La hora fatal.
Es la hora del ahorcado, en la que el reloj no perdona ni un segundo. Tampoco la costumbre, ni el silencio.
Lucía, quizá por intuición, le ha traído un café al llegar, pero no ha intentado hablar.
Tampoco es que parezca muy locuaz hoy.
Los golpes recibidos se están oscureciendo, y tiene un pequeño corte en el pómulo. Además, le duele todo el cuerpo. Pero la sonrisa sigue ahí. Cansada, un poco forzada, pero está.
-Ora torno. Voy a desayunar.
-¿No prefieres que vaya yo y te traiga algo?
Ciro se queda quieto con el chaleco en la mano. Mira en silencio unos segundos hacia la puerta de cristal, al sol de la calle. Luego se gira hacia Lucía. La sonrisa sigue ahí.
-No, no hace falta, Lucía. Grazie comunque.
La chica se encoge de hombros. Lo ve alejarse, y se queda esperando que el chaval que siempre se queda hasta última hora, el amigo de Ciro que estudia medicina, llegue. Alguien tiene que decirle qué diantres le ha pasado al italiano.
Está quieto, pensándose muy seriamente si entrar a la cafetería o buscarse un bar. Quizá lo mejor sea sentarse en un banco a terminarse el paquete de tabaco que ha comprado antes de abrir la biblioteca. Tampoco tiene nada mejor que hacer, excepto saludar a Raquel e inventarse una explicación a sus pintas y heridas de guerra. No le apetece mucho, la verdad. Pero tampoco quiere quedarse sin verla.
-Hola.
Ciro se gira, sobresaltado, y sonríe. Gabi le mira, de nuevo la chica tímida que no sabe muy bien qué hacer. Lleva "El guardián entre el centeno" en la mano.
-Ciao! No esperaba verte aquí.
-Me gusta el café de este sitio.
Se quedan en silencio, incómodos.
Dai, Ciro, dai.
-Te invito.
-...Vale.
Entran los dos, saludando a Raquel, que está atareada sirviendo a un par de mesas. Sólo cuando se les acerca a cogerles el pedido se queda quieta y le cambia la cara.
-¿Qué te ha pasado, Ciro? Dios santo...
-Estoy hecho un Cristo, certo?
Gabi pone los ojos en blanco. Raquel deja la libreta de notas en la barra y le toca con cuidado la cara.
-¿Pero cómo te has hecho esto? ¿Te ha mirado un médico?
-No te preocupes, de verdad. Ya estoy bien, es menos de lo que aparenta.
La pelirroja mira a Gabi, que asiente sin saber muy bien por qué. Con una especie de mirada de "ya hablaremos tú y yo luego", la camarera decide creerse lo que le dicen y empezar a preparar el desayuno de ambos. Cuando lo cogen para ir a una de las mesas de fuera, un grupo de universitarios en una hora de descanso irrumpe en la cafetería, manteniendo a Raquel demasiado ocupada como para seguir indagando.
-Grazie
-Eres tú el que invita.
-Por cubrirme.
-Me va a interrogar después, ¿verdad?
Ciro juraría que ha notado pánico en la voz de la muchacha. Sonríe, y esta vez, es de verdad.
-No, claro que no. Lo va a intentar, pero hoy no podrá. Tienes que elegir otro libro, y tenemos que dar una vuelta con los chicos, e ir al bar, y podríamos incluso quedar con tus compañeras de piso para salir a dar una vuelta todos juntos.
Gabi juega con el sobre de azúcar de su café, sin abrirlo. Hunde la nariz en la bufanda de colores que lleva -el tiempo empieza a parecer por fin invierno- y se queda callada. Ciro espera, paciente.
-Sí, bueno.
-¿Qué te ha parecido el libro?
-Que has perdido la apuesta. No entiendo qué tiene que ver conmigo. Yo no soy Holden, ni estoy enferma.
-No me digas eso, anda.
-¿Qué quieres que diga? No es que me cueste socializar, es que no sé sonreír a la gente. No sé cómo mostrarme sin más.
La sonrisa de él se hace más grande.
-Mira, esta noche en el bar hacen concierto en honor de Queen. Es buena ocasión para empezar despacio a ver cómo lo hace la gente y cómo puedes hacerlo tú.
Ella se queda callada, guarda el azucarillo en el bolsillo del abrigo. Murmura algo ininteligible a través de la bufanda.
-Dai, non essere così. Es una manera de pedir perdón por lo del sábado noche y lo de ayer. No me seas así.
-...Vale.
-Bene! Pues ahora, a la biblioteca. Tienes que cambiar el libro. ¿Sabes cuál quieres o te recomiendo alguno?
A Gabi le habría gustado probar a preguntar si no puede dejarlo sin tener que coger otro, pero Ciro ha cambiado tanto el estado de ánimo desde que se lo ha encontrado que prefiere no hacerlo. Encoge un poco los hombros.
-Tanto me da. He leído ya un montón. Dime tú. No le hago ascos a ningún género.
-Bene. De todas formas, no te preocupes que no caerá Moccia. No lo soporto.
Ella hace una mueca.
-¿Por qué a todos los italianos os cae tan mal? No me gusta, pero ya parece un ataque formal contra él.
-Pues que aprenda a escribir.
Se van, dejando el dinero sobre la mesa.
Jaime está cuchicheando con Lucía, intentando escapar al interrogatorio, cuando la puerta se abre y entran ellos. Ciro sonríe.
-Come va, Jam?
-Aquí estamos. Hola, Gabi. Ciro, te pillo la llave de la cabina, ¿ok?
No se espera a recibir respuesta, se asoma a la mesa y coge una llave, desapareciendo lo más rápido que puede.
Ciro se inclina hacia Gabi.
-Exámenes y Medicina. Boom. Lucía, esta es Gabi; Gabi, Lucía.
Las chicas se miran. Lucía sonríe, y Gabi levanta la mano, un tanto cortada. A Lucía le cae bien cualquiera que le levante la moral a Ciro. Y cuando se ha ido parecía sentenciado a muerte, pero ahora vuelve a parecer él mismo, a pesar de los moratones. Si esa chica es quien lo ha conseguido, a Lucía le cae realmente bien.
-Lucía, si quieres, ve a estudiar. Se queda Gabi conmigo, si?
-No diré que no a tiempo gratis de estudio. Encantada de conocerte, Gabi.
-Esto... lo mismo digo.
Se sienta tras el mostrador con el bibliotecario.
-¿Y ahora?
-Ora... Llama a tus amigas y diles el plan de esta noche. Yo aviso a Arturo y los demás. Y luego, elegimos libro.
-No sé si van a querer salir en lunes.
Ciro la abraza.
-Dai! No lo sabrás si no pruebas.
Ciro es un bibliotecario un tanto peculiar. Tiene piercings, fuma mucho, y bebe todavía más. Le gusta la música rock, dormir poco y salir todas las noches; la ropa rota y los vaqueros. Pero, por encima de todo, le gusta ayudar a la gente. Ayudarla DE VERDAD. Por eso, cuando una muchacha le pide un libro para aprender a sonreír, él se convertirá en el mejor amigo del mundo... ¡Si su vida de locos no lo mata antes!
4 dic 2014
6 jul 2014
19- Idiota
Roald se frota contra sus tobillos.
-Ma cosa fai?
Lo coge en brazos, dispuesto a abrazarlo, a hacerle rabiar. Pero Roald maúlla. Y maúlla y vuelve a maullar hasta que lo deja ir. Arturo suspira.
-Anda que ya te vale.
-Olvídame.
Jaime y Santi se miran, ponen una mueca. No se están enterando de nada. Sólo saben lo que Arturo les dijo por teléfono; que habían tenido una bronca, y que estaban en casa de Gabi. Pero ni siquiera en el coche les explicaron el por qué de nada. Y ahora, en casa de Ciro, están todos en una nube de silencio incómodo.
Jaime se apoya ne le respaldo del sofá.
-¿Pero qué ha pasado exactamente?
Santi tiene menos problemas para hablar. Se deja caer entre Ciro y el rubio, con el cigarro colgando en los labios y buscando un mechero por los bolsillos del pantalón.
-Sois unos mierdas.
-¿Qué?
Se lo quedan mirando mientras enciende el cigarro y coge el cenicero. Jaime le da una colleja.
