-Admítelo.
-Mai.
El rubio pone los ojos en blanco. Se lleva a la boca un cigarro al que sólo le quedan dos caladas. Se remueve un poco para notar el calor de la chaqueta, intentando que la capucha no le caiga sobre los ojos y no sentirse incómodo. El maldito tío de la puerta, con su sonrisa de superioridad, esperando que "los señores quieran entrar y pedir mesa".
-No me jodas, Ciro.
Ciro termina de liar su propio cigarro. Ha comprado de una clase nueva, más oscuro que el que acostumbra, y el olor a vainilla es más fuerte, también. Ha dejado de llover unos minutos atrás, pero aun así, ellos están refugiados en el portal frente a la bocatería.
-Admítelo para que podamos entrar y sentarnos. Por si no lo has notado ¡hace frío! Se me están congelando hasta las...
-Que no. Legolas me gusta en la película, pero no en el libro.
-No tienes ni idea, de verdad.
-Quejica. Mira, ahí está ella.
Arturo masculla todavía, notando los dedos de los pies helados. Se frota el mentón; intentando recordar la última vez que se afeitó. Ciro sonríe, encendiendo el pitillo. Los rizos más rebeldes le cuelgan sobre la frente, un tanto empapados por la llovizna que han soportado durante todo el camino.
La muchacha llega hasta ellos, bien abrigada con su plumas negro y la capucha de pelo echada. Tiene un paraguas plegable en la mano, transparente. La melena oscura cae por encima de la bufanda gris, y las puntas se le rizan por la humedad. Sigue teniendo los ojos grandes, asustados.
-...Hola.
-¡Gabi! Dai, dai, vamos dentro. ¿Cómo estás? -Ciro le dedica una sonrisa de oreja a oreja. Se adelanta, la engancha del brazo, coge a Arturo y los arrastra sin dejar de hablar.- Te he traído un libro, como pediste. Creo que te gustará, trata también de un chico con problemas para relacionarse... Vaya frío hace, ¿verdad? ¡El tiempo está loco!
El rubio suelta una risilla, sin poderlo evitar. Ciro siempre se pone charlatán cuando está nervioso. Pero es gracioso, verse arrastrado por la calle por alguien a quien saca veinte centímetros. Gabi mira al suelo, roja. Sólo cuando entran a la bocatería y el recepcionista les asigna sitio, Ciro detiene la verborrea incesante.
Arturo aprovecha para soltarse, desabrochar la chaqueta y quitarsela. Dentro hace calor, y el pelo suelto le pica en el cuello, aplastado por la capucha.
Se han sentado en una esquina, lejos de la puerta, donde ven bastante bien el local. Parece una mezcla entre el Bocatta y Vip's. No parece estar mal.
-¿Algo nuevo en tu vida, Gabi?
Ciro lo ha dicho como si nada, pero los dos notan como la muchacha coge aliento y traga saliva.
-Pues...
-Se ha quitado el piercing.
Una mirada interrogante del bibliotecario. Arturo se encoge de hombros.
-¿Qué? Es cierto. Ya no lleva el pendiente de la nariz.
-Me he quitado el septum. He decidido... -Ciro le sonríe, para que siga hablando. Arturo no cree que sea posible que se ponga aún más roja.- He decidido hacer algunos cambios en mi apariencia.
-¡Eso es genial! Cuenta, cuenta.
Arturo suspira, pensando en la moto que tiene en el taller, esperándole, mientras Ciro sigue sacando casi con sacacorchos frases cortas a la tímida joven.
Cuarenta minutos después, salen del local. Vuelve a lloviznar, lo justo para que las capuchas vuelvan a tapar las orejas y Gabi abra el paraguas.
-Tu amigo me da un poco de reparo.
Hasta ella misma se asombra de lo natural que le ha salido la frase. Ciro la mira, seguro de que Arturo, que va tres o cuatro pasos por delante de ellos, lo ha oído. Pero Gabi parece haberse soltado un poco, o quizá sea que también empieza a cambiar un poco su carácter, y no le deja ni abrir la boca.
-Es tan serio... No parece mal tipo, pero me da algo de cosa que siempre me mire como estudiándome.
Ciro le pasa un brazo por los hombros.
-Tienes razón, no es mal tipo. De hecho, es el mejor tío que conozco. Pero su vida ha sido bastante mierda hasta hace nada, así que es normal que sea desconfiado, certo?
-Yo... Supongo.
-Dejad de hablar de mí y apretar el paso, leches, que parece que va a liarse una buena.
Un trueno resuena a lo lejos.
Se juntan los tres, apretados, corriendo más que caminando, camino de un punto de encuentro común. La puerta de la biblioteca está cerrada, todavía no abren por las noches. Ciro se recuerda mentalmente que el lunes no tiene excusa, ahora que llegan los semestrales.
Gabi se para en seco.
-Gracias por el libro, Ciro. Y por la cena.
Sonríe, orgulloso.
-No ha sido nada, de verdad. Acuérdate de ir mañana al bar, eh.
Ella asiente, roja otra vez.
-Hasta mañana, Ciro.
-Ciao!
Arturo enciende un cigarro.
-Y gracias también a ti, Arturo. Por ayudar.
-Pse. Te veo mañana.
La ven alejarse en silencio, fumando como si el tiempo no pasara. Cuando su silueta se ha perdido, Ciro se encara contra su amigo.
-Ya te vale, Roto.¿ Podrías ser más inexpresivo?
El rubio sonríe.
-Pse.
-Ti ammazzo.
-Prueba. Te estoy ayudando, pero me cuesta, Ciro. Lo sabes de sobra.
-Confía en mí, si? Non ti farà male, per una volta.
-Déjate de italiano conmigo, chaval. Me has preparado una encerrona porque no querías ir sólo. Ahora no me vengas con el cuento de que soy un dolor en el culo. -Tira el cigarro a la acera mojada, y lo pisa. Le guiña un ojo a Ciro antes de despedirse con un puñetazo en el hombro y echar a andar.- Y ya verás como no entenderá por qué quieres que lea a Holden Caulfield.
-¡Verás como sí!
Desde unos metros más allá le llega una carcajada burlona. Se ríe él también.
-Domani sarà anche meglio.
Ciro es un bibliotecario un tanto peculiar. Tiene piercings, fuma mucho, y bebe todavía más. Le gusta la música rock, dormir poco y salir todas las noches; la ropa rota y los vaqueros. Pero, por encima de todo, le gusta ayudar a la gente. Ayudarla DE VERDAD. Por eso, cuando una muchacha le pide un libro para aprender a sonreír, él se convertirá en el mejor amigo del mundo... ¡Si su vida de locos no lo mata antes!
23 dic 2013
2 dic 2013
12- Cena sorpresa
You're standin' to close what the fuck's with you
You ain't my old lady and you ain't a tattoo
No need to whimper no need to shout
This party is over so get the fuck out
Get the fuck out!
La música suena alta, la voz de Sebastian Bach medio tapada por la de su amigo. Sonríe, tira el cigarro al suelo y lo pisa. Luego entra al taller. Arturo está solo, como siempre que cierra. Hace horas extra.
Pasa sin prisa al lado de un montón de ruedas. El rubio está de espaldas, cantando. Coleta alta, camisa de tirantes más negra que blanca, el mono anudado a la cintura. Está enfrascado con una moto. Ciro no entiende de motos, pero reconoce que esa es preciosa, negra y naranja. Muy americana, muy de club de moteros.
-Artu.
