-¿Resaca, Ciro?
La voz de Rubén se le mete en la cabeza. Gruñe en contestación, sentado de cualquier manera, los pies sobre el escritorio y los brazos tapándole los ojos.
Todo da vueltas alrededor.
Muere por un café. O dos. O una cerveza para hacerle pasar la sensación.
-Deberías salir a que te diera el aire. Acercarte a la cafetería y tomar un café bien cargado y un paracetamol.
-Smettila, stai zitto, porcoddio...
Rubén se ríe entre dientes. Es un universitario brillante, que trabaja en la biblioteca martes, jueves, viernes y sábados; para pagarse el piso en el centro de la ciudad. Combina el sueldo con las becas que recibe, y el dinero que le envían sus padres. Ciro siempre ha admirado lo bien que se lleva el joven con sus padres, tan diferente de su propia relación con la familia.
-No das la mejor imagen de bibliotecario, Spaghetti.
-E che me ne frega?
-Que eres el responsable y la mitad de la gente viene porque eres simpático.
Ciro suspira, se sienta bien. El ruido de la ropa al moverse, el crujido de la silla, incluso el de su respiración, le explotan sobre los ojos. Gime.
-¿Por qué no adelantas la pausa de las once y vas a tomar un café, Ciro? Lo estás pidiendo a gritos.
Mira con ojos entornados a su compañero.
El pelo corto y negro bien peinado, la camiseta con dibujos de series anime, la barba de dos días perfectamente recortada y la sonrisa blanca pintada. Luego mira su reflejo en la pantalla apagada del ordenador. Los lados rapados de la cabeza tienen un pase. La parte central y el flequillo... Ah, cazzo. Ni se ha peinado, cada pelo para un lado, con rizos extraños, ondas, pelos de punta. Y la barba de tres, cuatro días. Barba de alcoholico, que la llama Jam. Las ojeras, los ojos rojos. La camiseta de Metallica que se puso hace dos días, el chaleco de ayer, los pantalones rotos del lunes. Las botas sin atar.
¿Se tiene que presentar con esas pintas ante Raquel, la camarera más simpática del mundo? Vabbé, no, grazie.
-Aún no es la hora, Rubén. Rimango qua.
-No. Tú serás el jefe, pero vas a levantar el culo, vas a salir, a fumarte un cigarro y tomar una jarra de café. Y luego, cuando seas persona y dejes de ser un dolor en el culo por la resaca, podrás volver.
Se pone en pie por inercia, como cuando era pequeño y se levantaba por las mañanas para ir al colegio siguiendo las órdenes de la mamma... Sí, bueno. Resulta que lo del café no es tan mala idea.
-¿Seguro que te encargas de todo?
Rubén sonríe.
-¿Te quieres ir ya?
Se conocen desde hace dos años. Es una de las pocas personas cuerdas que conoce. Quizá por eso le obedece y se aleja en busca de una sonrisa de "su" camarera y café en cantidades industriales.
-Buenos días, ¿qué...? ¡Hey! Hoy llegas pronto.
Esboza una sonrisa como puede, feliz de poder verla. Con su coleta pelirroja y su sonrisa blanca. Seguro que es la sonrisa más bonita al mondo.
-¿Me preparas caffé del fuerte, por favor?
-Alguien tiene resaca... ¿Cierto?
-La peor de toda mi vida.
Se sonríen. A esa hora la cafetería todavía está casi vacía, y Ciro se lamenta tener la cabeza como la tiene, que casi no puede disfrutar del momento. Sin embargo, se regala la vista con las pecas pequeñitas que tiene Raquel, la camarera más simpática del mundo, encima de la nariz; y del color rojo suave de su coleta.
-Supongo que no querrás azúcar...
-Supones bien -Otra sonrisa a medias, lo mejor que puede con el dolor de cabeza.- Sería matar al café.
Ella se ríe, y a él le duele el pecho. Dio, fammi trovare le forze.
-¡Qué costumbres más raras tenéis los italianos!
-Sólo yo, en realidad. ¿O te parezco el italiano típico?
-Bueno... Eres el único que conozco. Y no se ni tu nombre, ¿sabes? Todos los días te saludo a las once, te sirvo un capuchino y un cruasán y hablo dos segundos contigo. Pero en realidad no te conozco.
-Ciro. Mi chiamo Ciro.
-¿Chiro?
-No, no... Tienes que hacer el sonido de la "ch" más suave. Ciro.
Se ríen, le sirve el café. El olor hace que se sienta un poco mejor. Se lleva la mano al bolsillo.
-¿Cuánto te debo?
-Raquel.
-Cosa?
La pelirroja le dedica una sonrisa deslumbrante.
-"¿Cuánto te debo, Raquel?" -Le guiña un ojo y se gira a ver la puerta, donde hay un par de muchachos que miran la tabla de cafés y el menú del día.- A este te invito yo, fiestero.
-Gracias, Raquel.
Mi ha detto il suo nome! Scherza con me! Dio, grazie! Ya no tiene que fingir que no lo sabe. Sólo ocultar cómo lo descubrió y por qué. Te odio, Santi. Grazie mille.
-Anda, tira a sentarte. Mañana te espero otra vez con tu capuchino de costumbre, eh. Nada de emborracharse sin mí.
Ciro sabe que en su cara se dibuja la sonrisa más grande del mundo.
Sale fuera, a sentarse en la terraza. Son las once menos diez, y, no sabe por qué se lo imagina, la muchacha llegará puntual como un reloj suizo.
-Ah, Dio cane...
El primer trago de café le devuelve al mundo, el segundo la devuelve la vida.
Y a tercero, Raquel le deja una segunda taza sobre la mesa.
-Hoy es tu día de suerte... Te invito a un segundo si me recomiendas un libro que regalar a mi madre.
-"Dios es una dama con moño", de Isabel Clambor.
