12 jul 2013

2- Pausa para fumar

11:00 a.m.
Lagrimea un poco, la luz del ordenador le hace daño. Bosteza, apagando la pantalla.
Basta por ahora.
Un vistazo rápido a la biblioteca. Desde su mesa controla bastante bien el lugar: es una sala grande, con diez mesas a cada lado, separadas por estanterías; y cuatro salas de estudio al final. También hay una especie de dúplex con sillones y periódicos. Es una buena biblioteca. Los universitarios la prefieren a la de la facultad. Quizá porque es más acogedora. O porque el ambiente es más... libre.
No hay profesores.
No hay miradas vigilantes.
No hay fechas de exámenes colgadas en las paredes.
O quizá porque justo enfrente hay un pequeño parque con una cafetería en la que hacen los mejores cafés de la ciudad y tiene a la camarera más simpática del mundo.
O -le gusta pensar que sus compañeros tienen razón-, porque en esa biblioteca se ayuda a la gente. No ayudar como lo haría un bibliotecario normal. No. En su biblioteca se ayuda a las personas de verdad. Se les ayuda a sentir, a pensar, a soñar. Se les ayuda a vivir.
-¿Sales?
Se gira. Lucía, su compañera los lunes y miércoles por la mañana, le sonríe. Le devuelve la sonrisa. Le cae realmente bien esa muchacha, rubia como el trigo y de ojos grises como el cielo que se nubla. Le recuerda a su hermana pequeña.
-Eh, già! Si no como algo puedo caerme al suelo.
-¿Otra vez sin desayunar, Spaghetti?
Asiente con la cabeza mientras se pone en pie, una mano cogiendo el chaleco, la otra buscando el tabaco de liar. Después de todos los años que lleva allí, le sigue haciendo gracia que le llamen así. Y eso, que hace mucho que no pisa Italia.
Agita el paquete de tabaco como excusa y como saludo, mientras sale de la biblioteca. Después de la luz cegadora del ordenador, es refrescante salir a la calle. El cielo hoy es tan gris como los ojos de su compañera.


-¡Hey, puntual como siempre!
Sonríe, sentado en una mesa de la terraza de la pequeña cafetería. Es una cafetería muy... Muy simpática, si se puede clasificar así un lugar. A él sólo se le ocurre describirla en italiano. Carina. Decorada con posters de música; el reloj de pared que es un vinilo de los Sex Pistols, un par de sofás en una esquina. Las guitarras apoyadas contra la pared por si alguien se arranca a tocar. El café italiano, la música rock, la cocina ligera y sabrosa. Y la camarera siempre con una sonrisa.
-¿Me he perdido alguna cita, cara?
-¡Ja! ¿Lo de siempre?
-Per favore.
Empieza a liar un cigarro, con calma, observando cómo la muchacha prepara su desayuno mientras atiende al resto de clientes.
Sonríe a medias, perdido en sus pensamientos.
Y una chiquilla se detiene frente a él.
La mira, curioso. Cabello oscuro y largo, jeans, camiseta negra, pulseras de colores. Ojos muy, muy oscuros. Tiene pecas en la nariz, decorada con un septum pequeñito.
-Eres el bibliotecario.
Alza una ceja. Ella no se mueve. Tiene un libro en las manos, y parece un poco nerviosa. ¿No la ha visto antes?
-Eres el bibliotecario.
Lo repite, como para asegurarse que no se ha equivocado de persona.
-Sí, ¿por qué?
-Fui ayer a última hora a hacerte una consulta. No sé si lo recordarás...
Le viene en ese momento a la cabeza; mientras la camarera le trae el capuccino y un cruasán de mermelada que pide todas las mañanas y se va con rapidez a seguir anotando pedidos.
-Grazie, cara. Sí, recuerdo que pedías un libro de autoayuda. ¿No te ha servido?
La joven se muerde el labio, tamborileando los dedos sobre las tapas beige del libro.
-Es que...
-¿Te importa que desayune mientras?
Ella niega con la cabeza y parece armarse de valor. Ciro muerde el cruasán y le sonríe, atento.
-Me has dado el libro equivocado... Yo busco uno para aprender a sonreír.
Ciro sonríe, divertido. Tiene el cigarro -rubio de liar, que huele ligeramente a vainilla- entre los labios, sin encender. Le brillan los ojos.
-¿Y no piensas que te pueda ayudar el que te he dado?
-Es que... ¡Está en blanco!
-Pues claro. Está esperando que lo escribas. Así verás que tu vida, como todas, tiene buenos y malos momentos y que sólo tú puedes decidir cómo te afectan. Y cuando comprendas eso, la sonrisa más grande del mundo se pintará en tu cara. Y entonces tendrás que venir a visitarme para que yo la vea.
Mientras ve como las emociones pasan por el rostro de ella, se pone en pie, derretido, y abraza a la muchacha.
-Eh, eh. No hace falta llorar, cara. ¿Quieres desayunar?
Ella niega con la cabeza, sin devolver el abrazo.
-Quiero un amigo.
El susurro hace que olvide el café que ya está frío.
-Pues lo has encontrado. Mi chiamo Ciro, y soy tu amigo.
-¡Pero tú eres el bibliotecario!
-Y también puedo ser el mejor amigo del mundo, si me dejan.

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