Arturo deja de cantar. Se gira, sentado en el suelo, sin soltar la llave abierta que tiene en la mano.
-¿Qué haces aquí?
-He cerrado la biblioteca y se me ha ocurrido venir a verte. -Se mueve un poco para ocultar el bulto que lleva bajo la sudadera.- ¿Qué haces con ese cacharro?
El rubio se pone en pie, acariciando el manillar de la moto.
-Eh, muestra un respeto. Esta preciosidad es una Pan Head del 52. Y en estado magnífico.
-¿Una qué?
Una sonrisa enorme precede al trapo que Arturo le lanza a la cara.
-Una Harley Davidson, ignorante. Le estaba ajustando el embrague. Para la exhibición de la semana que viene.
Ciro recuerda. En la entrada de la biblioteca tiene un poster gigante con las fechas bien grandes de una exhibición de motos. Arturo se lo ha comentado miles de veces, emocionado. Minchia, soy un despiste con patas.
-Joder.
-Sí... Es magnífica.
Sonríen, cada uno por un motivo. Skid Row sigue sonando por los altavoces, esta vez, la canción es Youth gone wild.
-Eh, Artu.
-Dime.
Se gira, limpiándose un poco las manos en el mono. Deja la llave en una mesa cercana, y abre una botella de agua.
-Te he traído una cosa. Pero no te emociones, capi?
-Tranquilo, no te pediré que te cases conmigo.
Ríen. Ciro saca el libro que escondía bajo la sudadera, y se lo da. El rubio lo coge con reverencia.
-Preludio a la Fundación... Joder, Ciro.
-Eh, has dicho que no querías casarte conmigo.
-Y no quiero. Quiero tener un hijo contigo. ¿Cómo has sabido que...?
-Eh, Artu.- Le palmea la espalda, sonriendo.- El otro día hiciste demasiado por mí, y además, mañana espero que te superes y me ayudes con Gabi y Raquel.
Se sienta en una silla cercana mientras Arturo abre con cuidado el libro, con ansia de devorar cada palabra que haya dentro. Tararea el estribillo de la canción, alegre.
We stand and we won't fall
We're the one and one for all
The writting's on the wall
We are the youth gone wild!
-¿Cuándo has quedado con Gabi?
Ciro sonríe, las manos sobre el regazo. Despacio, muy despacio, Arturo deja el libro en la mesa, y cambia la sonrisa por un gesto serio.
-Dime que no.
-Espero que tengáis duchas aquí, hemos quedado para cenar. Los tres.
Arturo pone los ojos en blanco, luego lo señala acusatoriamente.
-Quiero el divorcio.
13 nov 2013
11- Llueve, Dantés.
Calor.
Seco. El aire es deliciosamente seco y cálido, con ese olor a papel impreso flotando como incienso que se consume poco a poco, impregnándolo todo.
Las luces de la entrada son cálidas también, aunque en las salas del fondo brillan algunos flexos. Está por empezar la temporada de exámenes.
Sonríe.
Avanza decidido, a su sitio, quitándose la sudadera. La cuelga en el respaldo de la silla, y se sienta. Se toma su tiempo antes de encender el ordenador, con los ojos cerrados, acomodándose en la silla.
"Vuelvo a casa... Hoy he terminado mi turno. Te he echado de menos estos dos días en la cafetería. No lo vuelvas a hacer, ¿vale?"
Sigue notando ese beso en la mejilla. Y el calor en la ingle.
-¡Mira quién ha venido!
Rubén deja una pila de libros en el mostrador. Viene de recoger el material de las mesas vacías, y ni siquiera se sienta. Sólo se apoya en la mesa, frente a Ciro, dedicándole una sonrisa. Hoy lleva una camiseta de Dr. Slump. Ciro siempre juega a reconocer los dibujos que tienen sus camisetas.
-Ciao, Rubén.
Hasta él mismo se nota la voz de idiota empedernido. El idiota empedernido con cara de cordero degollado.
-Alguien está feliz, ¿eh? ¿Se puede saber cómo lo haces para estar así en este día asqueroso al inicio de mis -lo observa coger aire, la nuez moverse al tragar saliva- absoluta y completamente jodidos exámenes?
Se miran. Rubén no está enfadado en realidad, ambos lo saben. Pero el estrés de la temporada le agría el carácter. Y, Ciro lo reconoce, cuando una persona está así lo mejor no es presentarse ante ella con una sonrisa idiota y con toda la calma del mundo.
-Gracias. Por cubrir todo el miércoles, y esta mañana.
-Olvídalo. Al menos has venido. Me dijo Arturo que estabas enfermo.
-Es mi biblioteca, vecchio. Claro que vengo. Y lo estuve.
-De resaca, ya. Pues yo me vuelvo a mis apuntes. Tienes todos los movimientos de estos días en el registro.
Asiente, mientras el otro se pone un abrigo oscuro y una palestina verde oscura. Enciende el ordenador, introduce el usuario, e inicia el programa. También saca de un cajón sus auriculares.
-Eh, Ciro. Esta mañana la chica esa tan mona del septum ha venido. Te ha dejado un recado.
Se activa de golpe. Pobre Gabi, ni la ha llamado. Pues sí que se está luciendo como "mejor amigo".
-¿Qué ha dicho?
Rubén sonríe, casi en la puerta. Tiene un paraguas plegable azul en la mano, a medio abrir.
-¿Tu novia, italianini?
-Mi amiga.
-Ya, claro. Bueno, pues tu... "amiga" dice que le recomiendes un libro. -Abre la puerta, y saluda con la mano. Termina de abrir el paraguas.- A ver si me la presentas algún día, Ciro.
Se marcha. Respira el frescor que ha entrado los pocos segundos que la puerta ha estado abierta. Un libro. ¿Cómo le recomienda un libro a alguien que no sabe sonreír? Alguien del que desconoce muchas cosas. Cazzo.
Se pone los auriculares, enciende youtube, listas de reproducción. La voz rasgada de Andi Deris le inunda los oídos.
What can I do?
Will I be getting trough?
Now that I must try to leave it all behind
Did you see what you have done to me?
So hard to justify
Slowly it's passing by
Canta bajito, aunque tampoco hay demasiada gente. La lluvia no anima a salir, y los únicos ocupantes de la biblioteca son los de la última sala, y en un rincón, Jaime, enfrascado en manuales. Cuando está así de concentrado, no escucha ni un ruido. Al cerrar, le dirá de acompañarlo a casa e ir juntos al bar.
Forever and one, I will miss you
However, I kiss you yet again
Way down in Neverland
La lluvia golpea con buen ritmo el cristal que hay a su espalda. Ciro se aleja del mundo, releyendo una vez más las páginas de El Conde de Montecristo.
Tiene a un lado apartado uno de los libros que Rubén le ha dejado, preparado.
Apoya los codos en la mesa, la mano sosteniendo el mentón, escapando con Dantés del peñon de If. Ya ha visto un poco del tesoro del abate Faria: tiene la mejor sonrisa del mundo y ha quedado con ella el sábado.
Antes de perderse por completo en la historia de Dantés, escribe un post-it con letra fluida.
"Llevar a Gabi El guardián entre el centeno".
Way down in Neverland.
Seco. El aire es deliciosamente seco y cálido, con ese olor a papel impreso flotando como incienso que se consume poco a poco, impregnándolo todo.
Las luces de la entrada son cálidas también, aunque en las salas del fondo brillan algunos flexos. Está por empezar la temporada de exámenes.
Sonríe.