-Qué dices, tú.
-Va, no me miréis así. Lo sois. ¿Por qué os habéis pegado, a ver? Porque os ha dado la gana.
-A él le ha dado.
-Eh, tu has ayudado, joder.
-¿Jam, tú con quién vas?
-Te parecerá raro, pero creo que esta vez voy con él.
Señala a Santi. Arturo pone los ojos en blanco, y Ciro se levanta.
-Vabbè, tranquilità... Relamente no ha sido tan grave, ¿vale, chicos? Estamos bien y esas cosas. Podéis iros si queréis.
Se mueve por la casa, nervioso, sin saber exactamente qué hacer o qué no. Nadie más se mueve. De hecho, Santi se ríe a carcajadas.
-Ya, claro. Y mi madre es la Reina de Inglaterra, no te jode... Sois unos mierdas. Os peleáis sin motivo, os dan la del pulpo, os refugiáis en casa de una chiquilla a la que casi no conocéis y ahora no confiáis en vuestros amigos. Pues estamos apañados.
Ciro se lo queda mirando, asombrado. De Jaime se esperaría ese discurso, de Jaime sí. Es el único que piensa antes de hacer las cosas. Es el que tiene cabeza. ¿Pero Santi? Si es el que no tiene ni la ESO, el que se metió a trabajar en el almacén del super porque fue donde primero le contrataron. El cabeza loca que no piensa en responsabilidades de ningún tipo.
-Y lo que no me trago es que estéis media tarde en casa de Gabi y con sus compañeras y no hayáis largado ni media palabra. No me lo creo. Así que estáis tardando en explicar el asunto, porque vamos, podemos tener la bronca aquí también.
Arturo mira a Ciro, callado. Se pasa la mano por la cabeza, echándose el pelo hacia atrás, y asiente en silencio. Ciro suspira, se vuelve a sentar y empieza a hablar.
-Eres tonto, macho.
-Lo so.
-Pero muy tonto.
Vuelve a suspirar. Los demás se miran, un tanto molestos por no haber visto antes lo muy pillado que está Ciro por la camarera. Jaime y Santi se ponen en pie, sincronizados.
-Bueno, ya no se puede hacer nada.
-Excepto esperar que el rubio no te vea por la calle.
-Llamará al chino para que traigan la cena.
-Que sea el kebab, mejor.
Ciro se los queda mirando, medio sonriendo. Anda que han tenido problema alguno en decirle lo muy idiota que ha sido. Sinceros, directos y aun así, completamente preocupados y decididos a alegrarle. Algo que en su casa no encontraba. Tiene los mejores amigos que podía esperarse.
-Grazie, raga.
Arturo le palmea el hombro, sonriendo a los otros dos.
-Calla, idiota. Después de cenar, nos odiarás, porque hay que ver qué vas a hacer a partir de ahora.
Santi asiente.
-Sí, no vale ir a la cafetería y decirle a la pelirroja "oye, que me gustas y me he pegado con uno por ti, dame mandanga".
Jaime se ríe mientras pide la cena por teléfono, y choca con él el puño.
Ciro sonríe también.
-Cazzo, che sono italiano! No seré tan idiota de comportarme como un adolescente, Santi.
-A buenas horas.
-Intentaré no serlo. Os lo prometo.
-Vete al cuerno y suelta la pasta, que el del kebab viene en veinte minutos.
-Ma cosa fai?
Lo coge en brazos, dispuesto a abrazarlo, a hacerle rabiar. Pero Roald maúlla. Y maúlla y vuelve a maullar hasta que lo deja ir. Arturo suspira.
-Anda que ya te vale.
-Olvídame.
Jaime y Santi se miran, ponen una mueca. No se están enterando de nada. Sólo saben lo que Arturo les dijo por teléfono; que habían tenido una bronca, y que estaban en casa de Gabi. Pero ni siquiera en el coche les explicaron el por qué de nada. Y ahora, en casa de Ciro, están todos en una nube de silencio incómodo.
Jaime se apoya ne le respaldo del sofá.
-¿Pero qué ha pasado exactamente?
Santi tiene menos problemas para hablar. Se deja caer entre Ciro y el rubio, con el cigarro colgando en los labios y buscando un mechero por los bolsillos del pantalón.
-Sois unos mierdas.
-¿Qué?
Se lo quedan mirando mientras enciende el cigarro y coge el cenicero. Jaime le da una colleja.
-Qué dices, tú.
-Va, no me miréis así. Lo sois. ¿Por qué os habéis pegado, a ver? Porque os ha dado la gana.
-A él le ha dado.
-Eh, tu has ayudado, joder.
-¿Jam, tú con quién vas?
-Te parecerá raro, pero creo que esta vez voy con él.
Señala a Santi. Arturo pone los ojos en blanco, y Ciro se levanta.
-Vabbè, tranquilità... Relamente no ha sido tan grave, ¿vale, chicos? Estamos bien y esas cosas. Podéis iros si queréis.
Se mueve por la casa, nervioso, sin saber exactamente qué hacer o qué no. Nadie más se mueve. De hecho, Santi se ríe a carcajadas.
-Ya, claro. Y mi madre es la Reina de Inglaterra, no te jode... Sois unos mierdas. Os peleáis sin motivo, os dan la del pulpo, os refugiáis en casa de una chiquilla a la que casi no conocéis y ahora no confiáis en vuestros amigos. Pues estamos apañados.
Ciro se lo queda mirando, asombrado. De Jaime se esperaría ese discurso, de Jaime sí. Es el único que piensa antes de hacer las cosas. Es el que tiene cabeza. ¿Pero Santi? Si es el que no tiene ni la ESO, el que se metió a trabajar en el almacén del super porque fue donde primero le contrataron. El cabeza loca que no piensa en responsabilidades de ningún tipo.
-Y lo que no me trago es que estéis media tarde en casa de Gabi y con sus compañeras y no hayáis largado ni media palabra. No me lo creo. Así que estáis tardando en explicar el asunto, porque vamos, podemos tener la bronca aquí también.
Arturo mira a Ciro, callado. Se pasa la mano por la cabeza, echándose el pelo hacia atrás, y asiente en silencio. Ciro suspira, se vuelve a sentar y empieza a hablar.
-Eres tonto, macho.
-Lo so.
-Pero muy tonto.
Vuelve a suspirar. Los demás se miran, un tanto molestos por no haber visto antes lo muy pillado que está Ciro por la camarera. Jaime y Santi se ponen en pie, sincronizados.
-Bueno, ya no se puede hacer nada.
-Excepto esperar que el rubio no te vea por la calle.
-Llamará al chino para que traigan la cena.
-Que sea el kebab, mejor.
Ciro se los queda mirando, medio sonriendo. Anda que han tenido problema alguno en decirle lo muy idiota que ha sido. Sinceros, directos y aun así, completamente preocupados y decididos a alegrarle. Algo que en su casa no encontraba. Tiene los mejores amigos que podía esperarse.
-Grazie, raga.
Arturo le palmea el hombro, sonriendo a los otros dos.
-Calla, idiota. Después de cenar, nos odiarás, porque hay que ver qué vas a hacer a partir de ahora.
Santi asiente.
-Sí, no vale ir a la cafetería y decirle a la pelirroja "oye, que me gustas y me he pegado con uno por ti, dame mandanga".
Jaime se ríe mientras pide la cena por teléfono, y choca con él el puño.
Ciro sonríe también.
-Cazzo, che sono italiano! No seré tan idiota de comportarme como un adolescente, Santi.
-A buenas horas.
-Intentaré no serlo. Os lo prometo.
-Vete al cuerno y suelta la pasta, que el del kebab viene en veinte minutos.
22 jun 2014
18- Spide-e-e-y
-Ni se te ocurra encender el cigarro.
Ciro suspira y sonríe, una mueca un tanto triste. Quizá por el labio hinchado y el pómulo que se pone negro a medida que el moretón se oscurece.
-Somos unos incorregibles, certo?
-Algo así.
Gabi mira hacia el balcón. Es diminuto, apenas cabe una silla o dos personas de pie, pero Arturo se las está apañando para pasearse por él mientras habla por teléfono. El rubio lleva el pelo suelto, y cada dos por tres tiene que apartarse mechones de la cara. No le gusta lo que ve.