-No te he dicho de qué tipo le gusta leer...
Suspira, sobreponiéndose al dolor de cabeza. Es su conversación más larga con ella y quiere aprovecharla a pesar de la resaca. Dio, fammi trovare le forze!
-Bueno, supongo que será una madre típica de clase media. Es decir, que peleará por tener la casa limpia y hacer la comida y tenerlo todo en orden, quizá trabaje a media jornada. Eso quiere decir estrés y pocos momentos para relajarse y reír. El libro se lee rápido, es divertido y a los personajes se les coge cariño. Perfecto para una madre, ¿no?
Raquel para de jugar con su pelo, absorta en la explicación. Se ha quedado de piedra frente a él.
-Wow. Has acertado en todo. En absolutamente to-do. -Otra sonrisa enorme, la mejor sonrisa del mundo.- Te has ganado el café, Ciro. ¡Muchas gracias!
¿Ha pasado de verdad? ¿Le ha dado un beso en la mejilla? W-o-w. Adrenalina. Adrenalina. Recuerda respirar. Le galopa la sangre. Maldita resaca.
-Hola.
Se gira. Sentada frente a él está la muchacha que no sabe sonreír. Hoy lleva una camiseta de colores y unos leggins negros. Mustangs grises. Coleta alta. Y el septum, pequeñito, casi invisible. Y esa tristeza tan fuerte pintada en los ojos marrones.
Dai. Dai, dimentica l'hangover. Devi essere il migliore amico possibile. ¡Dai!
-Hola.
Se muere por dentro. ¡Hoy que había avanzado tanto con Raquel! Pero le viene una energía nueva, la misma que siempre que consigue ayudar a la gente. La sensación que le hace sentirse bien consigo mismo.
-¿Lista para empezar a escribir tu libro?
Le sonríe.
Y, Dio, ella asiente con la cabeza de la manera más dulce posible. Tiene los mismos ojos que Roald, ojos de cachorrito.
-En ese caso... -Se termina el café de golpe.- ¿Por dónde quieres empezar?
Dio, fammi trovare le forze!!
Ciro es un bibliotecario un tanto peculiar. Tiene piercings, fuma mucho, y bebe todavía más. Le gusta la música rock, dormir poco y salir todas las noches; la ropa rota y los vaqueros. Pero, por encima de todo, le gusta ayudar a la gente. Ayudarla DE VERDAD. Por eso, cuando una muchacha le pide un libro para aprender a sonreír, él se convertirá en el mejor amigo del mundo... ¡Si su vida de locos no lo mata antes!
25 jul 2013
19 jul 2013
4- Demasiada birra
Son las cinco de la mañana.
Suspira.
Da la enésima vuelta en la cama. Se sienta, apoyando los pies en el parquet; se vuelve a tumbar. Da una patada a las sábanas, se ahoga al respirar el pelo del lomo de Roald, que duerme al lado de su cabeza.
-Porco Dio!
Se vuelve a sentar. Le martillean las sienes; tiene pinchazos detrás de los ojos.
Quizá ha bebido demasiado, después de todo.
Controla la hora que es, la poca luz de la pantalla del móvil le hace maldecir durante veinte segundos más.
Las cinco y diez.
Menos de tres horas para abrir la biblioteca.
Seis horas para hablar con ella.
Se pone en pie, va a la cocina.
No es la más grande del mundo, pero a él le gusta. Una cocina pequeña, lo justo para su pequeño piso individual. Con sus múltiples armarios para las especias y las sartenes; la nevera y el frigorífico camuflados entre los muebles; la vitrocerámica siempre reluciente.
La montaña de platos que ayer olvidó fregar.
La comida de gato en el piso, el mantel a rayas en que sus amigos escriben cada vez que vienen a visitarle. Le encanta ver graffitis y firmas en el hule.
Suspira otra vez. ¿Dónde ha dejado las pastillas? Se muere por un ibuprofeno. Literalmente. Ah, el armario bajo la tele.
Abre la nevera, busca la botella de agua que alguna vez tuvo.
Holland; Beck's; Hofmark; Paulaner; Hoegaarden; Judas; Carlsberg; Alhambra; Ámbar Export; Budweiser; Heineken; Kilkenny; Red Ale; Moretti; Peroni; Ichnusa; Duff; Lech. Pero nada de agua.
-Dio ca...
Coge un vaso, lo llena de agua del grifo. No más cerveza por hoy.
Traga con rapidez el ibuprofeno, y se va hacia el sofá. No sabe si conseguirá dormir esa noche.
Se tira en el sofá, los pies sobre la pequeña mesa cubierta de revistas, libros, dibujos, discos; ceniceros con un par de colillas.
Mueve los dedos de los pies, divertido. ¿Dónde ha dejado la pitillera? ¿Y el grinder?
Ah, entre los cojines.
Desmenuza con cuidado la maria, preparando papel y cartón para el filtro. El mechero. El mechero. ¿Dónde ha metido el mechero? Dentro de la pitillera hay uno. Menos mal.
La gloria.
La primera bocanada de hierba le hace cerrar los ojos, respirar con fuerza. Se relaja. Casi ni se da cuenta que en el reloj de la cocina son ya las seis.
O que Roald ha entrado en la sala y se ha acomodado en su regazo. No nota el pelaje contra su estómago, pero el ronroneo grave y acompasado le hace compañía al dar la última calada. El último tiro.
Son las seis y media.
Fuera ya hay sol.
Ciro está dormido.
Sueña que está en su biblioteca, y que Rake, la camarera más simpática del mundo, viene a pedirle ayuda con un libro. Y luego van a la cafetería, a desayunar juntos, y aparece la chica que no sabe sonreír, y Santi hace de las suyas mientras Jam se ríe y el Roto toca una guitarra cantando sobre robots que se enamoran y deben destruirse por las leyes de la robótica. Y luego, sueña que lleva a Rake a su casa, y que Roald le hace carantoñas y ella le acaricia y luego le acaricia a él. Pero tiene un septum y el pelo oscuro, y está en la libreria, escondida tras una montaña de libros que la separan del mundo; y sólo él tiene la llave para sacarla de allí.