Avanza decidido, a su sitio, quitándose la sudadera. La cuelga en el respaldo de la silla, y se sienta. Se toma su tiempo antes de encender el ordenador, con los ojos cerrados, acomodándose en la silla.
"Vuelvo a casa... Hoy he terminado mi turno. Te he echado de menos estos dos días en la cafetería. No lo vuelvas a hacer, ¿vale?"
Sigue notando ese beso en la mejilla. Y el calor en la ingle.
-¡Mira quién ha venido!
Rubén deja una pila de libros en el mostrador. Viene de recoger el material de las mesas vacías, y ni siquiera se sienta. Sólo se apoya en la mesa, frente a Ciro, dedicándole una sonrisa. Hoy lleva una camiseta de Dr. Slump. Ciro siempre juega a reconocer los dibujos que tienen sus camisetas.
-Ciao, Rubén.
Hasta él mismo se nota la voz de idiota empedernido. El idiota empedernido con cara de cordero degollado.
-Alguien está feliz, ¿eh? ¿Se puede saber cómo lo haces para estar así en este día asqueroso al inicio de mis -lo observa coger aire, la nuez moverse al tragar saliva- absoluta y completamente jodidos exámenes?
Se miran. Rubén no está enfadado en realidad, ambos lo saben. Pero el estrés de la temporada le agría el carácter. Y, Ciro lo reconoce, cuando una persona está así lo mejor no es presentarse ante ella con una sonrisa idiota y con toda la calma del mundo.
-Gracias. Por cubrir todo el miércoles, y esta mañana.
-Olvídalo. Al menos has venido. Me dijo Arturo que estabas enfermo.
-Es mi biblioteca, vecchio. Claro que vengo. Y lo estuve.
-De resaca, ya. Pues yo me vuelvo a mis apuntes. Tienes todos los movimientos de estos días en el registro.
Asiente, mientras el otro se pone un abrigo oscuro y una palestina verde oscura. Enciende el ordenador, introduce el usuario, e inicia el programa. También saca de un cajón sus auriculares.
-Eh, Ciro. Esta mañana la chica esa tan mona del septum ha venido. Te ha dejado un recado.
Se activa de golpe. Pobre Gabi, ni la ha llamado. Pues sí que se está luciendo como "mejor amigo".
-¿Qué ha dicho?
Rubén sonríe, casi en la puerta. Tiene un paraguas plegable azul en la mano, a medio abrir.
-¿Tu novia, italianini?
-Mi amiga.
-Ya, claro. Bueno, pues tu... "amiga" dice que le recomiendes un libro. -Abre la puerta, y saluda con la mano. Termina de abrir el paraguas.- A ver si me la presentas algún día, Ciro.
Se marcha. Respira el frescor que ha entrado los pocos segundos que la puerta ha estado abierta. Un libro. ¿Cómo le recomienda un libro a alguien que no sabe sonreír? Alguien del que desconoce muchas cosas. Cazzo.
Se pone los auriculares, enciende youtube, listas de reproducción. La voz rasgada de Andi Deris le inunda los oídos.
What can I do?
Will I be getting trough?
Now that I must try to leave it all behind
Did you see what you have done to me?
So hard to justify
Slowly it's passing by
Canta bajito, aunque tampoco hay demasiada gente. La lluvia no anima a salir, y los únicos ocupantes de la biblioteca son los de la última sala, y en un rincón, Jaime, enfrascado en manuales. Cuando está así de concentrado, no escucha ni un ruido. Al cerrar, le dirá de acompañarlo a casa e ir juntos al bar.
Forever and one, I will miss you
However, I kiss you yet again
Way down in Neverland
La lluvia golpea con buen ritmo el cristal que hay a su espalda. Ciro se aleja del mundo, releyendo una vez más las páginas de El Conde de Montecristo.
Tiene a un lado apartado uno de los libros que Rubén le ha dejado, preparado.
Apoya los codos en la mesa, la mano sosteniendo el mentón, escapando con Dantés del peñon de If. Ya ha visto un poco del tesoro del abate Faria: tiene la mejor sonrisa del mundo y ha quedado con ella el sábado.
Antes de perderse por completo en la historia de Dantés, escribe un post-it con letra fluida.
"Llevar a Gabi El guardián entre el centeno".
Way down in Neverland.
11 nov 2013
10- Llueve ¡Mamma mía!
La lluvia no es muy densa, pero cae sin tregua; la humedad se le mete en los huesos a través de los rotos del pantalón. Menos mal que hoy se ha puesto la sudadera con capucha.
-¿A que hora sales hoy?
-Boh... Llevo dos días sin aparecer por aquí, Roto. Tengo que organizar todo, revisar archivos y préstamos...
-Pasar por la cafetería a ver si está Raquel...
Le dedica una mirada helada.
-Me gustaría verte enamorado, Artu.
El rubio sonríe a medias, como si disfrutara de una broma interna. La chaqueta de piel le aisla bastante del frío, pero lleva la melena empapada, y los vaqueros manchados de grasa empiezan a mojarse por los bajos. Él se encoge de hombros.
-A lo mejor un día os doy un susto y os digo que me caso.
Ciro masculla en italiano, peleándose consigo mismo para no gritar a la gente que, paraguas en mano, le obliga a ir por la parte descubierta de la acera.
-Qué te vas a casar tú.
-Quién sabe, Ciro... Tampoco es que os cuente mucho de mi vida. A lo mejor tengo novia y no os lo he dicho. Todo es posible.
-Ffanculo. ¿Te lo he dicho alguna vez?
-Yo también te quiero, moreno.
Se ríen, esquivando a un grupo de estudiantes que corren para llegar al autobús. No aceleran el paso aunque la lluvia parece apretar.
Arturo saca una cajetilla de cigarros largos, suaves. Ciro le coge uno y prueba a encenderlo. Le cuesta, pero disfruta al conseguirlo, al expulsar el humo y ver cómo las gotas de agua dibujan formas extrañas. Como una acuarela en el aire, en blanco y gris. Arturo enciende otro.
-¿Y con quién te casarías?
-A ti te lo voy a decir.
-¿A quién si no?
-Oye... ¿Esa no es Raquel?
Se paran los dos al abrigo de un portal, observando una melena pelirroja recogida en una coleta alta, un paraguas a topos verdes y morados esperando a cruzar el paso de cebra cercano.
Ciro apura el cigarro, nervioso.
-Esto está muy lejos de la cafetería, tú. ¿Qué hace aquí?
-¿Y por qué me lo preguntas a mí? Si yo estoy de paso, camino al taller.
Tira el cigarro al suelo y lo pisa. Rodea los hombros del biblioteario con el brazo y le sonríe.
-¿Por qué simplemente no la saludas?
Se incorpora, mientras Ciro pone los ojos en blanco. Qué idea de bombero, piensa.
-¡Raquel!
Se sobresalta, mira furioso a su amigo, que corre calle abajo. En cierto punto, Arturo se para y le dedica una mueca.
-¡Nos vemos en el bar, macarroni!
Se queda quieto, debatiéndose entre matar al rubio o sonreír y pasar de todo. No se ha decidido cuando, esquivando personas, una chaqueta azul y un paraguas verde y morado de topos se plantan frente a él, acompañados de una sonrisa muy grande y una coleta pelirroja.
-¡Hola! ¿Cómo tan lejos de tu biblioteca, Ciro?
La sangre galopa desenfrenada por su cuerpo, la adrenalina invade todo su sistema y tiene que tragar saliva. Dai, dai. Daaaai.
-Me he dado la mañana libre, supongo. ¿Y tú?