-¿Por qué os habéis pegado?
El bibliotecario suspira, dejando el cigarro liado sobre la mesa, y mira al techo.
-Boh! Chissà.
-En mi idioma.
-Oye, no sabrás sonreír, pero tienes un carácter...
Se le pone la cara roja, y él sonríe, aunque le duele. Le duele todo el cuerpo. Desde la cocina, escuchan a Cristina y Laura hablando de qué hizo el hermano de la chica de pelo rizado; y ruidos de cacharros. Están haciendo ya la cena. Llevan toda la tarde allí, intentando no hablar del tema. No hacer más el ridículo por hoy.
-¿Por qué la pelea?
-Eh, vabbè... Créeme. Es una tontería.
-Cuéntamela. Ciro, hazlo. ¿No eres mi amigo?
-De verdad, Gabi... No me apetece hablarlo. Ya he hecho lo stronzo hoy. Otro día. Por favor.
Ella tuerce el gesto, pero no dice nada. Arturo asoma la cabeza, con el teléfono aplastado contra el hombro.
-Eh, que dice Jam que en media hora nos recoge. Lo que le cueste pillar el coche y llegar.
-Grazie, vecchio.
-Voy a llamar a mi madre... No os importa, ¿verdad?
Gabi niega con la cabeza.
-Adelante.
Y el rubio vuelve a desaparecer en el balcón. Ciro juguetea con el cigarro, Gabi parece contenerse para no hablar.
-Cosa?
-¿Qué?
-¿En qué estás pensando, que te mueres de ganas de preguntar?
Otra vez el sonrojo.
-¿La cicatriz del ojo...?
Se pone serio. Eso es tema tabú.
-Larga historia.
-Entonces cuéntame la de hoy.
Suspira. Aún podría intentar perder el tiempo la media hora restante hasta que lleguen a por ellos. Pero Laura y Cristina llegan desde la cocina y se sientan.
-¿Sigue sin hablar?
-Eso parece.
Las tres le miran, y al final, cede.
-Era el rubio de la discoteca. Vabbè, credo sia lui.
-¿Quién?
-¿Qué?
Se pone el cigarro en la boca, mascullando.
-Creo que era el rubio de la discoteca con el que se fue...
Gabi pone los ojos en blanco mientras le interrumpe.
-¡No me irás a decir que te pegaste con alguien que creías que era otro alguien que se lió con una amiga!
Cristina frunce los labios, y Laura se lo queda mirando.
-¿Te gustaba la chica? ¿Estáis juntos o algo?
-Espera. La pelirroja. ¿Te gusta la pelirroja?
Ciro asiente, Arturo entra en el salón a tiempo de escuchar la última pregunta y se queda clavado en el sitio. ¿Ciro confesando algo? ¿A desconocidos? Eso es imposible. Seguro que tiene una conmoción o algo. Ese no es su Ciro, se lo han cambiado. Se sienta a su lado, todavía flipando.
-No es que estemos saliendo pero a mí me...
Gabi se pone en pie, las manos en alto, exasperada.
-¿Te han partido la cara por pegarte con alguien que podía no ser el que te levantó a la pelirroja? ¿Tienes complejo de Peter Parker?
Los dos se la quedan mirando, mientras las otras dos chicas ponen los ojos en blanco.
Antes que uno de los dos pueda contestar o decir algo, suena el timbre.
Ciro sale disparado, murmurando un "grazie mille" mientras Arturo se despide disculpándose por molestar y prometiendo compensarles lo que han hecho. Las tres chicas se los quedan mirando desde el balconcillo, apretujadas, y les ven subirse a un coche color champán. Desde la ventana del conductor asoma un brazo, que saluda.
Ellas hacen lo propio, y cuando el coche arranca, Laura y Cris se hechan a reír.
-¿Complejo de Peter Parker?
-¿Dónde le ves tú el sentido arácnido?
Gabi resopla.
-El pobre es idiota. Punto.
Y las carcajadas de sus compañeras llenan el ambiente.
Ciro suspira y sonríe, una mueca un tanto triste. Quizá por el labio hinchado y el pómulo que se pone negro a medida que el moretón se oscurece.
-Somos unos incorregibles, certo?
-Algo así.
Gabi mira hacia el balcón. Es diminuto, apenas cabe una silla o dos personas de pie, pero Arturo se las está apañando para pasearse por él mientras habla por teléfono. El rubio lleva el pelo suelto, y cada dos por tres tiene que apartarse mechones de la cara. No le gusta lo que ve.
-¿Por qué os habéis pegado?
El bibliotecario suspira, dejando el cigarro liado sobre la mesa, y mira al techo.
-Boh! Chissà.
-En mi idioma.
-Oye, no sabrás sonreír, pero tienes un carácter...
Se le pone la cara roja, y él sonríe, aunque le duele. Le duele todo el cuerpo. Desde la cocina, escuchan a Cristina y Laura hablando de qué hizo el hermano de la chica de pelo rizado; y ruidos de cacharros. Están haciendo ya la cena. Llevan toda la tarde allí, intentando no hablar del tema. No hacer más el ridículo por hoy.
-¿Por qué la pelea?
-Eh, vabbè... Créeme. Es una tontería.
-Cuéntamela. Ciro, hazlo. ¿No eres mi amigo?
-De verdad, Gabi... No me apetece hablarlo. Ya he hecho lo stronzo hoy. Otro día. Por favor.
Ella tuerce el gesto, pero no dice nada. Arturo asoma la cabeza, con el teléfono aplastado contra el hombro.
-Eh, que dice Jam que en media hora nos recoge. Lo que le cueste pillar el coche y llegar.
-Grazie, vecchio.
-Voy a llamar a mi madre... No os importa, ¿verdad?
Gabi niega con la cabeza.
-Adelante.
Y el rubio vuelve a desaparecer en el balcón. Ciro juguetea con el cigarro, Gabi parece contenerse para no hablar.
-Cosa?
-¿Qué?
-¿En qué estás pensando, que te mueres de ganas de preguntar?
Otra vez el sonrojo.
-¿La cicatriz del ojo...?
Se pone serio. Eso es tema tabú.
-Larga historia.
-Entonces cuéntame la de hoy.
Suspira. Aún podría intentar perder el tiempo la media hora restante hasta que lleguen a por ellos. Pero Laura y Cristina llegan desde la cocina y se sientan.
-¿Sigue sin hablar?
-Eso parece.
Las tres le miran, y al final, cede.
-Era el rubio de la discoteca. Vabbè, credo sia lui.
-¿Quién?
-¿Qué?
Se pone el cigarro en la boca, mascullando.
-Creo que era el rubio de la discoteca con el que se fue...
Gabi pone los ojos en blanco mientras le interrumpe.
-¡No me irás a decir que te pegaste con alguien que creías que era otro alguien que se lió con una amiga!
Cristina frunce los labios, y Laura se lo queda mirando.
-¿Te gustaba la chica? ¿Estáis juntos o algo?
-Espera. La pelirroja. ¿Te gusta la pelirroja?
Ciro asiente, Arturo entra en el salón a tiempo de escuchar la última pregunta y se queda clavado en el sitio. ¿Ciro confesando algo? ¿A desconocidos? Eso es imposible. Seguro que tiene una conmoción o algo. Ese no es su Ciro, se lo han cambiado. Se sienta a su lado, todavía flipando.
-No es que estemos saliendo pero a mí me...
Gabi se pone en pie, las manos en alto, exasperada.
-¿Te han partido la cara por pegarte con alguien que podía no ser el que te levantó a la pelirroja? ¿Tienes complejo de Peter Parker?
Los dos se la quedan mirando, mientras las otras dos chicas ponen los ojos en blanco.
Antes que uno de los dos pueda contestar o decir algo, suena el timbre.
Ciro sale disparado, murmurando un "grazie mille" mientras Arturo se despide disculpándose por molestar y prometiendo compensarles lo que han hecho. Las tres chicas se los quedan mirando desde el balconcillo, apretujadas, y les ven subirse a un coche color champán. Desde la ventana del conductor asoma un brazo, que saluda.
Ellas hacen lo propio, y cuando el coche arranca, Laura y Cris se hechan a reír.
-¿Complejo de Peter Parker?