Se despierta sobresaltado.
Las ocho menos cuarto.
Porco Dio, no le da tiempo. Y aún tiene que ducharse, y lavar los platos, y planchar una camisa, y darle de comer al gato.
Y prepararse mentalmente para el primer día de ser el mejor amigo del mundo.
Y afrontar la resaca.
Cazzo, puede que abra tarde y todo. Hoy tiene hasta ganas de desayunar en casa.
¿Cómo puede ser eso?
¿Quizá está nervioso porque empieza su proyecto?
¿Nervioso, él? ¿Por ayudar a alguien?
Qué tontería.
Acaricia la cabeza suave de Roald, pensativo.
Porque es una tontería.
¿No?
Suspira.
Da la enésima vuelta en la cama. Se sienta, apoyando los pies en el parquet; se vuelve a tumbar. Da una patada a las sábanas, se ahoga al respirar el pelo del lomo de Roald, que duerme al lado de su cabeza.
-Porco Dio!
Se vuelve a sentar. Le martillean las sienes; tiene pinchazos detrás de los ojos.
Quizá ha bebido demasiado, después de todo.
Controla la hora que es, la poca luz de la pantalla del móvil le hace maldecir durante veinte segundos más.
Las cinco y diez.
Menos de tres horas para abrir la biblioteca.
Seis horas para hablar con ella.
Se pone en pie, va a la cocina.
No es la más grande del mundo, pero a él le gusta. Una cocina pequeña, lo justo para su pequeño piso individual. Con sus múltiples armarios para las especias y las sartenes; la nevera y el frigorífico camuflados entre los muebles; la vitrocerámica siempre reluciente.
La montaña de platos que ayer olvidó fregar.
La comida de gato en el piso, el mantel a rayas en que sus amigos escriben cada vez que vienen a visitarle. Le encanta ver graffitis y firmas en el hule.
Suspira otra vez. ¿Dónde ha dejado las pastillas? Se muere por un ibuprofeno. Literalmente. Ah, el armario bajo la tele.
Abre la nevera, busca la botella de agua que alguna vez tuvo.
Holland; Beck's; Hofmark; Paulaner; Hoegaarden; Judas; Carlsberg; Alhambra; Ámbar Export; Budweiser; Heineken; Kilkenny; Red Ale; Moretti; Peroni; Ichnusa; Duff; Lech. Pero nada de agua.
-Dio ca...
Coge un vaso, lo llena de agua del grifo. No más cerveza por hoy.
Traga con rapidez el ibuprofeno, y se va hacia el sofá. No sabe si conseguirá dormir esa noche.
Se tira en el sofá, los pies sobre la pequeña mesa cubierta de revistas, libros, dibujos, discos; ceniceros con un par de colillas.
Mueve los dedos de los pies, divertido. ¿Dónde ha dejado la pitillera? ¿Y el grinder?
Ah, entre los cojines.
Desmenuza con cuidado la maria, preparando papel y cartón para el filtro. El mechero. El mechero. ¿Dónde ha metido el mechero? Dentro de la pitillera hay uno. Menos mal.
La gloria.
La primera bocanada de hierba le hace cerrar los ojos, respirar con fuerza. Se relaja. Casi ni se da cuenta que en el reloj de la cocina son ya las seis.
O que Roald ha entrado en la sala y se ha acomodado en su regazo. No nota el pelaje contra su estómago, pero el ronroneo grave y acompasado le hace compañía al dar la última calada. El último tiro.
Son las seis y media.
Fuera ya hay sol.
Ciro está dormido.
Sueña que está en su biblioteca, y que Rake, la camarera más simpática del mundo, viene a pedirle ayuda con un libro. Y luego van a la cafetería, a desayunar juntos, y aparece la chica que no sabe sonreír, y Santi hace de las suyas mientras Jam se ríe y el Roto toca una guitarra cantando sobre robots que se enamoran y deben destruirse por las leyes de la robótica. Y luego, sueña que lleva a Rake a su casa, y que Roald le hace carantoñas y ella le acaricia y luego le acaricia a él. Pero tiene un septum y el pelo oscuro, y está en la libreria, escondida tras una montaña de libros que la separan del mundo; y sólo él tiene la llave para sacarla de allí.
Se despierta sobresaltado.
Las ocho menos cuarto.
Porco Dio, no le da tiempo. Y aún tiene que ducharse, y lavar los platos, y planchar una camisa, y darle de comer al gato.
Y prepararse mentalmente para el primer día de ser el mejor amigo del mundo.
Y afrontar la resaca.
Cazzo, puede que abra tarde y todo. Hoy tiene hasta ganas de desayunar en casa.
¿Cómo puede ser eso?
¿Quizá está nervioso porque empieza su proyecto?
¿Nervioso, él? ¿Por ayudar a alguien?
Qué tontería.
Acaricia la cabeza suave de Roald, pensativo.
Porque es una tontería.
¿No?
15 jul 2013
3- Cerveza rubia y fría
"Nice work you did
You’re gonna go far, kid!"
Suena The Offspring por los altavoces, la cerveza fría ayuda a pasar el calor. Y a que las risas sean más claras y un poco más fuertes.
Vuelve a mirar las cartas que tiene en la mano, alejado de todo. Sin escuchar las voces de sus amigos.
-¡SPAGHETTI!
-Cazzo!
Salta en la silla, luego ríe con los demás. La risa fuerte y contagiosa de Jaime, uno de sus grandes amigos, le hace volver a la tierra.
-Dios, Ciro, ¡estás ido!
Su compañero de juego se lamenta. Ya pierden tres a cero.