Raquel sonríe, encogiéndose de hombros.
-Vuelvo a casa... Hoy he terminado mi turno. Te he echado de menos estos dos días en la cafetería.
Se queda parado. Es cierto. El miércoles lo pasó de resaca enfermo en casa con Arturo. Y hoy se han levantado tarde también. Dio cane.
-Yo...
-No lo vuelvas a hacer, ¿vale? ¡Se me hace muy extraño no charlar contigo por la mañana!
Agradece que la chaqueta le venga grande y oculte la zona clave. Porque toda la sangre se le ha ido a la misma parte desde el instante en que ha oído que le echaba de menos, y no es capaz de pensar con serenidad. Maldita su idea de ponerse vaqueros. Se revuelve, incómodo, deseando que el portal estuviese menos iluminado, o que el cristal de la puerta no fuese de espejo. Así no se vería a sí mismo tan estúpido, allí plantado; mientras Raquel sonríe con toda la calma del mundo, resplandeciente.
-No, claro que no.
-¡Genial! Bueno, yo me voy que me están esperando en casa... Me alegro de verte, Ciro. nos vemos mañana.
Se inclina, le da un beso en la mejilla y sigue andando, tranquila.
Ciro se sienta en el escalón más alto del portal, espalda recta, manos aferrando el suelo. Tiene la mirada fija y el corazón desatado.
Un cigarro. Necesita un cigarro.
No, necesita un café.
Lo que necesita es un guantazo para reaccionar. Se da un golpe suave en la frente con una mano.
-Mamma mia...
Se queda sentado un rato más, observando la lluvia, la gente, el tráfico. Le arde la mejilla y las ingles.
Al cabo de un rato se pone en pie con desgana, camino de la biblioteca.
Tiene una sonrisa idiota en la cara.
-¿A que hora sales hoy?
-Boh... Llevo dos días sin aparecer por aquí, Roto. Tengo que organizar todo, revisar archivos y préstamos...
-Pasar por la cafetería a ver si está Raquel...
Le dedica una mirada helada.
-Me gustaría verte enamorado, Artu.
El rubio sonríe a medias, como si disfrutara de una broma interna. La chaqueta de piel le aisla bastante del frío, pero lleva la melena empapada, y los vaqueros manchados de grasa empiezan a mojarse por los bajos. Él se encoge de hombros.
-A lo mejor un día os doy un susto y os digo que me caso.
Ciro masculla en italiano, peleándose consigo mismo para no gritar a la gente que, paraguas en mano, le obliga a ir por la parte descubierta de la acera.
-Qué te vas a casar tú.
-Quién sabe, Ciro... Tampoco es que os cuente mucho de mi vida. A lo mejor tengo novia y no os lo he dicho. Todo es posible.
-Ffanculo. ¿Te lo he dicho alguna vez?
-Yo también te quiero, moreno.
Se ríen, esquivando a un grupo de estudiantes que corren para llegar al autobús. No aceleran el paso aunque la lluvia parece apretar.
Arturo saca una cajetilla de cigarros largos, suaves. Ciro le coge uno y prueba a encenderlo. Le cuesta, pero disfruta al conseguirlo, al expulsar el humo y ver cómo las gotas de agua dibujan formas extrañas. Como una acuarela en el aire, en blanco y gris. Arturo enciende otro.
-¿Y con quién te casarías?
-A ti te lo voy a decir.
-¿A quién si no?
-Oye... ¿Esa no es Raquel?
Se paran los dos al abrigo de un portal, observando una melena pelirroja recogida en una coleta alta, un paraguas a topos verdes y morados esperando a cruzar el paso de cebra cercano.
Ciro apura el cigarro, nervioso.
-Esto está muy lejos de la cafetería, tú. ¿Qué hace aquí?
-¿Y por qué me lo preguntas a mí? Si yo estoy de paso, camino al taller.
Tira el cigarro al suelo y lo pisa. Rodea los hombros del biblioteario con el brazo y le sonríe.
-¿Por qué simplemente no la saludas?
Se incorpora, mientras Ciro pone los ojos en blanco. Qué idea de bombero, piensa.
-¡Raquel!
Se sobresalta, mira furioso a su amigo, que corre calle abajo. En cierto punto, Arturo se para y le dedica una mueca.
-¡Nos vemos en el bar, macarroni!
Se queda quieto, debatiéndose entre matar al rubio o sonreír y pasar de todo. No se ha decidido cuando, esquivando personas, una chaqueta azul y un paraguas verde y morado de topos se plantan frente a él, acompañados de una sonrisa muy grande y una coleta pelirroja.
-¡Hola! ¿Cómo tan lejos de tu biblioteca, Ciro?
La sangre galopa desenfrenada por su cuerpo, la adrenalina invade todo su sistema y tiene que tragar saliva. Dai, dai. Daaaai.
-Me he dado la mañana libre, supongo. ¿Y tú?
Raquel sonríe, encogiéndose de hombros.
-Vuelvo a casa... Hoy he terminado mi turno. Te he echado de menos estos dos días en la cafetería.
Se queda parado. Es cierto. El miércoles lo pasó de resaca enfermo en casa con Arturo. Y hoy se han levantado tarde también. Dio cane.
-Yo...
-No lo vuelvas a hacer, ¿vale? ¡Se me hace muy extraño no charlar contigo por la mañana!
Agradece que la chaqueta le venga grande y oculte la zona clave. Porque toda la sangre se le ha ido a la misma parte desde el instante en que ha oído que le echaba de menos, y no es capaz de pensar con serenidad. Maldita su idea de ponerse vaqueros. Se revuelve, incómodo, deseando que el portal estuviese menos iluminado, o que el cristal de la puerta no fuese de espejo. Así no se vería a sí mismo tan estúpido, allí plantado; mientras Raquel sonríe con toda la calma del mundo, resplandeciente.
-No, claro que no.
-¡Genial! Bueno, yo me voy que me están esperando en casa... Me alegro de verte, Ciro. nos vemos mañana.
Se inclina, le da un beso en la mejilla y sigue andando, tranquila.
Ciro se sienta en el escalón más alto del portal, espalda recta, manos aferrando el suelo. Tiene la mirada fija y el corazón desatado.
Un cigarro. Necesita un cigarro.
No, necesita un café.
Lo que necesita es un guantazo para reaccionar. Se da un golpe suave en la frente con una mano.
-Mamma mia...
Se queda sentado un rato más, observando la lluvia, la gente, el tráfico. Le arde la mejilla y las ingles.
Al cabo de un rato se pone en pie con desgana, camino de la biblioteca.
Tiene una sonrisa idiota en la cara.
30 oct 2013
9- Entre planes y resaca
La casa es un desastre.
Le duele la cabeza, siente la garganta que le quema, y el mundo parece girar a velocidades demasiado rápidas para su estómago. Respira con los ojos cerrados, quieto, sujetándose con fuerza al asiento.
-Dio cane...
Se pone en pie, sorteando zapatillas tiradas de cualquier manera, el mando de la tele, una chaqueta. ¿Eso es un plato de hace cuántos días? Lo ignora, decidido a llegar al baño. No enciende la luz, no abre el grifo. Se sienta en el suelo, abraza la taza y vomita.
Vomita porque le arde la tripa; porque el olor le da arcadas; porque la cabeza le da vueltas y los colores brillan demasiado; porque le duelen las costillas y le quema la garganta.
Vomita, porque piensa que necesita comer algo, y eso hace que la bilis salga hasta por la nariz. Vomita, y juraría que vomita hasta la primera papilla.