-¿Dónde le ves tú el sentido arácnido?
Gabi resopla.
-El pobre es idiota. Punto.
Y las carcajadas de sus compañeras llenan el ambiente.
15 jun 2014
17- Éramos pocos y parió la abuela
-¿No crees que el aire te hace bien? Venga a encerrarte a lo depresivo. Idiota.
-Arturo...
-Que te calles, coño.
Pasean, alejándose de la biblioteca y de la cafetería. Aunque sea domingo, aunque esté cerrada. Han atravesado el parque, y siguen alejándose. Llevan casi media hora de caminata y no han abierto la boca. Sólo Arturo ha hablado un poco, cuando su jefe le ha llamado al móvil para decirle el buen trabajo que ha hecho con la Pan Head.
Un coche frena en seco, el chirrido despierta a un bebé en su carro, la madre se para y lo coge en brazos. Ciro refunfuña. Arturo pone los ojos en blanco.
-¿Te lías un cigarro?
El rubio se ha parado, con las manos en los bolsillos, rebuscando el tabaco y el papel, y a Ciro no le queda otra que medio sonreír.
-Terco.
-Mira quién habla. ¿Te lo haces o no?
Asiente, saca su lata de tabaco. Arturo deja de buscar la suya, y se sientan en un banco cercano.
Están en una plaza pequeña, y están bastante seguros de no haberla visto antes. No les pilla cerca esa parte de la ciudad, se han alejado bastante en realidad. Dos, cuatro bancos, una fuente de agua, ocho árboles. Ni unos tristes columpios. Los setos que la bordean están bastante mustios, una de las dos papeleras está en el suelo, arrancada de cuajo.
-Mechero.
Sin prisas, Arturo saca el suyo, y se encienden los pitillos. Fuman, en silencio durante las primeras caladas.
-¿Entonces?
-Cosa?
-¿Vas a hablar de lo de Raquel?
Ciro suspira.
-Sabes, creo que sí debería llamar a Gabi. No creo que fuera la noche que esperaba cuando le dije de salir con nosotros.
-Ciro.
Otra calada nerviosa. Y otra más.
-Además, Santi iba pavoneándose como el rey de la discoteca. Menos mal que no se le atravesó a ninguno y no hubo pelea, eso ya habría sido demasiado. Troppo per una notte, dai.
Arturo resopla. Pero Ciro sigue con la verborrea.
-Sí, voy a llamarla. Lo que no sé es qué diablos hacíais Jam y tú por ahí perdidos, podíais haber controlado un poco a Santi y así yo habría podido... Bueno...
-Diablos, ya era hora. ¿Podrías qué? ¡Venga!
El bibliotecario saca el móvil y busca en la agenda.
-¿Sabes? Voy a llamar a Gabi. Se lo merece.
Más ojos en blanco por parte del rubio, que suspira. En el fondo, Ciro se siente mal, pero tampoco quiere hablar del tema. De lo mucho que le dolió ver cómo la camarera, su camarera, se iba con un rubio cualquiera de discoteca.
-Hey, Gabi.
-¿Ciro?
-Sep. Escucha, quería pedirte perdón por lo de anoche.
-¿Por anoche? ¿Por qué?
-Por no haber sido lo que tenía que ser, yo... Anoche no era mi mejor momento.
-Tampoco creo que fuera el mío... Pero tampoco pasó nada. Fue interesante verte con tus amigos de fiest... ¿Ciro? ¿Hola?
Pero Ciro se ha quedado congelado a media frase, viendo aparecer por la otra esquina de la plazoleta a un chico rubio de hombros anchos riéndose junto a dos amigos. ¿Han mirado en su dirección y luego se han hechado a reír? Le da un codazo a Arturo, que se medio incorpora cagándose en todo.
-No. No, Ciro, no. Joder.
-¿Hola? Ciro, ¿estás bien?
Gabi sigue al teléfono, ignorada. El móvil está encerrado en el puño de Ciro, que evita el agarre de su amigo y se acerca a los otros tres, rápido, casi corriendo.
-¡Eh! ¡Eh, rubio! ¿No sabes quién soy, verdad? -El chaval le mira, con cara de ver a un chiflado. Ciro sonríe al llegar a su lado.- Bueno, pues yo sí sé quién eres, bastardo di merda.
El puñetazo le destroza los nudillos, pero él está en la gloria. Lo van a reventar entre los tres, lo tiene claro, pero le da igual. Sigue repartiendo puñetazos y patadas como si le fuera la vida en ello; y recibe tantas como da.
Arturo hace un placaje contra uno de los otros, y se pone a su lado para pelear. Los otros tres intentan evitar sus golpes; tiene mucha fuerza, y Ciro agradece el descanso en la paliza. Pero aun así, las hostias caen para todos.
De pronto, el rubio de la discoteca escupe y echa a correr. Ciro se queda con el puño cargado. Y Arturo le engancha del cuello de la camiseta tras dar un último puñetazo y también arranca a correr, arrastrándolo. Se oyen sirenas de la policía a lo lejos, subiendo hacia la plaza. Se alejan lo más rápido que pueden, escondiéndose en un portal ancho, a tres o cuatro calles de distancia, y se echan al suelo para recuperar el aliento.
-Yo... te mato... cabrón.
-Gra... grazie.
Jadean, tumbados en el suelo. Les duele el cuerpo por todas partes.
-En serio que te mato.
-¿¡Chicos!?
Ambos miran hacia la mano de Ciro: el móvil, que quién sabe cómo ha sobrevivido, sigue allí, encendido; y Gabi grita por él, preocupada. Arturo le roba el teléfono al italiano y contesta.
-Hey, muchacha, soy Arturo. ¿No te habremos asustado, verdad?
-¿¡Os habéis peleado!?
-No, que va. Ciro se ha peleado. Yo me he pegado. Pero hemos hecho que Richelieu y los suyos se rindan al Rey de Francia, y...
-Y perdón por Arturo haciendo el idiota. -Ciro recupera su teléfono.- Y por todo, en realidad.
-¿Dónde estáis?
-Ah... Pues no sé exactamente... Espera, que miro la calle. Aguamarga, tirados en un portal enorme. Cosa vuoi?
-Esperad ahí.
Cuelga, y no le ha dado tiempo a guardar el móvil y explicarle al rubio ese final de conversación cuando Gabi, vestida con vaqueros desteñidos y una camiseta roja con el símbolo de DeadPool comiéndose un taco, aparece.
-¿Pero se puede saber qué habéis hecho? Anda, venid, antes de que alguien os vea.
No les deja hablar ni media palabra, se da la vuelta y gira la esquina. Lleva unas llaves en la mano, y los chicos le siguen a lo largo de la calle hasta donde se detiene. Abre el portal.
-Subid a casa, tenemos que curar los cortes... Y creo que tengo pomada para los golpes. También hay hielo, pero no sé si el suficiente para los dos.
Sube por las escaleras, acelerada; Ciro y Arturo se cruzan una mirada boquiabiertos. Esa no es la Gabi tímida que conocen y a la que se están acostumbrando. De hecho, les recuerda a la madre que dedica una colleja a su hijo que se acaba de caer y le dice "te lo tengo dicho, por tonto, por no hacerme caso" mientras le cura.
-Va, pasad. ¡Cris! ¡Cris, saca el alcohol y el betadine!
La tal Cris se asoma desde la cocina. Melena larga, vestido morado, gafas moradas. Tiene cara de sorpresa.
-¿A quién hay que curar? ¡Ay, mi madre! ¿Y estos?
Gabi deja las llaves en la mesa del comedor, y les señala que se sienten en las sillas de alrededor. Cris la sigue cuando va a por el botiquin.
-Dos con los que salí el sábado.
-¿El grupo del bibliotecario? ¿El que dijo que te iba a ayudar?
-El idiota moreno. El otro es su mejor amigo. ¿Tenemos bolsas y hielo?
-Claro.
Solos en el comedor, "el idiota moreno y su mejor amigo" se hacen gestos y susurran para que no les oigan. No les da tiempo a fijarse en cómo es la estancia; concentrados en hablar entre ellos de lo que está pasando, escuchando a las dos chicas que están en la cocina y a una tercera a la que no han visto y que, por lo visto, está hablando con alguien por teléfono a gritos.