-Eh, que no es mi culpa. Eres tú quien reparte como el culo, Santi.
Vuelven a reír. Pero Jaime se le queda mirando. Se revuelve en la silla, incómodo. Empieza a liar un cigarrillo para calmarse. Los ojos castaños de su amigo no le dan un segundo de respiro.
-¿Qué?
-Eso digo yo, Ciro. Que qué te cuentas para estar en las nubes, zorrón.
Pone los ojos en blanco.
-Absolutamente nada.
-Déjalo, Jam. ¿No ves que va fumadísimo?
La voz de Santi le llega lejana. No es cierto que vaya tan pasado. Sólo se ha hecho dos en todo el día. Ni siquiera se los ha fumado seguidos. Y uno no era verde.
La voz profunda de Arturo le rescata.
-Calla, Santi. Que el que va hasta el culo eres tú, coño. Que ya llevas dos litros encima.
Le dedica una sonrisa a Arturo. El Roto, que le llaman ellos. Roto por toda la mierda que ha tenido que tragar en sus veintitres años de vida; roto como los huesos de su madre tras las palizas de su padre; roto como su infancia; roto como su rostro marcado por una cicatriz desde la sien derecha hasta el ojo que casi lo dejó ciego; roto como la voz cansada y vieja a pesar de sus pocos años.
-No voy fumado, Roto.
-Lo sé. Pero -le alarga un mechero y le coge un puñado de tabaco- tienen razón, tío. A ti te pasa algo.
-¿Es la camarera? ¿La buenorra de la cafe del parque? ¿Te la has tirado?
Dedica una mirada sombría a Santi.
-Eres un puto salido, Santi. ¿Lo sabías?
-Ya. ¿Pero te la has tirado?
Se para el juego, las cartas quedan en la mesa. Un largo trago a la cerveza, un gesto para pedir otra. Jaime le imita.
-No, no es la camarera, cerdo.
-¿Entonces?
-Tíos, ¿en serio...?
Jam le interrumpe, serio.
-Sí, has tenido tiempo para evitar el tema. Te jodes, Spaghetti.
Suspira.
-Esta mañana ha venido una chica a hablar conmigo.
-Y te la has tirado.
-¿Quieres dejar el maldito tema? Sigue, Ciro.
-Grazie. ¿Adivináis que libro buscaba?
-¡Historia de O!
El Roto le da una colleja a Santi, mientras se lo piensa. Jaime está en silencio, pero le dedica una sonrisa a la camarera que trae las nuevas cervezas. Es una antigua compañera de trabajo. Mejor dicho, él es el antiguo compañero allí, el ex-empleado que lleva a sus amigos al bar de toda la vida.
-¿Asimov?
Niega con la cabeza. Roto es un forofo de Tolkien, pero le da a la ciencia-ficción. En parte es culpa suya, harto de oír hablar sólo de elfos guerreros, hobbits a dieta, enanos sin montaña y monstruos con joyas. Pero no se quejará, su amigo ha encontrado un gran refugio en los robots. Diavolo, si hasta se ha metido a estudiar mecánica.
-Nah. No lo adivinaréis.
-Psicoanálisis. O Shakespeare.
-Eres un tramposo, Jam. Sólo tienes una oportunidad. Y has fallado, idiota. -Aspira el humo del cigarro y lamenta seriamente no tener un poco de hierba. Ahora mismo se apalancaría un porro bien cargado.- Cito textualmente, "un libro para aprender a sonreír".
-¿A sonreír? Si está deprimida, ¿por qué no va a un médico?
-¿Para engancharse a pastillas y estar muerta en vida? ¿Eres gilipollas?
-Artu... -Le aprieta el hombro, miándolo fijamente.- Santi no quería decir eso, Artu. Es sólo que no pensaba lo que decía. ¿Vero, Santi?
El rubio traga saliva, asintiendo con la cabeza.
-Claro, tío. Joder, Roto, sabes que no quería joderte.
-Ya, ya lo sé. Es que me toca los cojones el tema.
Se miran. El Roto y él saben muy bien de qué están hablando. Ambos han vivido el valium en casa y no les gusta nada. Nada en absoluto. Por suerte, está Jam con ellos, que parece ser el único con un poco de cabeza.
-¿Le encontraste el libro, Ciro?
-Cazzo, no. Le di algo mejor... Le di su propio libro.
-¡Y aquí llegó el buen samaritano!
El Roto ríe, Santi se atraganta con la cerveza al intentar contenerse; Jam le palmea la espalda mientras llora de la risa. El viejo chiste, la vieja broma. El bibliotecario que ayuda a la gente.
-¡Su... propio... libro!
-En blanco. Esperando a ser escrito. Le dije que así conseguiría sacarse a sí misma una sonrisa y que tendría que volver a la biblio a enseñármela.
-Joder, Spaghetti, tú sí sabes ligar...
-¿Te vas a callar, Santi? ¡Sa-li-do!
-¡A tu salud!
Brindan todos, entre bromas, y parece que todo vuelve a la normalidad. Santi y Jam inician a discutir vehemente si ir a un concierto de Extremoduro en dos meses, o si mejor ahorrar para irse el verano por Europa con el coche y un diccionario. Sólo el Roto, sentado a su lado, continúa con el tema.
-Te cojo tabaco, compa.
-Lía uno para mí también, anda.
-¿Entonces? ¿Qué ha pasado con la muchacha?
Suspira, y se frota la barba con la mano izquierda, la que tiene el anillo de su sorella. Su hermana.
-Que el libro lo pidió ayer. Y hoy a venido mientras hacía pausa para desayunar.
-¿Momento sacro? ¿Momento Rake?
Raquel. La camarera más guapa del mundo. Su camarera.
-Yep. -Coge el cigarro y lo enciende. Nota la nicotina galopar por su sistema nervioso. Meraviglia.- El caso es que se ha puesto a llorar, Roto. A pedir un amigo.