Y luego, nada. Arcadas, toses. Siente la necesidad de vomitar, una necesidad compulsiva. Lo necesita, ¡lo necesita!, pero su estómago está vacío y los ojos le lloran demasiado. Se abraza con más fuerza a la taza, ardiendo, disfrutando del frío de la porcelana, tiritando.
Una lengua áspera le lame el pie descalzo; intenta reírse por las cosquillas y se atraganta. Más arcadas. Se enciende la luz, las baldosas naranjas de la pared parecen estallar como fuegos artificiales en sus ojos.
-¿Estás bien, tío?
Agua fría en el cuello. Da un manotazo, ojos apretados, dientes apretados, intentando ignorar la sensación de enfermedad. Se pone en pie, con cuidado, tira de la cadena y se enjuaga la boca. Su mirada se pierde viendo cómo resbalan las gotas de agua por la cerámica de la pila hasta el desagüe, sin ser consciente de Roald sentado a sus pies, esperando su comida. Arturo le pone una mano en la espalda. Está caliente, parece quemar.
-Cristo biondo, Artu, sto benissimo! Smettila di fare finta di essere mia mamma!
El rubio le ignora. Le coge de los hombros, le arrastra hacia el dormitorio.
-¿Cuánto hace que no duermes aquí, Ciro?
-Ma smettila, ti ho detto!
La habitación está perfectamente recogida, como si hubiera sido limpiada y ordenada esa misma mañana. Las sábanas de rayas negras y grises están estiradas perfectamente sobre el colchón, la manta roja doblada sin una arruga en mitad de la cama. Sobre las mesitas de noche, madera gris ceniza, sólo las lámparas de metal sin ninguna marca de huellas. En una hay un vaso vacío con la botella de agua cerrada al lado, y un libro en cuya portada de colores rojizos aparece algo parecido a un unicornio y su caballero, ambos con armadura de guerra.
-Siéntate. Vamos, Ciro, sentado. ¿Dónde tienes el pijama?
No espera respuesta, busca bajo la almohada. Saca una camiseta vieja de Judas Priest y unos pantalones negros de deporte, y se los da al italiano.
-¿Por qué no duermes en tu cama mientras yo preparo el desayuno y me encargo de todo, tío?
Ciro se ha caído sobre la cama, dormido, y no le escucha.
Gris marengo.
Rojo borgoña.
¿Un cuadro blanco con letras negras? Eso decididamente no está en su comedor... ¿Qué hace en su cuarto?
Se incorpora con lentitud, no muy seguro de lo que hace. A su lado, arrugado, está su "pijama". Ni siquiera ha dormido dentro de las sábanas... ¿Cómo ha llegado allí? Se acerca a la ventana.
El estor japonés hace demasiado ruido al moverse, piensa, pero al menos no siente arcadas por estar de pie, ni le revienta la cabeza el menor sonido. Intenta levantar con decisión la persiana.
Blanco cegador.
Gime, se da la vuelta, y se va hasta la puerta.
-Madonna... Dime che c'è un po' di buio ancora...
Negro refrescante.
El pasillo está a oscuras y sus ojos poco a poco se abren sin daño. Ahí está la foto que se hicieron los chicos y él hace un par de años, de fiesta; y allí la que tiene con su hermana de pequeños. Y en la pared de enfrente, está colgado el atrapasueños que le regaló cuando se vino a vivir a España. No se centra, nota que va divagando.
Le gruñe el estómago.
-Ahia!
-¿Ciro?
Arturo se asoma al pasillo, sin encender las luces. Ciro lo agradece mentalmente.
-Hey.
-¿Te encuentras mejor?
-¿No he estado mejor en mi vida?
El rubio sonríe ante la duda con que el otro bromea. Lleva el pelo húmedo y suelto, la camiseta sobre un hombro y va descalzo, recién salido de la ducha. Gotitas de agua caen del pelo por el pecho. Hace un gesto con la mano, señalando a su espalda.
-En la mesa de la cocina tienes el desayuno preparado. Intenta beber el café con azúcar, ¿quieres? Y tómate el maldito chocolate entero. Necesitas azúcar funcionando dentro de esa cabeza resacosa.
-Que te den.
-Vamos, princeso. Que quiero tumbarme en el sofá y dormir algo.
Sonríe como puede, y se dirige a la cocina.
¡Esa no es su cocina!
¿Desde cuándo el fregadero no está lleno con montones de platos sucios? ¿La encimera tenía ese color rojo desde siempre? ¿Desde cuándo el especiero que guarda junto a la vitro está tan limpio y ordenado? Y la mesa... ¿Cuánto hacía que no la veía puesta con tal esmero? Tapete rojo sobre el cristal, el cuenco de chocolate, tostadas, el café que el Roto sabe que si no bebe no es persona. Ni siquiera le molesta que haya quitado el hule rayado con permanentes, no después de ver el desayuno. Si hasta ha puesto dos tipos de mantequilla y unos cuantos más de mermelada.
Ese chaval se merece un monumento. Apuesta a que incluso ha ido a hacer la compra para poder preparar el desayuno.
Lo devora con ansia, como si no hubiese mañana, incluido el chocolate caliente y el azúcar en el café, aunque en eso tiene bastantes reparos. Hasta friega todo, incómodo por verlo sucio. Se asoma al comedor, y entre las paredes de papel pintado simulando madera oscura en contraste con la naranja en la que se apoyan los muebles metalizados y la tele, no ve a su amigo.
Lo que sí puede ver es que se ha metido la paliza del siglo. La casa está perfectamente recogida.
Adiós, botellines vacíos, platos a medio comer, cenizas desperdigadas. Adiós, revistas tiradas de cualquier manera, libros en montones precarios, vasos pegajosos de cubatas en el sitio menos esperado. Hola, suelos limpios, muebles relucientes, orden en la habitación, olor a ambientador de azahar por debajo del olor a incienso.
Roald le muerde el pie descalzo.
-Ahia!
Lo coge en brazos, y se encamina al sofá, tapado por una cortina negra de hilos. Arturo duerme allí, con los vaqueros manchados de la noche anterior, y el pelo desparramado por los cojines grises y naranjas. La cicatriz del rostro es lo que menos se ve, piensa Ciro mientras contempla la espalda del rubio. Lo que duele más es lo que las camisetas tapan. Los recuerdos viejos, los miedos, las ganas de llorar, de desaparecer, y los castigos. Cicatrices nudosas que recorren la espalda, pálidas, curadas desde hace mucho. Él las recuerda vendadas. Él las ha visto abiertas, sangrando, mientras su amigo se volvía furia, mientras decidía no desaparecer, mientras decidía cambiar su mundo y su suerte de mierda.
Ha le palle, recuerda que dijo en el hospital, a los policías. È il mio amico e ha le palle. "Es mi amigo y tiene cojones". Arturo dormía, igual que ahora, con el pelo suelto. En aquel entonces era más largo, él estaba más delgado y la espalda estaba vendada.
-Sei bravo, vecchio.
Roald le sujeta con los dientes la mano, reclamando caricias, y Ciro satisface el ego gatuno, pensativo. Quiere agradecerle lo que ha hecho.
Y quiere alegrarle un poco la vida.
Arturo frunce el ceño, dormido por completo, como si tuviese un mal sueño. Le recorre un escalofrío, y Ciro aparta la vista de la espalda marcada, todavía con las ganas de ayudar a su amigo en la garganta, mezcladas con la angustia del pasado.