Gabi entra en el comedor, con gasas y alcohol del 96 en la mano, y Cris lleva un par de bolsas llenas de hielo. Le tiende una a cada uno, que no saben si suspirar o medio llorar al notar el dolor y el alivio que les proporciona. Luego empiezan a quejarse, a sisear y a maldecir cuando, sin contemplaciones, les desinfectan entre las dos los cortes y raspazos en nudillos, en las rodillas, en la cara.
-Suerte que no se os ha roto la ropa, viendo cómo habéis quedado.
-Eran golpes, no agarrones.
-Silencio. Anda que ya os vale, poneros a pelear en mitad de la calle, como si nada. ¿En qué pensabais, se puede saber?
Cristina se pone a su lado, seria.
-Yo lo sé. "Eh, mira ese grupo, me han mirado mal, vamos a pegarnos".
-"Uuuh, vale, no soy capaz de pensar nada mejor para pasar el rato".
Ciro se sonroja. No saben lo cerca que está la acusación de la verdad. Arturo tuerce el gesto.
-Preguntadle a él. Yo sólo he evitado que fuera un tres contra uno.
-Tú a callar, lo que tenías que haber hecho era evitar que se peleara.
-Pero...
Gabi le mira con una mueca de enfado, y decide callarse. Suspira, intenta parecer insensible y luego hace una mueca y sisea cuando el alcohol le toca las heridas de los nudillos.
-¡Ay!
-Idiotas. Esto no sería necesario si no hubieseis peleado.
Se quedan todos en silencio, y se escucha perfectamente a la chica desconocida gritar. "No, no puedes hacer lo que te de la gana, Alex, y pretender que te proteja y no te caiga la bronca. No, díselo. Alex, que se lo digas, te estoy diciendo. O lo haces tú o... Que me escuches y lo hagas".
Gabi y Cristina se miran.
-¿Su hermano?
-Se ve que anoche la lió parda y no quiere contarle nada a los padres.
-Genial.
Se escucha una puerta cerrarse, y una voz que se acerca desde el pasillo.
-¡Chicaaaaas, mi hermano es idiota, pero le quiero, así que distraedme o vuelvo a casa a matarlo! ¿Chicas?... Ops.
La muchacha aparece en la puerta del comedor, con el pelo rizado recogido de cualquier forma en una coleta, unos pantalones cortos y una camiseta gris con una bandera pirata estampada.
Gabi hace una mueca parecida a un amago de sonrisa, sentada frente a Arturo y Ciro, que sujetan las bolsas de hielo contra la mejilla izquierda y la frente, respectivamente. Cris le sonríe, mientras les termina de poner esparadrapo para sujetar las gasas tras el betadine.
-Te presento a dos de los que os he hablado, Ciro y Arturo. Mi amiga Laura.
-Hola.
-¿Qué les ha pasado?
-¿Además de ser idiotas y pegarse en plena plaza? Buena pregunta. Que nos cuenten, ¿no?
Y las tres se les quedan mirando.
-Arturo...
-Que te calles, coño.
Pasean, alejándose de la biblioteca y de la cafetería. Aunque sea domingo, aunque esté cerrada. Han atravesado el parque, y siguen alejándose. Llevan casi media hora de caminata y no han abierto la boca. Sólo Arturo ha hablado un poco, cuando su jefe le ha llamado al móvil para decirle el buen trabajo que ha hecho con la Pan Head.
Un coche frena en seco, el chirrido despierta a un bebé en su carro, la madre se para y lo coge en brazos. Ciro refunfuña. Arturo pone los ojos en blanco.
-¿Te lías un cigarro?
El rubio se ha parado, con las manos en los bolsillos, rebuscando el tabaco y el papel, y a Ciro no le queda otra que medio sonreír.
-Terco.
-Mira quién habla. ¿Te lo haces o no?
Asiente, saca su lata de tabaco. Arturo deja de buscar la suya, y se sientan en un banco cercano.
Están en una plaza pequeña, y están bastante seguros de no haberla visto antes. No les pilla cerca esa parte de la ciudad, se han alejado bastante en realidad. Dos, cuatro bancos, una fuente de agua, ocho árboles. Ni unos tristes columpios. Los setos que la bordean están bastante mustios, una de las dos papeleras está en el suelo, arrancada de cuajo.
-Mechero.
Sin prisas, Arturo saca el suyo, y se encienden los pitillos. Fuman, en silencio durante las primeras caladas.
-¿Entonces?
-Cosa?
-¿Vas a hablar de lo de Raquel?
Ciro suspira.
-Sabes, creo que sí debería llamar a Gabi. No creo que fuera la noche que esperaba cuando le dije de salir con nosotros.
-Ciro.
Otra calada nerviosa. Y otra más.
-Además, Santi iba pavoneándose como el rey de la discoteca. Menos mal que no se le atravesó a ninguno y no hubo pelea, eso ya habría sido demasiado. Troppo per una notte, dai.
Arturo resopla. Pero Ciro sigue con la verborrea.
-Sí, voy a llamarla. Lo que no sé es qué diablos hacíais Jam y tú por ahí perdidos, podíais haber controlado un poco a Santi y así yo habría podido... Bueno...
-Diablos, ya era hora. ¿Podrías qué? ¡Venga!
El bibliotecario saca el móvil y busca en la agenda.
-¿Sabes? Voy a llamar a Gabi. Se lo merece.
Más ojos en blanco por parte del rubio, que suspira. En el fondo, Ciro se siente mal, pero tampoco quiere hablar del tema. De lo mucho que le dolió ver cómo la camarera, su camarera, se iba con un rubio cualquiera de discoteca.
-Hey, Gabi.
-¿Ciro?
-Sep. Escucha, quería pedirte perdón por lo de anoche.
-¿Por anoche? ¿Por qué?
-Por no haber sido lo que tenía que ser, yo... Anoche no era mi mejor momento.
-Tampoco creo que fuera el mío... Pero tampoco pasó nada. Fue interesante verte con tus amigos de fiest... ¿Ciro? ¿Hola?
Pero Ciro se ha quedado congelado a media frase, viendo aparecer por la otra esquina de la plazoleta a un chico rubio de hombros anchos riéndose junto a dos amigos. ¿Han mirado en su dirección y luego se han hechado a reír? Le da un codazo a Arturo, que se medio incorpora cagándose en todo.
-No. No, Ciro, no. Joder.
-¿Hola? Ciro, ¿estás bien?
Gabi sigue al teléfono, ignorada. El móvil está encerrado en el puño de Ciro, que evita el agarre de su amigo y se acerca a los otros tres, rápido, casi corriendo.
-¡Eh! ¡Eh, rubio! ¿No sabes quién soy, verdad? -El chaval le mira, con cara de ver a un chiflado. Ciro sonríe al llegar a su lado.- Bueno, pues yo sí sé quién eres, bastardo di merda.
El puñetazo le destroza los nudillos, pero él está en la gloria. Lo van a reventar entre los tres, lo tiene claro, pero le da igual. Sigue repartiendo puñetazos y patadas como si le fuera la vida en ello; y recibe tantas como da.
Arturo hace un placaje contra uno de los otros, y se pone a su lado para pelear. Los otros tres intentan evitar sus golpes; tiene mucha fuerza, y Ciro agradece el descanso en la paliza. Pero aun así, las hostias caen para todos.
De pronto, el rubio de la discoteca escupe y echa a correr. Ciro se queda con el puño cargado. Y Arturo le engancha del cuello de la camiseta tras dar un último puñetazo y también arranca a correr, arrastrándolo. Se oyen sirenas de la policía a lo lejos, subiendo hacia la plaza. Se alejan lo más rápido que pueden, escondiéndose en un portal ancho, a tres o cuatro calles de distancia, y se echan al suelo para recuperar el aliento.
-Yo... te mato... cabrón.
-Gra... grazie.
Jadean, tumbados en el suelo. Les duele el cuerpo por todas partes.
-En serio que te mato.
-¿¡Chicos!?
Ambos miran hacia la mano de Ciro: el móvil, que quién sabe cómo ha sobrevivido, sigue allí, encendido; y Gabi grita por él, preocupada. Arturo le roba el teléfono al italiano y contesta.
-Hey, muchacha, soy Arturo. ¿No te habremos asustado, verdad?