-Y tú vas a ser ese amigo.
-Cazzo, sí. Si me deja, sí. Tenías que haberle visto la cara, a la pobre. Tenía la mueca de una niña pequeña cuando descubre que la Befana no le ha traído dulces.
-Y, como lloraba porque ha descubierto que no existen los Reyes Magos, tú vas a adoptarla como mascota hasta que aprenda a sonreír.
-Algo por el estilo. Mierda, Artu. Tenías que haberla visto allí. De pie, aferrada a un libro en blanco, esperando por una palabra amable. Llorando en silencio porque alguien le sonreía.
El otro sacude la cabeza, da un trago a la rubia que tiene en el vaso. Fuerte, amarga. Una buena birra.
-¿Entonces? ¿Qué vas a hacer, Ciro?
-Ya te lo he dicho, Roto. Voy a ser el mejor amigo del mundo.
-¿Lo sabe tu madre? ¿O tu abuela? ¿Acaso le has dicho a tu padre nada de todo esto, que no vas a poder ir este verano...? Y menos si tienes este nuevo proyecto entre manos.
-Mira, esas mierdas son cosa mía, capito? Además, llevo siete años sin pisar esa ciudad de locos... No creo que esperasen en serio que regresase este año.
-Ya. Bueno, cada cual con sus mierdas, tío. Sólo procura que no entren cerdos ajenos en el estiércol.
-Te quieres callar de una puta vez...
Beben y fuman en silencio, escuchando la discusión encarnizada de los otros dos -Santi quiere ir sí o sí a ver a "el Rober" y Jam defiende a muerte el viajar hasta desgastar las ruedas del coche-; la canción de fondo.
Ciro incluso empieza a cantar a media voz.
"Now dance, fucker, dance
Man, I never had a chance
And no one even knew
It was really only you
And now you’ll lead the way
Show the light of day
Nice work you did
You’re gonna go far, kid
Trust, deceived!"
-¿Has quedado con ella?
-¿Qué?
Quizá sí va un poco pasado. Demasiada cerveza, demasiadas horas sin dormir, demasiado juego, demasiada maría. Quizá.
-Que si has quedado con la muchacha.
-Ah. Sí, dijimos de vernos mañana otra vez. A las once.
-Uuuh, pobre Rake. Dos días en que no vas a mirarla como un cordero degollado.
-Eh, vabbé, smettila! Es un momento tan bueno como cualquier otro para quedar, Roto.
-¿Cómo se llama?
-¿Qué?
-Joder, Ciro. Que cómo se llama la pava.
Ciro hace memoria. Recuerda que la melena oscura olía a lima y naranja. Que tenía las mejillas levemente sonrosadas, lo pálida que era su piel. Lo oscuro de sus ojos tristes. La voz suave y tímida. El piercing en la nariz, como una marca para aislarse más.
-No lo sé.
-¿Eres su mejor amigo pero no sabes cómo se llama?
-¿Cómo se llama quién?
La discusión ha terminado, y al parecer, sin ganador visible. Llega más cerveza, se lían más cigarros.
-La nueva chica de Ciro.
-Pero mira que eres idiota. No es mi chica.
-¿Y cómo se llama?
Se encoge de hombros.
-No tengo ni idea.
Dos pares de ojos castaños y unos verdes le miran con curiosidad.
Jam, optimista incondicional del grupo, es quien habla por todos.
-¿No sabes cómo se llama la chica? Ciro... Está es tu última locura.
-Sí, lo sé. -Ahí va el cuarto cigarro en menos de media hora. Y él que se había propuesto dejar de fumar. Le gusta demasiado la mala vida.- Pero en ese momento no parecía importante, raga. No tanto como hacerle enteder que podía contar conmigo, capito? Lo necesitaba desesperadamente.
El Roto sonríe de medio lado, ganándole el mechero por la mano.
-La próxima vez, tráetela y no quedes con ella a solas, capullo.
-Que os jodan.
Santi se ofende al saber que han vuelto a quedar. Jam se ríe como sólo él se ríe; fuerte, sincero, contagioso. Ciro se ríe con él.
-¡Eso no se hace, Spaghetti! ¡No puedes acapararla también a ella! ¡No hay derecho!
-Fanculo! Fanculo, raga!
-¡Más cerveza, aquí al fondo! ¡Fría y rubia! ¡Nuestro amigo ha ligado!
-¡No hay derecho!
Y por encima de las bromas de sus amigos, de las risas, del humo de los cigarros, Ciro oye a Jam mascullarle entre dientes.
-Suerte, compa.
Grazie, piensa. Porque la voy a necesitar. Voy a darlo todo para conseguir esa sonrisa.
Fuma, bebe un largo trago de cerveza helada.
Y sonríe, para sí mismo.
Tienen razón. Es una locura.
Justo su hobby preferido. Cometer locuras.
"You’re gonna go far, kid!"
You’re gonna go far, kid!"
Suena The Offspring por los altavoces, la cerveza fría ayuda a pasar el calor. Y a que las risas sean más claras y un poco más fuertes.
Vuelve a mirar las cartas que tiene en la mano, alejado de todo. Sin escuchar las voces de sus amigos.
-¡SPAGHETTI!
-Cazzo!
Salta en la silla, luego ríe con los demás. La risa fuerte y contagiosa de Jaime, uno de sus grandes amigos, le hace volver a la tierra.
-Dios, Ciro, ¡estás ido!
Su compañero de juego se lamenta. Ya pierden tres a cero.
-Eh, que no es mi culpa. Eres tú quien reparte como el culo, Santi.
Vuelven a reír. Pero Jaime se le queda mirando. Se revuelve en la silla, incómodo. Empieza a liar un cigarrillo para calmarse. Los ojos castaños de su amigo no le dan un segundo de respiro.
-¿Qué?
-Eso digo yo, Ciro. Que qué te cuentas para estar en las nubes, zorrón.