Suelta al gato, que maulla levemente enfadado, y tapa a su amigo con una manta de pelo beige que tiene bajo la chaise long. Entonces ve la nota sobre la mesita.
Eh, cacho perro.
Me debes 40 pavos de la compra. Joder, compra de vez en cuando, que no se puede vivir sólo de birra, parece mentira.
He llamado a la biblio, Rubén te cubre. Y si vuelves a dejar la casa así, te daré de hostias hasta cansarme.
¡Despiértame, y estás muerto!
Sonríe, y se sienta en el suelo, recostado contra el sofá. Saca el móvil, son las cinco y media de la tarde.
Acaricia la cabezota de Roald y se lo pone en el regazo, disfrutando de su ronroneo. Luego, saca el móvil, que aún llevaba en el bolsillo. ¡Si todavía tiene batería! Teclea rápidamente, esperando el tono.
Le responde la voz de una chica joven.
-¿Qué pasa, Ciro?
-Ciao, Marta. Oye, tu hermano está dormido en mi sofá...
-Sí, nos ha llamado antes, que se quedaba hoy también en tu casa.
-Perfetto! No, quería preguntarte otra cosa... ¿Me puedes decir qué libro de Asimov le falta? Quiero darle una sorpresa y no se me ocurre nada mejor.
-En cuanto llegue a casa te escribo un whatsapp, ¿vale?
-Muchas gracias, Marta.
-¡De nada, Ciro! ¡Adiós!
Revisa los mensajes, todavía rumiando cómo alegrar un poco a su amigo. Sonríe al ver el de Gabi, y empieza a pensar planes y más planes para el sábado.
-Mreow.
-Hey, Roald. -Deja el móvil en el suelo y le da un beso en la nariz a Roald.- ¿No crees que Artu se ha ganado el cielo, Narciso?
El gato le ignora soberanamente, lamiéndose las patas con celo.
Ciro apoya la cabeza en una esquina de la manta, que no llega a tapar los pies de Arturo. Su último pensamiento antes de volver a dormirse, es que debe tener el pelo hecho un desastre y que su amigo se merece, ya no el libro que le falta, no. Merece toda una librería en condiciones, un poco menos de amargura y algo más de suerte.
Y a él se le ocurren varias formas de, al menos, mejorar las dos primeras.
Le duele la cabeza, siente la garganta que le quema, y el mundo parece girar a velocidades demasiado rápidas para su estómago. Respira con los ojos cerrados, quieto, sujetándose con fuerza al asiento.
-Dio cane...
Se pone en pie, sorteando zapatillas tiradas de cualquier manera, el mando de la tele, una chaqueta. ¿Eso es un plato de hace cuántos días? Lo ignora, decidido a llegar al baño. No enciende la luz, no abre el grifo. Se sienta en el suelo, abraza la taza y vomita.
Vomita porque le arde la tripa; porque el olor le da arcadas; porque la cabeza le da vueltas y los colores brillan demasiado; porque le duelen las costillas y le quema la garganta.
Vomita, porque piensa que necesita comer algo, y eso hace que la bilis salga hasta por la nariz. Vomita, y juraría que vomita hasta la primera papilla.
Y luego, nada. Arcadas, toses. Siente la necesidad de vomitar, una necesidad compulsiva. Lo necesita, ¡lo necesita!, pero su estómago está vacío y los ojos le lloran demasiado. Se abraza con más fuerza a la taza, ardiendo, disfrutando del frío de la porcelana, tiritando.
Una lengua áspera le lame el pie descalzo; intenta reírse por las cosquillas y se atraganta. Más arcadas. Se enciende la luz, las baldosas naranjas de la pared parecen estallar como fuegos artificiales en sus ojos.
-¿Estás bien, tío?
Agua fría en el cuello. Da un manotazo, ojos apretados, dientes apretados, intentando ignorar la sensación de enfermedad. Se pone en pie, con cuidado, tira de la cadena y se enjuaga la boca. Su mirada se pierde viendo cómo resbalan las gotas de agua por la cerámica de la pila hasta el desagüe, sin ser consciente de Roald sentado a sus pies, esperando su comida. Arturo le pone una mano en la espalda. Está caliente, parece quemar.
-Cristo biondo, Artu, sto benissimo! Smettila di fare finta di essere mia mamma!
El rubio le ignora. Le coge de los hombros, le arrastra hacia el dormitorio.
-¿Cuánto hace que no duermes aquí, Ciro?
-Ma smettila, ti ho detto!
La habitación está perfectamente recogida, como si hubiera sido limpiada y ordenada esa misma mañana. Las sábanas de rayas negras y grises están estiradas perfectamente sobre el colchón, la manta roja doblada sin una arruga en mitad de la cama. Sobre las mesitas de noche, madera gris ceniza, sólo las lámparas de metal sin ninguna marca de huellas. En una hay un vaso vacío con la botella de agua cerrada al lado, y un libro en cuya portada de colores rojizos aparece algo parecido a un unicornio y su caballero, ambos con armadura de guerra.
-Siéntate. Vamos, Ciro, sentado. ¿Dónde tienes el pijama?
No espera respuesta, busca bajo la almohada. Saca una camiseta vieja de Judas Priest y unos pantalones negros de deporte, y se los da al italiano.
-¿Por qué no duermes en tu cama mientras yo preparo el desayuno y me encargo de todo, tío?
Ciro se ha caído sobre la cama, dormido, y no le escucha.
Gris marengo.
Rojo borgoña.
¿Un cuadro blanco con letras negras? Eso decididamente no está en su comedor... ¿Qué hace en su cuarto?
Se incorpora con lentitud, no muy seguro de lo que hace. A su lado, arrugado, está su "pijama". Ni siquiera ha dormido dentro de las sábanas... ¿Cómo ha llegado allí? Se acerca a la ventana.
El estor japonés hace demasiado ruido al moverse, piensa, pero al menos no siente arcadas por estar de pie, ni le revienta la cabeza el menor sonido. Intenta levantar con decisión la persiana.
Blanco cegador.
Gime, se da la vuelta, y se va hasta la puerta.
-Madonna... Dime che c'è un po' di buio ancora...
Negro refrescante.
El pasillo está a oscuras y sus ojos poco a poco se abren sin daño. Ahí está la foto que se hicieron los chicos y él hace un par de años, de fiesta; y allí la que tiene con su hermana de pequeños. Y en la pared de enfrente, está colgado el atrapasueños que le regaló cuando se vino a vivir a España. No se centra, nota que va divagando.
Le gruñe el estómago.
-Ahia!
-¿Ciro?
Arturo se asoma al pasillo, sin encender las luces. Ciro lo agradece mentalmente.
-Hey.
-¿Te encuentras mejor?
-¿No he estado mejor en mi vida?
El rubio sonríe ante la duda con que el otro bromea. Lleva el pelo húmedo y suelto, la camiseta sobre un hombro y va descalzo, recién salido de la ducha. Gotitas de agua caen del pelo por el pecho. Hace un gesto con la mano, señalando a su espalda.
-En la mesa de la cocina tienes el desayuno preparado. Intenta beber el café con azúcar, ¿quieres? Y tómate el maldito chocolate entero. Necesitas azúcar funcionando dentro de esa cabeza resacosa.
-Que te den.
-Vamos, princeso. Que quiero tumbarme en el sofá y dormir algo.
Sonríe como puede, y se dirige a la cocina.
¡Esa no es su cocina!