-¿¡Os habéis peleado!?
-No, que va. Ciro se ha peleado. Yo me he pegado. Pero hemos hecho que Richelieu y los suyos se rindan al Rey de Francia, y...
-Y perdón por Arturo haciendo el idiota. -Ciro recupera su teléfono.- Y por todo, en realidad.
-¿Dónde estáis?
-Ah... Pues no sé exactamente... Espera, que miro la calle. Aguamarga, tirados en un portal enorme. Cosa vuoi?
-Esperad ahí.
Cuelga, y no le ha dado tiempo a guardar el móvil y explicarle al rubio ese final de conversación cuando Gabi, vestida con vaqueros desteñidos y una camiseta roja con el símbolo de DeadPool comiéndose un taco, aparece.
-¿Pero se puede saber qué habéis hecho? Anda, venid, antes de que alguien os vea.
No les deja hablar ni media palabra, se da la vuelta y gira la esquina. Lleva unas llaves en la mano, y los chicos le siguen a lo largo de la calle hasta donde se detiene. Abre el portal.
-Subid a casa, tenemos que curar los cortes... Y creo que tengo pomada para los golpes. También hay hielo, pero no sé si el suficiente para los dos.
Sube por las escaleras, acelerada; Ciro y Arturo se cruzan una mirada boquiabiertos. Esa no es la Gabi tímida que conocen y a la que se están acostumbrando. De hecho, les recuerda a la madre que dedica una colleja a su hijo que se acaba de caer y le dice "te lo tengo dicho, por tonto, por no hacerme caso" mientras le cura.
-Va, pasad. ¡Cris! ¡Cris, saca el alcohol y el betadine!
La tal Cris se asoma desde la cocina. Melena larga, vestido morado, gafas moradas. Tiene cara de sorpresa.
-¿A quién hay que curar? ¡Ay, mi madre! ¿Y estos?
Gabi deja las llaves en la mesa del comedor, y les señala que se sienten en las sillas de alrededor. Cris la sigue cuando va a por el botiquin.
-Dos con los que salí el sábado.
-¿El grupo del bibliotecario? ¿El que dijo que te iba a ayudar?
-El idiota moreno. El otro es su mejor amigo. ¿Tenemos bolsas y hielo?
-Claro.
Solos en el comedor, "el idiota moreno y su mejor amigo" se hacen gestos y susurran para que no les oigan. No les da tiempo a fijarse en cómo es la estancia; concentrados en hablar entre ellos de lo que está pasando, escuchando a las dos chicas que están en la cocina y a una tercera a la que no han visto y que, por lo visto, está hablando con alguien por teléfono a gritos.
Gabi entra en el comedor, con gasas y alcohol del 96 en la mano, y Cris lleva un par de bolsas llenas de hielo. Le tiende una a cada uno, que no saben si suspirar o medio llorar al notar el dolor y el alivio que les proporciona. Luego empiezan a quejarse, a sisear y a maldecir cuando, sin contemplaciones, les desinfectan entre las dos los cortes y raspazos en nudillos, en las rodillas, en la cara.
-Suerte que no se os ha roto la ropa, viendo cómo habéis quedado.
-Eran golpes, no agarrones.
-Silencio. Anda que ya os vale, poneros a pelear en mitad de la calle, como si nada. ¿En qué pensabais, se puede saber?
Cristina se pone a su lado, seria.
-Yo lo sé. "Eh, mira ese grupo, me han mirado mal, vamos a pegarnos".
-"Uuuh, vale, no soy capaz de pensar nada mejor para pasar el rato".
Ciro se sonroja. No saben lo cerca que está la acusación de la verdad. Arturo tuerce el gesto.
-Preguntadle a él. Yo sólo he evitado que fuera un tres contra uno.
-Tú a callar, lo que tenías que haber hecho era evitar que se peleara.
-Pero...
Gabi le mira con una mueca de enfado, y decide callarse. Suspira, intenta parecer insensible y luego hace una mueca y sisea cuando el alcohol le toca las heridas de los nudillos.
-¡Ay!
-Idiotas. Esto no sería necesario si no hubieseis peleado.
Se quedan todos en silencio, y se escucha perfectamente a la chica desconocida gritar. "No, no puedes hacer lo que te de la gana, Alex, y pretender que te proteja y no te caiga la bronca. No, díselo. Alex, que se lo digas, te estoy diciendo. O lo haces tú o... Que me escuches y lo hagas".
Gabi y Cristina se miran.
-¿Su hermano?
-Se ve que anoche la lió parda y no quiere contarle nada a los padres.
-Genial.
Se escucha una puerta cerrarse, y una voz que se acerca desde el pasillo.
-¡Chicaaaaas, mi hermano es idiota, pero le quiero, así que distraedme o vuelvo a casa a matarlo! ¿Chicas?... Ops.
La muchacha aparece en la puerta del comedor, con el pelo rizado recogido de cualquier forma en una coleta, unos pantalones cortos y una camiseta gris con una bandera pirata estampada.
Gabi hace una mueca parecida a un amago de sonrisa, sentada frente a Arturo y Ciro, que sujetan las bolsas de hielo contra la mejilla izquierda y la frente, respectivamente. Cris le sonríe, mientras les termina de poner esparadrapo para sujetar las gasas tras el betadine.
-Te presento a dos de los que os he hablado, Ciro y Arturo. Mi amiga Laura.
-Hola.
-¿Qué les ha pasado?
-¿Además de ser idiotas y pegarse en plena plaza? Buena pregunta. Que nos cuenten, ¿no?
Y las tres se les quedan mirando.
11 jun 2014
16- Holy crap
"Soltanto parole, parole tra noi".
La frase está repetida una y otra vez a lo largo del folio.
Le da igual. No deja de mirarla, de observarla y escribirla de nuevo. En huecos pequeños, sobre las demás letras.
Hoy no habla con nadie, no saluda a la gente. Está tan abatido como algunos de los jóvenes que van a estudiar; los que parece que se quieren cortar las venas porque no dan abasto con todo el estudio.
Y eso que hoy es domingo y no tenía que abrir. Les está haciendo un favor.
Se está haciendo un favor.
No ha llamado ni a Rubén ni a Lucía.
Jaime le ha llevado un café antes. Ahora revolotea entre los estantes, buscando manuales de medicina. De vez en cuando le lanza miradas preocupadas.
"Soltanto parole, parole tra noi".
Suspira y deja caer el bolígrafo.
Joder, lo mal que le salió la noche.
-¿Sí?
-Roto, tío, tienes que venir.
-¿Qué dices, Jam? ¿Sabes la hora que es? Joder, si no es ni mediodía...
Jaime se muerde el labio, y le saca el dedo a un estudiante que le pide silencio. Se esconde tras la última estantería, esperando que Ciro no lo vea.
-Me da igual si tienes resaca. Ven cagando leches.
-¿Por qué? ¿Qué pasa?
-Que el idiota este no estaba enchochado. Está en la biblioteca.
-Pero si es domingo, Jam, no me jodas.
-Te digo que parece más enamorado que otra cosa.
Casi se imagina al rubio poniéndose en pie y maldiciendo en arameo.
-No dejes que Santi se entere. Tiene un don para meter el dedo en la llaga.
-¿Bromeas? Se supone que vendrá a recogerme antes de ir al bar, así que más vale que te des prisa.
'Los tres mosqueteros'. Se queda mirando el título del libro que acaban de devolver. Siempre ha sido su libro favorito. Desde pequeño, cuando il nonno se sentaba en el patio trasero de la casa, pelando naranjas de sangre, y se la leía. Le daba gajos de naranja, gajos rojos y dulces, y siempre hacía las voces de los personajes.
Él jugaba a ser D'Artagnan, así que il nonno era todos los demás.
-Merde. Ora sono Athos, nonno.
Athos. El triste enamorado desencantado. Ay, lo que le dolía cuando il nonno hacía su papel de Athos. Siempre daba tanta lástima... Y ahora, Athos es él.
Le da por mirar la hoja en la que escribía antes.
Sin darse cuenta, ha estado garabateando en ella. Milady, la femme fatale por excelencia. Una Milady que se parece a cierta camarera.
-Joder, sí que te ha dado fuerte.
