-¿Resaca, Ciro?
La voz de Rubén se le mete en la cabeza. Gruñe en contestación, sentado de cualquier manera, los pies sobre el escritorio y los brazos tapándole los ojos.
Todo da vueltas alrededor.
Muere por un café. O dos. O una cerveza para hacerle pasar la sensación.
-Deberías salir a que te diera el aire. Acercarte a la cafetería y tomar un café bien cargado y un paracetamol.
-Smettila, stai zitto, porcoddio...
Rubén se ríe entre dientes. Es un universitario brillante, que trabaja en la biblioteca martes, jueves, viernes y sábados; para pagarse el piso en el centro de la ciudad. Combina el sueldo con las becas que recibe, y el dinero que le envían sus padres. Ciro siempre ha admirado lo bien que se lleva el joven con sus padres, tan diferente de su propia relación con la familia.
-No das la mejor imagen de bibliotecario, Spaghetti.
-E che me ne frega?
-Que eres el responsable y la mitad de la gente viene porque eres simpático.
Ciro suspira, se sienta bien. El ruido de la ropa al moverse, el crujido de la silla, incluso el de su respiración, le explotan sobre los ojos. Gime.
-¿Por qué no adelantas la pausa de las once y vas a tomar un café, Ciro? Lo estás pidiendo a gritos.
Mira con ojos entornados a su compañero.
El pelo corto y negro bien peinado, la camiseta con dibujos de series anime, la barba de dos días perfectamente recortada y la sonrisa blanca pintada. Luego mira su reflejo en la pantalla apagada del ordenador. Los lados rapados de la cabeza tienen un pase. La parte central y el flequillo... Ah, cazzo. Ni se ha peinado, cada pelo para un lado, con rizos extraños, ondas, pelos de punta. Y la barba de tres, cuatro días. Barba de alcoholico, que la llama Jam. Las ojeras, los ojos rojos. La camiseta de Metallica que se puso hace dos días, el chaleco de ayer, los pantalones rotos del lunes. Las botas sin atar.
¿Se tiene que presentar con esas pintas ante Raquel, la camarera más simpática del mundo? Vabbé, no, grazie.
-Aún no es la hora, Rubén. Rimango qua.
-No. Tú serás el jefe, pero vas a levantar el culo, vas a salir, a fumarte un cigarro y tomar una jarra de café. Y luego, cuando seas persona y dejes de ser un dolor en el culo por la resaca, podrás volver.
Se pone en pie por inercia, como cuando era pequeño y se levantaba por las mañanas para ir al colegio siguiendo las órdenes de la mamma... Sí, bueno. Resulta que lo del café no es tan mala idea.
-¿Seguro que te encargas de todo?
Rubén sonríe.
-¿Te quieres ir ya?
Se conocen desde hace dos años. Es una de las pocas personas cuerdas que conoce. Quizá por eso le obedece y se aleja en busca de una sonrisa de "su" camarera y café en cantidades industriales.
-Buenos días, ¿qué...? ¡Hey! Hoy llegas pronto.
Esboza una sonrisa como puede, feliz de poder verla. Con su coleta pelirroja y su sonrisa blanca. Seguro que es la sonrisa más bonita al mondo.
-¿Me preparas caffé del fuerte, por favor?
-Alguien tiene resaca... ¿Cierto?
-La peor de toda mi vida.
Se sonríen. A esa hora la cafetería todavía está casi vacía, y Ciro se lamenta tener la cabeza como la tiene, que casi no puede disfrutar del momento. Sin embargo, se regala la vista con las pecas pequeñitas que tiene Raquel, la camarera más simpática del mundo, encima de la nariz; y del color rojo suave de su coleta.
-Supongo que no querrás azúcar...
-Supones bien -Otra sonrisa a medias, lo mejor que puede con el dolor de cabeza.- Sería matar al café.
Ella se ríe, y a él le duele el pecho. Dio, fammi trovare le forze.
-¡Qué costumbres más raras tenéis los italianos!