¿Desde cuándo el fregadero no está lleno con montones de platos sucios? ¿La encimera tenía ese color rojo desde siempre? ¿Desde cuándo el especiero que guarda junto a la vitro está tan limpio y ordenado? Y la mesa... ¿Cuánto hacía que no la veía puesta con tal esmero? Tapete rojo sobre el cristal, el cuenco de chocolate, tostadas, el café que el Roto sabe que si no bebe no es persona. Ni siquiera le molesta que haya quitado el hule rayado con permanentes, no después de ver el desayuno. Si hasta ha puesto dos tipos de mantequilla y unos cuantos más de mermelada.
Ese chaval se merece un monumento. Apuesta a que incluso ha ido a hacer la compra para poder preparar el desayuno.
Lo devora con ansia, como si no hubiese mañana, incluido el chocolate caliente y el azúcar en el café, aunque en eso tiene bastantes reparos. Hasta friega todo, incómodo por verlo sucio. Se asoma al comedor, y entre las paredes de papel pintado simulando madera oscura en contraste con la naranja en la que se apoyan los muebles metalizados y la tele, no ve a su amigo.
Lo que sí puede ver es que se ha metido la paliza del siglo. La casa está perfectamente recogida.
Adiós, botellines vacíos, platos a medio comer, cenizas desperdigadas. Adiós, revistas tiradas de cualquier manera, libros en montones precarios, vasos pegajosos de cubatas en el sitio menos esperado. Hola, suelos limpios, muebles relucientes, orden en la habitación, olor a ambientador de azahar por debajo del olor a incienso.
Roald le muerde el pie descalzo.
-Ahia!
Lo coge en brazos, y se encamina al sofá, tapado por una cortina negra de hilos. Arturo duerme allí, con los vaqueros manchados de la noche anterior, y el pelo desparramado por los cojines grises y naranjas. La cicatriz del rostro es lo que menos se ve, piensa Ciro mientras contempla la espalda del rubio. Lo que duele más es lo que las camisetas tapan. Los recuerdos viejos, los miedos, las ganas de llorar, de desaparecer, y los castigos. Cicatrices nudosas que recorren la espalda, pálidas, curadas desde hace mucho. Él las recuerda vendadas. Él las ha visto abiertas, sangrando, mientras su amigo se volvía furia, mientras decidía no desaparecer, mientras decidía cambiar su mundo y su suerte de mierda.
Ha le palle, recuerda que dijo en el hospital, a los policías. È il mio amico e ha le palle. "Es mi amigo y tiene cojones". Arturo dormía, igual que ahora, con el pelo suelto. En aquel entonces era más largo, él estaba más delgado y la espalda estaba vendada.
-Sei bravo, vecchio.
Roald le sujeta con los dientes la mano, reclamando caricias, y Ciro satisface el ego gatuno, pensativo. Quiere agradecerle lo que ha hecho.
Y quiere alegrarle un poco la vida.
Arturo frunce el ceño, dormido por completo, como si tuviese un mal sueño. Le recorre un escalofrío, y Ciro aparta la vista de la espalda marcada, todavía con las ganas de ayudar a su amigo en la garganta, mezcladas con la angustia del pasado.
Suelta al gato, que maulla levemente enfadado, y tapa a su amigo con una manta de pelo beige que tiene bajo la chaise long. Entonces ve la nota sobre la mesita.
Eh, cacho perro.
Me debes 40 pavos de la compra. Joder, compra de vez en cuando, que no se puede vivir sólo de birra, parece mentira.
He llamado a la biblio, Rubén te cubre. Y si vuelves a dejar la casa así, te daré de hostias hasta cansarme.
¡Despiértame, y estás muerto!
Sonríe, y se sienta en el suelo, recostado contra el sofá. Saca el móvil, son las cinco y media de la tarde.
Acaricia la cabezota de Roald y se lo pone en el regazo, disfrutando de su ronroneo. Luego, saca el móvil, que aún llevaba en el bolsillo. ¡Si todavía tiene batería! Teclea rápidamente, esperando el tono.
Le responde la voz de una chica joven.
-¿Qué pasa, Ciro?
-Ciao, Marta. Oye, tu hermano está dormido en mi sofá...
-Sí, nos ha llamado antes, que se quedaba hoy también en tu casa.
-Perfetto! No, quería preguntarte otra cosa... ¿Me puedes decir qué libro de Asimov le falta? Quiero darle una sorpresa y no se me ocurre nada mejor.
-En cuanto llegue a casa te escribo un whatsapp, ¿vale?
-Muchas gracias, Marta.
-¡De nada, Ciro! ¡Adiós!
Revisa los mensajes, todavía rumiando cómo alegrar un poco a su amigo. Sonríe al ver el de Gabi, y empieza a pensar planes y más planes para el sábado.
-Mreow.
-Hey, Roald. -Deja el móvil en el suelo y le da un beso en la nariz a Roald.- ¿No crees que Artu se ha ganado el cielo, Narciso?
El gato le ignora soberanamente, lamiéndose las patas con celo.
Ciro apoya la cabeza en una esquina de la manta, que no llega a tapar los pies de Arturo. Su último pensamiento antes de volver a dormirse, es que debe tener el pelo hecho un desastre y que su amigo se merece, ya no el libro que le falta, no. Merece toda una librería en condiciones, un poco menos de amargura y algo más de suerte.
Y a él se le ocurren varias formas de, al menos, mejorar las dos primeras.
23 sept 2013
8- Volver a casa
Las llaves tintinean segundos antes de que se abra la puerta.
Entran con cuidado, intentando no hacer ruido, conteniendo la risa.
Se mueren de la risa cuando Arturo, el más alto de los dos, se tropieza con Roald, que ha salido a curiosear. Y a regalarles varios bufidos ofendidos.
-Shhh. Zitto, gatto. Zitto!
Roto se ríe, apoyado en la pared. Avanzan sin encender las luces hasta el comedor y se dejan caer en el sofá. Derrotados. El reloj marca las tres de la mañana.
-Oye, ¿nos hacemos la última?
-Busca en la nevera.
El rubio se levanta y vuelve, tras un buen rato de risas y tambaleos, con dos botellines de Judas, abiertos y bien fríos.
-¡Un brindis!
-¡Por nosotros!
Brindan, ríen. Ciro golpea suavemente el culo de la botella contra la mesa. Beben.
-¿Y qué vas a hacer el sábado con Gabi? Le dijiste que vendría con nosotros al bar, Ciro.
-Boh, Artu... La llevaré al bar, por supuesto. Pero venga, ya la has visto. Es incapaz de estar media hora en un sitio con mucha gente. Cenamos allí, como todos los sábados...- Lía un cigarrillo como puede, con bastante tino para lo borracho que va; y lo enciende. Expulsa el humo antes de seguir hablando.-...y luego, nos vamos, la dejo en su casa y recojo a Rake. No puedo faltar a la cita con Raquel.
-No, si lo digo por aquello de ayudar a la muchacha. Su mejor amigo y esas cosas.
Ciro gime.
-Merda.
-Sí, a eso me refería. ¿Por qué no pruebas a traer a Rake con todos, hum?- Le da un trago a la cerveza y mira fijamente a Ciro. Le brillan los ojos verdes por el alcohol.- En plan grupo y tal, y ya al acabar la noche, pues os piráis solos.
-¿Y a Gabi, quién la deja en casa, povera?
-Todos. Al salir del bar damos una vuelta, y la dejamos sana y salva.
-No quiero a Santi rondando a Rake. Es un salido, Roto.
Él se encoge de hombros.
-Es tu amigo, y le soportas. Sabes a lo que te arriesgas con él.
-Ayúdame a mantenerlo alejado de Raquel.