Pone los ojos en blanco.
-Absolutamente nada.
-Déjalo, Jam. ¿No ves que va fumadísimo?
La voz de Santi le llega lejana. No es cierto que vaya tan pasado. Sólo se ha hecho dos en todo el día. Ni siquiera se los ha fumado seguidos. Y uno no era verde.
La voz profunda de Arturo le rescata.
-Calla, Santi. Que el que va hasta el culo eres tú, coño. Que ya llevas dos litros encima.
Le dedica una sonrisa a Arturo. El Roto, que le llaman ellos. Roto por toda la mierda que ha tenido que tragar en sus veintitres años de vida; roto como los huesos de su madre tras las palizas de su padre; roto como su infancia; roto como su rostro marcado por una cicatriz desde la sien derecha hasta el ojo que casi lo dejó ciego; roto como la voz cansada y vieja a pesar de sus pocos años.
-No voy fumado, Roto.
-Lo sé. Pero -le alarga un mechero y le coge un puñado de tabaco- tienen razón, tío. A ti te pasa algo.
-¿Es la camarera? ¿La buenorra de la cafe del parque? ¿Te la has tirado?
Dedica una mirada sombría a Santi.
-Eres un puto salido, Santi. ¿Lo sabías?
-Ya. ¿Pero te la has tirado?
Se para el juego, las cartas quedan en la mesa. Un largo trago a la cerveza, un gesto para pedir otra. Jaime le imita.
-No, no es la camarera, cerdo.
-¿Entonces?
-Tíos, ¿en serio...?
Jam le interrumpe, serio.
-Sí, has tenido tiempo para evitar el tema. Te jodes, Spaghetti.
Suspira.
-Esta mañana ha venido una chica a hablar conmigo.
-Y te la has tirado.
-¿Quieres dejar el maldito tema? Sigue, Ciro.
-Grazie. ¿Adivináis que libro buscaba?
-¡Historia de O!
El Roto le da una colleja a Santi, mientras se lo piensa. Jaime está en silencio, pero le dedica una sonrisa a la camarera que trae las nuevas cervezas. Es una antigua compañera de trabajo. Mejor dicho, él es el antiguo compañero allí, el ex-empleado que lleva a sus amigos al bar de toda la vida.
-¿Asimov?
Niega con la cabeza. Roto es un forofo de Tolkien, pero le da a la ciencia-ficción. En parte es culpa suya, harto de oír hablar sólo de elfos guerreros, hobbits a dieta, enanos sin montaña y monstruos con joyas. Pero no se quejará, su amigo ha encontrado un gran refugio en los robots. Diavolo, si hasta se ha metido a estudiar mecánica.
-Nah. No lo adivinaréis.
-Psicoanálisis. O Shakespeare.
-Eres un tramposo, Jam. Sólo tienes una oportunidad. Y has fallado, idiota. -Aspira el humo del cigarro y lamenta seriamente no tener un poco de hierba. Ahora mismo se apalancaría un porro bien cargado.- Cito textualmente, "un libro para aprender a sonreír".
-¿A sonreír? Si está deprimida, ¿por qué no va a un médico?
-¿Para engancharse a pastillas y estar muerta en vida? ¿Eres gilipollas?
-Artu... -Le aprieta el hombro, miándolo fijamente.- Santi no quería decir eso, Artu. Es sólo que no pensaba lo que decía. ¿Vero, Santi?
El rubio traga saliva, asintiendo con la cabeza.
-Claro, tío. Joder, Roto, sabes que no quería joderte.
-Ya, ya lo sé. Es que me toca los cojones el tema.
Se miran. El Roto y él saben muy bien de qué están hablando. Ambos han vivido el valium en casa y no les gusta nada. Nada en absoluto. Por suerte, está Jam con ellos, que parece ser el único con un poco de cabeza.
-¿Le encontraste el libro, Ciro?
-Cazzo, no. Le di algo mejor... Le di su propio libro.
-¡Y aquí llegó el buen samaritano!
El Roto ríe, Santi se atraganta con la cerveza al intentar contenerse; Jam le palmea la espalda mientras llora de la risa. El viejo chiste, la vieja broma. El bibliotecario que ayuda a la gente.
-¡Su... propio... libro!
-En blanco. Esperando a ser escrito. Le dije que así conseguiría sacarse a sí misma una sonrisa y que tendría que volver a la biblio a enseñármela.
-Joder, Spaghetti, tú sí sabes ligar...
-¿Te vas a callar, Santi? ¡Sa-li-do!
-¡A tu salud!
Brindan todos, entre bromas, y parece que todo vuelve a la normalidad. Santi y Jam inician a discutir vehemente si ir a un concierto de Extremoduro en dos meses, o si mejor ahorrar para irse el verano por Europa con el coche y un diccionario. Sólo el Roto, sentado a su lado, continúa con el tema.
-Te cojo tabaco, compa.
-Lía uno para mí también, anda.
-¿Entonces? ¿Qué ha pasado con la muchacha?
Suspira, y se frota la barba con la mano izquierda, la que tiene el anillo de su sorella. Su hermana.
-Que el libro lo pidió ayer. Y hoy a venido mientras hacía pausa para desayunar.
-¿Momento sacro? ¿Momento Rake?
Raquel. La camarera más guapa del mundo. Su camarera.
-Yep. -Coge el cigarro y lo enciende. Nota la nicotina galopar por su sistema nervioso. Meraviglia.- El caso es que se ha puesto a llorar, Roto. A pedir un amigo.
-Y tú vas a ser ese amigo.
-Cazzo, sí. Si me deja, sí. Tenías que haberle visto la cara, a la pobre. Tenía la mueca de una niña pequeña cuando descubre que la Befana no le ha traído dulces.
-Y, como lloraba porque ha descubierto que no existen los Reyes Magos, tú vas a adoptarla como mascota hasta que aprenda a sonreír.
