-¡Chicaaaaas, mi hermano es idiota, pero le quiero, así que distraedme o vuelvo a casa a matarlo! ¿Chicas?... Ops.
La muchacha aparece en la puerta del comedor, con el pelo rizado recogido de cualquier forma en una coleta, unos pantalones cortos y una camiseta gris con una bandera pirata estampada.
Gabi hace una mueca parecida a un amago de sonrisa, sentada frente a Arturo y Ciro, que sujetan las bolsas de hielo contra la mejilla izquierda y la frente, respectivamente. Cris le sonríe, mientras les termina de poner esparadrapo para sujetar las gasas tras el betadine.
-Te presento a dos de los que os he hablado, Ciro y Arturo. Mi amiga Laura.
-Hola.
-¿Qué les ha pasado?
-¿Además de ser idiotas y pegarse en plena plaza? Buena pregunta. Que nos cuenten, ¿no?
Y las tres se les quedan mirando.
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