-Sólo yo, en realidad. ¿O te parezco el italiano típico?
-Bueno... Eres el único que conozco. Y no se ni tu nombre, ¿sabes? Todos los días te saludo a las once, te sirvo un capuchino y un cruasán y hablo dos segundos contigo. Pero en realidad no te conozco.
-Ciro. Mi chiamo Ciro.
-¿Chiro?
-No, no... Tienes que hacer el sonido de la "ch" más suave. Ciro.
Se ríen, le sirve el café. El olor hace que se sienta un poco mejor. Se lleva la mano al bolsillo.
-¿Cuánto te debo?
-Raquel.
-Cosa?
La pelirroja le dedica una sonrisa deslumbrante.
-"¿Cuánto te debo, Raquel?" -Le guiña un ojo y se gira a ver la puerta, donde hay un par de muchachos que miran la tabla de cafés y el menú del día.- A este te invito yo, fiestero.
-Gracias, Raquel.
Mi ha detto il suo nome! Scherza con me! Dio, grazie! Ya no tiene que fingir que no lo sabe. Sólo ocultar cómo lo descubrió y por qué. Te odio, Santi. Grazie mille.
-Anda, tira a sentarte. Mañana te espero otra vez con tu capuchino de costumbre, eh. Nada de emborracharse sin mí.
Ciro sabe que en su cara se dibuja la sonrisa más grande del mundo.
Sale fuera, a sentarse en la terraza. Son las once menos diez, y, no sabe por qué se lo imagina, la muchacha llegará puntual como un reloj suizo.
-Ah, Dio cane...
El primer trago de café le devuelve al mundo, el segundo la devuelve la vida.
Y a tercero, Raquel le deja una segunda taza sobre la mesa.
-Hoy es tu día de suerte... Te invito a un segundo si me recomiendas un libro que regalar a mi madre.
-"Dios es una dama con moño", de Isabel Clambor.
-No te he dicho de qué tipo le gusta leer...
Suspira, sobreponiéndose al dolor de cabeza. Es su conversación más larga con ella y quiere aprovecharla a pesar de la resaca. Dio, fammi trovare le forze!
-Bueno, supongo que será una madre típica de clase media. Es decir, que peleará por tener la casa limpia y hacer la comida y tenerlo todo en orden, quizá trabaje a media jornada. Eso quiere decir estrés y pocos momentos para relajarse y reír. El libro se lee rápido, es divertido y a los personajes se les coge cariño. Perfecto para una madre, ¿no?
Raquel para de jugar con su pelo, absorta en la explicación. Se ha quedado de piedra frente a él.
-Wow. Has acertado en todo. En absolutamente to-do. -Otra sonrisa enorme, la mejor sonrisa del mundo.- Te has ganado el café, Ciro. ¡Muchas gracias!
¿Ha pasado de verdad? ¿Le ha dado un beso en la mejilla? W-o-w. Adrenalina. Adrenalina. Recuerda respirar. Le galopa la sangre. Maldita resaca.
-Hola.
Se gira. Sentada frente a él está la muchacha que no sabe sonreír. Hoy lleva una camiseta de colores y unos leggins negros. Mustangs grises. Coleta alta. Y el septum, pequeñito, casi invisible. Y esa tristeza tan fuerte pintada en los ojos marrones.
Dai. Dai, dimentica l'hangover. Devi essere il migliore amico possibile. ¡Dai!
-Hola.
Se muere por dentro. ¡Hoy que había avanzado tanto con Raquel! Pero le viene una energía nueva, la misma que siempre que consigue ayudar a la gente. La sensación que le hace sentirse bien consigo mismo.
-¿Lista para empezar a escribir tu libro?
Le sonríe.
Y, Dio, ella asiente con la cabeza de la manera más dulce posible. Tiene los mismos ojos que Roald, ojos de cachorrito.
-En ese caso... -Se termina el café de golpe.- ¿Por dónde quieres empezar?
Dio, fammi trovare le forze!!
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