-Algo por el estilo. Mierda, Artu. Tenías que haberla visto allí. De pie, aferrada a un libro en blanco, esperando por una palabra amable. Llorando en silencio porque alguien le sonreía.
El otro sacude la cabeza, da un trago a la rubia que tiene en el vaso. Fuerte, amarga. Una buena birra.
-¿Entonces? ¿Qué vas a hacer, Ciro?
-Ya te lo he dicho, Roto. Voy a ser el mejor amigo del mundo.
-¿Lo sabe tu madre? ¿O tu abuela? ¿Acaso le has dicho a tu padre nada de todo esto, que no vas a poder ir este verano...? Y menos si tienes este nuevo proyecto entre manos.
-Mira, esas mierdas son cosa mía, capito? Además, llevo siete años sin pisar esa ciudad de locos... No creo que esperasen en serio que regresase este año.
-Ya. Bueno, cada cual con sus mierdas, tío. Sólo procura que no entren cerdos ajenos en el estiércol.
-Te quieres callar de una puta vez...
Beben y fuman en silencio, escuchando la discusión encarnizada de los otros dos -Santi quiere ir sí o sí a ver a "el Rober" y Jam defiende a muerte el viajar hasta desgastar las ruedas del coche-; la canción de fondo.
Ciro incluso empieza a cantar a media voz.
"Now dance, fucker, dance
Man, I never had a chance
And no one even knew
It was really only you
And now you’ll lead the way
Show the light of day
Nice work you did
You’re gonna go far, kid
Trust, deceived!"
-¿Has quedado con ella?
-¿Qué?
Quizá sí va un poco pasado. Demasiada cerveza, demasiadas horas sin dormir, demasiado juego, demasiada maría. Quizá.
-Que si has quedado con la muchacha.
-Ah. Sí, dijimos de vernos mañana otra vez. A las once.
-Uuuh, pobre Rake. Dos días en que no vas a mirarla como un cordero degollado.
-Eh, vabbé, smettila! Es un momento tan bueno como cualquier otro para quedar, Roto.
-¿Cómo se llama?
-¿Qué?
-Joder, Ciro. Que cómo se llama la pava.
Ciro hace memoria. Recuerda que la melena oscura olía a lima y naranja. Que tenía las mejillas levemente sonrosadas, lo pálida que era su piel. Lo oscuro de sus ojos tristes. La voz suave y tímida. El piercing en la nariz, como una marca para aislarse más.
-No lo sé.
-¿Eres su mejor amigo pero no sabes cómo se llama?
-¿Cómo se llama quién?
La discusión ha terminado, y al parecer, sin ganador visible. Llega más cerveza, se lían más cigarros.
-La nueva chica de Ciro.
-Pero mira que eres idiota. No es mi chica.
-¿Y cómo se llama?
Se encoge de hombros.
-No tengo ni idea.
Dos pares de ojos castaños y unos verdes le miran con curiosidad.
Jam, optimista incondicional del grupo, es quien habla por todos.
-¿No sabes cómo se llama la chica? Ciro... Está es tu última locura.
-Sí, lo sé. -Ahí va el cuarto cigarro en menos de media hora. Y él que se había propuesto dejar de fumar. Le gusta demasiado la mala vida.- Pero en ese momento no parecía importante, raga. No tanto como hacerle enteder que podía contar conmigo, capito? Lo necesitaba desesperadamente.
El Roto sonríe de medio lado, ganándole el mechero por la mano.
-La próxima vez, tráetela y no quedes con ella a solas, capullo.
-Que os jodan.
Santi se ofende al saber que han vuelto a quedar. Jam se ríe como sólo él se ríe; fuerte, sincero, contagioso. Ciro se ríe con él.
-¡Eso no se hace, Spaghetti! ¡No puedes acapararla también a ella! ¡No hay derecho!
-Fanculo! Fanculo, raga!
-¡Más cerveza, aquí al fondo! ¡Fría y rubia! ¡Nuestro amigo ha ligado!
-¡No hay derecho!
Y por encima de las bromas de sus amigos, de las risas, del humo de los cigarros, Ciro oye a Jam mascullarle entre dientes.
-Suerte, compa.
Grazie, piensa. Porque la voy a necesitar. Voy a darlo todo para conseguir esa sonrisa.
Fuma, bebe un largo trago de cerveza helada.
Y sonríe, para sí mismo.
Tienen razón. Es una locura.
Justo su hobby preferido. Cometer locuras.
"You’re gonna go far, kid!"
12 jul 2013
2- Pausa para fumar
11:00 a.m.
Lagrimea un poco, la luz del ordenador le hace daño. Bosteza, apagando la pantalla.
Basta por ahora.
Un vistazo rápido a la biblioteca. Desde su mesa controla bastante bien el lugar: es una sala grande, con diez mesas a cada lado, separadas por estanterías; y cuatro salas de estudio al final. También hay una especie de dúplex con sillones y periódicos. Es una buena biblioteca. Los universitarios la prefieren a la de la facultad. Quizá porque es más acogedora. O porque el ambiente es más... libre.
No hay profesores.
No hay miradas vigilantes.
No hay fechas de exámenes colgadas en las paredes.
O quizá porque justo enfrente hay un pequeño parque con una cafetería en la que hacen los mejores cafés de la ciudad y tiene a la camarera más simpática del mundo.
O -le gusta pensar que sus compañeros tienen razón-, porque en esa biblioteca se ayuda a la gente. No ayudar como lo haría un bibliotecario normal. No. En su biblioteca se ayuda a las personas de verdad. Se les ayuda a sentir, a pensar, a soñar. Se les ayuda a vivir.
-¿Sales?
Se gira. Lucía, su compañera los lunes y miércoles por la mañana, le sonríe. Le devuelve la sonrisa. Le cae realmente bien esa muchacha, rubia como el trigo y de ojos grises como el cielo que se nubla. Le recuerda a su hermana pequeña.