-Cazzo... ¿Qué hacés aquí, Arturo?
-¿Por qué no dejas a Jaime aquí hasta que pueda venir Lucía y tú y yo damos una vuelta? Y cambia esa cara larga.
Le mira con desgana.
-No, grazie.
Pero Arturo le ignora.
-Además, tienes que llamar a Gabi. Se quedó un poco descolocada cuando Santi demostró ser el rey de la noche, y tú no eras mas que un pasmarote con los ojos abiertos.
-Que no.
Jaime asoma la cabeza, con mueca preocupada. Arturo le hace un gesto de "el idiota se está resistiendo, pero por mis narices que le puedo".
-Y necesitas hablar de lo de Raquel y el rubio.
-No. Vai via, Arturo.
El rubio se agacha frente a él, con una mueca bastante seria.
-Mira, Ciro. Si no sales ahora mismo de aquí con buena cara, te corro a hostias. Tú mismo.
19 may 2014
15- ¡Fiesta! ¿Fiesta?
-¡No la veo!
-¡Vale! ¡Te lo traigo en nada!
-¿Dónde vas...? ¡Eh!
Ciro maldice entre dientes. Hay demasiada gente, la música está muy alta, no tiene ni idea de lo que ha dicho Arturo. Ni siquiera cree que se hayan oído. Se gira a hablar con los demás, gritando para hacerse escuchar.
-¡Creo que ha ido a la barra!
Jaime asiente, Gabi mira a todo el mundo y a todos lados con ojos demasiado abiertos, demasiado pálida y demasiado callada. Ciro suspira.
-¡Joder, pues vamos a la barra también! ¡Chupitos para todos!
Santi está en su elemento. Se lo notan. Lo ha dejado claro desde que se han juntado en la puerta del bar, soltando piropos a las chicas a diestro y siniestro; moviéndose entre conversaciones, arrastrándolos a la discoteca. Ma perchè ha deciso lui? La pregunta le ronda desde el primer paso que han dado dentro.
La música house es ensordecedora.
Gabi le aprieta el brazo.
-¿Tenemos que hacerlo?
Casi le dan ganas de reírse al ver su miedo. Pero Raquel (hay que ver qué guapa está, piensa, con la melena suelta y los leggins negros haciendo que sus piernas sean interminables) se adelanta y sonríe.
-Claro que no. ¡Tú lo que tienes que hacer es relajarte! Vamos a bailar, anda.
La coge de la mano, guiña un ojo en su dirección para tranquilizarlo, y se la lleva entre la multitud mientras las ve alejarse. Jaime le da un par de palmadas en el hombro.
-¡Menos mal que esta iba a ser tu noche!
-¡Cállate!
-¿Qué? ¡No te oigo!
-¡Que te calles!
Santi reaparece, esquivando cuerpos, con varios cubatas en la mano. Arturo le sigue, más calmado, interrogando a Ciro con la mirada. Él señala a algún punto indeterminado, sin saber exáctamente dónde estarán.
-¡Cubatas de gratis para todos! ¡Yuujuuuu! ¿Y las chicas?
Unas chavalas se acercan sin disimulo alguno, bailando cerca de Jaime y Arturo, que beben intentando no reírse. Ciro sigue buscando con la vista, sin encontrar. ¿Aquel destello rojizo es el pelo de Raquel, o un reflejo de las luces?
-¡Italianini!
Santi le da una palmada en la espalda, sonriendo.
-¿Damos una vuelta a ver si las vemos?
Asiente, intranquilo. No puede dejar a Gabi sola, no con el miedo que llevaba encima la pobre. Aunque como terapia de choque para que se suelte y no sea tan cerrada, no está nada mal. Y Raquel. No, imposible dejarla. Seguro que alguien intenta levantársela. Tiene que encontrarlas.
-...y de eso nos conocemos. Tampoco es que sea la gran cosa, sólo me dijo que saldrían hoy y bueno, no me apetecía quedarme en casa un sábado. Y desde luego, no iba a salir con los de la facultad, después del corte en la última cena de clase. ¿A que no?
Gabi resopla. Es difícil contestarle. Sobretodo porque no tiene ni idea de lo que están hablando. Sólo sabe que la conversación ha empezado con un "¿Sabes que no bailas mal?" y ha acabado siendo una especie de "vamos-a-comentar-nuestra-vida" mientras siguen bailando. Una especie de monólogo en el que ella sólo dice un par de monosílabos. Bueno, así está bien. Aunque si no se acercara tanto la gente para bailar, se sentiría mejor. Y si la música estuviera un poco más baja. Y si en los quince minutos que llevan allí no hubieran tenido que mentir tres o cuatro veces diciendo que no estaban solas, que sus novios están fumando en la pequeña terraza trasera de la discoteca.
-¡Gabi!
-¿Qué? Perdón, yo...
Raquel se ríe.
-¡Que por qué no le has dicho que sí al rubio ese que te ha preguntado antes si bailabas con él!
-Oh, bueno... Es que... No... No es mi tipo.
-Uuuuuuh. ¿Y cuál es?
Se pone roja, rojísima. Lo nota. ¿Y si intenta bailar, haciendo como que está emocionada por la música? A lo mejor así evita la pregunta. Pero Raquel es la reina de las cotillas. Y ella, como Santi, está en su habitat. Es un animal social al que le gusta saber todo de todos. "La información es poder".
-Mmh, pues...
-¡Ahí están! ¡Rakeeee! ¡Gabiiiii!
Ciro sonríe ampliamente, cayendo casi sobre ellas. Santi les tiende un cubata a cada una, y les pasa un brazo por la cintura.
-¡Bailemos!
Se ríen. Gabi parpadea mucho mientras les ve reír, y prueba la bebida, nerviosa. La ginebra está fuerte, no sabe decir si está en el punto justo de alcohol o se han pasado un poco. Pero tampoco es que pueda hacer mucho por arreglarlo. Además, el rubio de antes ha vuelto a la carga, y ella se cuelga de Santi y Ciro para esquivarlo. El muchacho, viendo que la morena no cede, cambia de objetivo. Una sonrisa bien grande, una mano tendida, y la camarera con la sonrisa más bonita del mundo y el chico-discoteca se pierden bailando juntos.
Justo en ese momento llega Arturo, con Jaime detrás despidiéndose amablemente de las dos muchachas que les seguían. El rubio intenta no reírse de la cara que se le ha quedado al pobre bibliotecario.
-Pues también es mala suerte, tú.
-Arturo.
-¿Sí?
-Vaffanculo.
-¡Vale! ¡Te lo traigo en nada!
-¿Dónde vas...? ¡Eh!
Ciro maldice entre dientes. Hay demasiada gente, la música está muy alta, no tiene ni idea de lo que ha dicho Arturo. Ni siquiera cree que se hayan oído. Se gira a hablar con los demás, gritando para hacerse escuchar.
-¡Creo que ha ido a la barra!
Jaime asiente, Gabi mira a todo el mundo y a todos lados con ojos demasiado abiertos, demasiado pálida y demasiado callada. Ciro suspira.
-¡Joder, pues vamos a la barra también! ¡Chupitos para todos!
Santi está en su elemento. Se lo notan. Lo ha dejado claro desde que se han juntado en la puerta del bar, soltando piropos a las chicas a diestro y siniestro; moviéndose entre conversaciones, arrastrándolos a la discoteca. Ma perchè ha deciso lui? La pregunta le ronda desde el primer paso que han dado dentro.
La música house es ensordecedora.
Gabi le aprieta el brazo.
-¿Tenemos que hacerlo?
Casi le dan ganas de reírse al ver su miedo. Pero Raquel (hay que ver qué guapa está, piensa, con la melena suelta y los leggins negros haciendo que sus piernas sean interminables) se adelanta y sonríe.
-Claro que no. ¡Tú lo que tienes que hacer es relajarte! Vamos a bailar, anda.
La coge de la mano, guiña un ojo en su dirección para tranquilizarlo, y se la lleva entre la multitud mientras las ve alejarse. Jaime le da un par de palmadas en el hombro.
-¡Menos mal que esta iba a ser tu noche!
-¡Cállate!
-¿Qué? ¡No te oigo!
-¡Que te calles!