-Eh, già! Si no como algo puedo caerme al suelo.
-¿Otra vez sin desayunar, Spaghetti?
Asiente con la cabeza mientras se pone en pie, una mano cogiendo el chaleco, la otra buscando el tabaco de liar. Después de todos los años que lleva allí, le sigue haciendo gracia que le llamen así. Y eso, que hace mucho que no pisa Italia.
Agita el paquete de tabaco como excusa y como saludo, mientras sale de la biblioteca. Después de la luz cegadora del ordenador, es refrescante salir a la calle. El cielo hoy es tan gris como los ojos de su compañera.
-¡Hey, puntual como siempre!
Sonríe, sentado en una mesa de la terraza de la pequeña cafetería. Es una cafetería muy... Muy simpática, si se puede clasificar así un lugar. A él sólo se le ocurre describirla en italiano. Carina. Decorada con posters de música; el reloj de pared que es un vinilo de los Sex Pistols, un par de sofás en una esquina. Las guitarras apoyadas contra la pared por si alguien se arranca a tocar. El café italiano, la música rock, la cocina ligera y sabrosa. Y la camarera siempre con una sonrisa.
-¿Me he perdido alguna cita, cara?
-¡Ja! ¿Lo de siempre?
-Per favore.
Empieza a liar un cigarro, con calma, observando cómo la muchacha prepara su desayuno mientras atiende al resto de clientes.
Sonríe a medias, perdido en sus pensamientos.
Y una chiquilla se detiene frente a él.
La mira, curioso. Cabello oscuro y largo, jeans, camiseta negra, pulseras de colores. Ojos muy, muy oscuros. Tiene pecas en la nariz, decorada con un septum pequeñito.
-Eres el bibliotecario.
Alza una ceja. Ella no se mueve. Tiene un libro en las manos, y parece un poco nerviosa. ¿No la ha visto antes?
-Eres el bibliotecario.
Lo repite, como para asegurarse que no se ha equivocado de persona.
-Sí, ¿por qué?
-Fui ayer a última hora a hacerte una consulta. No sé si lo recordarás...
Le viene en ese momento a la cabeza; mientras la camarera le trae el capuccino y un cruasán de mermelada que pide todas las mañanas y se va con rapidez a seguir anotando pedidos.
-Grazie, cara. Sí, recuerdo que pedías un libro de autoayuda. ¿No te ha servido?
La joven se muerde el labio, tamborileando los dedos sobre las tapas beige del libro.
-Es que...
-¿Te importa que desayune mientras?
Ella niega con la cabeza y parece armarse de valor. Ciro muerde el cruasán y le sonríe, atento.
-Me has dado el libro equivocado... Yo busco uno para aprender a sonreír.
Ciro sonríe, divertido. Tiene el cigarro -rubio de liar, que huele ligeramente a vainilla- entre los labios, sin encender. Le brillan los ojos.
-¿Y no piensas que te pueda ayudar el que te he dado?
-Es que... ¡Está en blanco!
-Pues claro. Está esperando que lo escribas. Así verás que tu vida, como todas, tiene buenos y malos momentos y que sólo tú puedes decidir cómo te afectan. Y cuando comprendas eso, la sonrisa más grande del mundo se pintará en tu cara. Y entonces tendrás que venir a visitarme para que yo la vea.
Mientras ve como las emociones pasan por el rostro de ella, se pone en pie, derretido, y abraza a la muchacha.
-Eh, eh. No hace falta llorar, cara. ¿Quieres desayunar?
Ella niega con la cabeza, sin devolver el abrazo.
-Quiero un amigo.
El susurro hace que olvide el café que ya está frío.
-Pues lo has encontrado. Mi chiamo Ciro, y soy tu amigo.
-¡Pero tú eres el bibliotecario!
-Y también puedo ser el mejor amigo del mundo, si me dejan.
1- ¡La biblioteca abre!
Son las ocho de la mañana.
El sol sigue oculto, el despertador suena. Vuela un
cojín, certero, y el reloj deja de escucharse. Pero el sueño ya se ha ido, los
músculos poco a poco piden que se ponga en pie; la primera dosis de café –café
fuerte, oscuro, que siempre le envía la mamma.
Bosteza, acaricia el lomo gris de Roald; gato narcisista que se cree tigre, y, como cada mañana;
inicia su rutina.
Termina de lavarse los dientes, se pone los vaqueros
rotos y el chaleco. Acaricia como de pasada los tres pendientes que lleva en la
oreja izquierda y se sonríe al espejo.
-¿Y bien? ¿A quién vas a ayudar hoy?
Las llaves tintinean cuando las saca del bolsillo. La
larga cadena impide que se caigan al suelo. Chasquea la lengua, como todas las
mañanas. Y, también como todas las mañanas, se repite a media voz que tiene que
cambiar la cerradura cuando la llave se atasca.
Abre la puerta, coge aire. Es uno de sus momentos
preferidos del día.
La biblioteca aún no está abierta al público; y en el
aire flota ese olor a libro que le hace perder la cabeza. No sabría, ni después
de tantos años, como definirlo. Quizá la única palabra sea “hogar”.
-Eh, vabbé!
Se pone en marcha. Enciende el ordenador, las luces, el
aire acondicionado. Comprueba que mesas y sillas están en orden; que las
estanterías contienen a todos sus tesoros. Sonríe. Conecta el móvil al
ordenador, prepara los auriculares. Se quita el chaleco, lo deja en la silla;
cuadra los hombros.
Va otra vez hacia la entrada y observa su reflejo en las
puertas de cristal. Antes de que se le olvide, conecta la alarma. Vuelve a mirarse, se saca la lengua.
-Dai, sbrigati! Sono le nove!
Son las nueve de la mañana.
La biblioteca abre.
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