Santi reaparece, esquivando cuerpos, con varios cubatas en la mano. Arturo le sigue, más calmado, interrogando a Ciro con la mirada. Él señala a algún punto indeterminado, sin saber exáctamente dónde estarán.
-¡Cubatas de gratis para todos! ¡Yuujuuuu! ¿Y las chicas?
Unas chavalas se acercan sin disimulo alguno, bailando cerca de Jaime y Arturo, que beben intentando no reírse. Ciro sigue buscando con la vista, sin encontrar. ¿Aquel destello rojizo es el pelo de Raquel, o un reflejo de las luces?
-¡Italianini!
Santi le da una palmada en la espalda, sonriendo.
-¿Damos una vuelta a ver si las vemos?
Asiente, intranquilo. No puede dejar a Gabi sola, no con el miedo que llevaba encima la pobre. Aunque como terapia de choque para que se suelte y no sea tan cerrada, no está nada mal. Y Raquel. No, imposible dejarla. Seguro que alguien intenta levantársela. Tiene que encontrarlas.
-...y de eso nos conocemos. Tampoco es que sea la gran cosa, sólo me dijo que saldrían hoy y bueno, no me apetecía quedarme en casa un sábado. Y desde luego, no iba a salir con los de la facultad, después del corte en la última cena de clase. ¿A que no?
Gabi resopla. Es difícil contestarle. Sobretodo porque no tiene ni idea de lo que están hablando. Sólo sabe que la conversación ha empezado con un "¿Sabes que no bailas mal?" y ha acabado siendo una especie de "vamos-a-comentar-nuestra-vida" mientras siguen bailando. Una especie de monólogo en el que ella sólo dice un par de monosílabos. Bueno, así está bien. Aunque si no se acercara tanto la gente para bailar, se sentiría mejor. Y si la música estuviera un poco más baja. Y si en los quince minutos que llevan allí no hubieran tenido que mentir tres o cuatro veces diciendo que no estaban solas, que sus novios están fumando en la pequeña terraza trasera de la discoteca.
-¡Gabi!
-¿Qué? Perdón, yo...
Raquel se ríe.
-¡Que por qué no le has dicho que sí al rubio ese que te ha preguntado antes si bailabas con él!
-Oh, bueno... Es que... No... No es mi tipo.
-Uuuuuuh. ¿Y cuál es?
Se pone roja, rojísima. Lo nota. ¿Y si intenta bailar, haciendo como que está emocionada por la música? A lo mejor así evita la pregunta. Pero Raquel es la reina de las cotillas. Y ella, como Santi, está en su habitat. Es un animal social al que le gusta saber todo de todos. "La información es poder".
-Mmh, pues...
-¡Ahí están! ¡Rakeeee! ¡Gabiiiii!
Ciro sonríe ampliamente, cayendo casi sobre ellas. Santi les tiende un cubata a cada una, y les pasa un brazo por la cintura.
-¡Bailemos!
Se ríen. Gabi parpadea mucho mientras les ve reír, y prueba la bebida, nerviosa. La ginebra está fuerte, no sabe decir si está en el punto justo de alcohol o se han pasado un poco. Pero tampoco es que pueda hacer mucho por arreglarlo. Además, el rubio de antes ha vuelto a la carga, y ella se cuelga de Santi y Ciro para esquivarlo. El muchacho, viendo que la morena no cede, cambia de objetivo. Una sonrisa bien grande, una mano tendida, y la camarera con la sonrisa más bonita del mundo y el chico-discoteca se pierden bailando juntos.
Justo en ese momento llega Arturo, con Jaime detrás despidiéndose amablemente de las dos muchachas que les seguían. El rubio intenta no reírse de la cara que se le ha quedado al pobre bibliotecario.
-Pues también es mala suerte, tú.
-Arturo.
-¿Sí?
-Vaffanculo.
1 feb 2014
14- Ready to rock
Las estrellas no se ven a través del destello de las farolas, pero ellos saben que están ahí. Lejanas, distantes, hirviendo con fuego abrasador; igual que la energía que les recorre a ellos. Es sábado, sábado de fiesta. Sábado de verse e ir a liarla parda; de gritarle al mundo que ellos están en pie y que nada les importa.
Es pronto para encontrarse con las chicas; es la hora de cenar.
Por eso están todos en el piso de Ciro, fumando, riendo. Las litronas se multiplican despacio, entre bocado y bocado de pizza y algo parecido a rollitos primavera y sushi. ¿Qué más les da? Es sábado, están juntos y se pueden comer el mundo, si lo desean.
No pueden derribarles del pedestal. Es su pedestal su cima de la montaña; donde empieza la noche: adrenalina, chistes malos, bromas absurdas, y verse arreglados.
Justo de eso están hablando ahora.
-Todavía no me creo que vayas presentable.
Santi se hace el ofendido, blandiendo los palillos chinos con los que se come la ensalada. A Ciro le sigue haciendo gracia que sea vegano, después de tantos años que le conoce.
-¡Vamos a ver, que tampoco soy un trepa! Joder, tíos, lo vuestro es exagerado.
Ciro ríe, atragantándose con la pizza de espinaca y bresaola.
-Dai, Santi! -Alarga las vocales, habla con voz aguda, como si fuera una madre o una abuela mirando a su niño crecido.- Mira que guapo te has puesto, cómo se nota que esta noche vas a salir con chicas.
Y es cierto, lo tiene que reconocer a medida que los demás se ríen y le lanzan migas de pan entre bromas. De normal no se habría vestido así, a él le da lo mismo salir de tirantes con una camiseta cualquiera que ponerse una camisa; todo depende de la ropa que tenga limpia y lo primero que encuentre en el armario. Desde que vive con su hermano, solos, la casa es un poco caótica. Y sin embargo, hoy lleva la cresta peinada, las dilataciones de los lóbulos cambiadas por un aro de acero nuevo y otra con una estrella roja y negra dibujada. Incluso se ha cambiado los piercings de colores por otros plateados, más normales. Y reconoce que se siente más cómodo con una camiseta de Black Sabbath que en tirantes, viendo que los demás suelen salir también así. Excepto Jaime, que suele llevar alguna camisa de cuadros; pero es que el futuro médico es "especial". O como lo llama él, pijo redomado.
-Eh, dejad de meteros conmigo y decidle algo al pijolis este, que viene todo engominado!
-No más que tú, chaval. -Arturo se ríe, llevándose a la cocina su plato vacío y volviendo con la quinta botella de litro de cerveza.- Seguro que te has dejado el sueldo del mes en fijarte esos pelos.
Santi le hace la burla.
-¿Cuánto has tardado tú en hacerte la coleta, tío listo?
Se ríen; suben un poco el volumen de la música. Sólo son las nueve y cuarto. Dentro de un poco, se pondrán en pie, se pelearán por ir al baño a peinarse un poco, a lavarse los dientes y robarle a Ciro desodorante y colonia; la colonia que su mamma le sigue enviando desde casa porque no se fía de la que su niño pueda comprar en España. "Roma", se llama. Todos coinciden en que, junto con la que lleva Arturo, son las mejores que han olido. No hay chica que no les diga lo bien que huelen.
-A propósito de ciervas, señores... ¿Qué piensas hacer, Ciro? ¿No tienen que venir la rara y Rake?
Un cojín vuela, pero Santi lo esquiva, riéndose a carcajadas.
-¡Cállate, so gafe!
-Vaaale, vale. Señorita Tímida y Señorita Camarera.
Hasta Arturo se ríe al ver lo rojo que se pone el bibliotecario. Aplasta el cigarro contra el cenicero, se pone en pie y le da volumen a la música. Se ha soltado la melena, y junto a Santi, empiezan a tocar un par de guitarras imaginarias. Jaime canta; Ciro grita desde la cocina, donde está dejando la comida de Roald.
La energía corre a través de ellos, como una estrella más. ¡Es sábado, y es fiesta!
La energía corre a través de ellos, como una estrella más. ¡Es sábado, y es fiesta!
City lights are calling
Slowly coming back to life
Speeding in the fast line
Mama let us waste no time!
Devil in the doorway
Selling any kind of hell
We're just coming out to play!
Gritan, saltan, se mueven al compás. La noche es joven como ellos, fuerte como ellos. ¡Son imparables, listos para devorar el mundo, para crear la fiesta!
We're superheroes!!
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