-Entonces agobiará a Gabi.
-Pues aléjalo de ella también.
-¡Eh, que soy tu amigo, no un guardaespaldas pluriempleado!
Ciro pone los ojos en blanco.
-¿No te parece bastante que vaya a tener que llevarme a Raquel con vosotros en vez de una cita nosotros dos solos?
La risa profunda de Arturo se le contagia. Empiezan a reírse, sin poder parar. Juraría que incluso se tiene que secar un par de lágrimas, mientras Roald se ofende por no poder tumbarse en su regazo.
-¡Ay!
Se queja cuando el gato le sujeta suavemente con los dientes el brazo. Aún le dura un poco la risa.
-Bene, bene! Ya te cojo, pesadilla.
Un trago a la cerveza, una calada, una caricia al pequeño tigre gris. Pone los pies sobre la mesa.
-¿Entonces?
-¿Entonces, qué, Spaghetti?
-Que si el sábado me ayudas con Gabi. Y con Raquel.
Arturo levanta una ceja.
-¿En serio me lo estás preguntando?
Se sonríen. Incluso en la oscuridad, saben que se están sonriendo. Ciro le pasa el cigarro, Arturo se estira en el sofá.
-Oye, Ciro.
-Cosa?
-Me puedo quedar a dormir aquí, ¿verdad?
-¿En serio me lo estás preguntando?
-Es que no recuerdo si llevo llaves. Y no quiero despertar a mi madre a estas horas...
El tono es serio. La niebla que el alcohol había provocado en sus cabezas se va en un parpadeo; y Ciro coge aire profundamente. Sabe el dolor que encierran esas pocas palabras.
-No quiero que se asuste, Ciro.
Se fija en la mano de su amigo, que se toca la delgada cicatriz de la sien.
-Eh, Roto. La cicatriz.
El rubio maldice, escondiendo la mano. Luego lo mira, tan serio como un enterrador.
-Tío, es sólo que no puedo olvidar lo que hizo ese capullo. Y parece que se están... Nos estamos recuperando. Pero si oye la puerta a estas horas y huele la peste a tabaco y alcohol, a mi madre le da un infarto. Y puede que a Marta también.
-Eh, te puedes quedar aquí a dormir siempre que quieras, macho. Ya lo sabes. No necesito ninguna explicación, Artu.
-Me pone de los nervios, Ciro. Me saca de quicio. Sigo soñando que no llego a tiempo de meterme en medio, que el golpe no me lo llevo yo; que...
-Arturo. Eh, Artu. -Ciro le aprieta el hombro, le sonríe.- Llegaste a tiempo. Lo largaste de casa, cazzo, y le devolviste la vida a tu madre y a tu hermana. Así que basta ya.
Un suspiro.
-¿Acabamos la birra, vecchio?
-Bien.
Vuelven a beber, y el ambiente parece relajarse. ¿Ha puesto la alarma en el móvil? ¿Le manda un mensaje a Rubén, por si no se despierta a tiempo para ir a la biblioteca?
Coge el teléfono, lo desbloquea. A su lado, Arturo ya está medio dormido en el sofá, con los pies descalzos sobre la mesa. Roald ronronea, profundamente dormido entre los dos.
El símbolo de un mensaje sin leer parpadea en la pantalla.
Messaggio di Gabi
"¿Voy el sábado a las 10 al bar de tus amigos?"
Sonríe un poco, medio dormido. La recuerda esa tarde, tímida, hablando apenas. Jam manejaba la conversación, como de costumbre, y Roto estaba tan callado como de normal. Pero entre las cervezas, las sonrisas y el buen rollo que llevaban, la muchacha empezó a perder el miedo. Cazzo, si parecía casi normal, preguntando y respondiendo sin tapujos. Incluso seguía alguna broma de Jam.
Se apresura a contestarle.
"¡Si! Si quieres, puedes ir antes. Jam y Arturo estarán allí :)"
Entran con cuidado, intentando no hacer ruido, conteniendo la risa.
Se mueren de la risa cuando Arturo, el más alto de los dos, se tropieza con Roald, que ha salido a curiosear. Y a regalarles varios bufidos ofendidos.
-Shhh. Zitto, gatto. Zitto!
Roto se ríe, apoyado en la pared. Avanzan sin encender las luces hasta el comedor y se dejan caer en el sofá. Derrotados. El reloj marca las tres de la mañana.
-Oye, ¿nos hacemos la última?
-Busca en la nevera.
El rubio se levanta y vuelve, tras un buen rato de risas y tambaleos, con dos botellines de Judas, abiertos y bien fríos.
-¡Un brindis!
-¡Por nosotros!
Brindan, ríen. Ciro golpea suavemente el culo de la botella contra la mesa. Beben.
-¿Y qué vas a hacer el sábado con Gabi? Le dijiste que vendría con nosotros al bar, Ciro.
-Boh, Artu... La llevaré al bar, por supuesto. Pero venga, ya la has visto. Es incapaz de estar media hora en un sitio con mucha gente. Cenamos allí, como todos los sábados...- Lía un cigarrillo como puede, con bastante tino para lo borracho que va; y lo enciende. Expulsa el humo antes de seguir hablando.-...y luego, nos vamos, la dejo en su casa y recojo a Rake. No puedo faltar a la cita con Raquel.
-No, si lo digo por aquello de ayudar a la muchacha. Su mejor amigo y esas cosas.
Ciro gime.
-Merda.
-Sí, a eso me refería. ¿Por qué no pruebas a traer a Rake con todos, hum?- Le da un trago a la cerveza y mira fijamente a Ciro. Le brillan los ojos verdes por el alcohol.- En plan grupo y tal, y ya al acabar la noche, pues os piráis solos.
-¿Y a Gabi, quién la deja en casa, povera?
-Todos. Al salir del bar damos una vuelta, y la dejamos sana y salva.
-No quiero a Santi rondando a Rake. Es un salido, Roto.
Él se encoge de hombros.
-Es tu amigo, y le soportas. Sabes a lo que te arriesgas con él.
-Ayúdame a mantenerlo alejado de Raquel.
-Entonces agobiará a Gabi.
-Pues aléjalo de ella también.
-¡Eh, que soy tu amigo, no un guardaespaldas pluriempleado!
Ciro pone los ojos en blanco.
-¿No te parece bastante que vaya a tener que llevarme a Raquel con vosotros en vez de una cita nosotros dos solos?
La risa profunda de Arturo se le contagia. Empiezan a reírse, sin poder parar. Juraría que incluso se tiene que secar un par de lágrimas, mientras Roald se ofende por no poder tumbarse en su regazo.
-¡Ay!
Se queja cuando el gato le sujeta suavemente con los dientes el brazo. Aún le dura un poco la risa.
-Bene, bene! Ya te cojo, pesadilla.
Un trago a la cerveza, una calada, una caricia al pequeño tigre gris. Pone los pies sobre la mesa.
-¿Entonces?
-¿Entonces, qué, Spaghetti?
-Que si el sábado me ayudas con Gabi. Y con Raquel.
Arturo levanta una ceja.
-¿En serio me lo estás preguntando?
Se sonríen. Incluso en la oscuridad, saben que se están sonriendo. Ciro le pasa el cigarro, Arturo se estira en el sofá.
-Oye, Ciro.
-Cosa?
-Me puedo quedar a dormir aquí, ¿verdad?
-¿En serio me lo estás preguntando?
-Es que no recuerdo si llevo llaves. Y no quiero despertar a mi madre a estas horas...
El tono es serio. La niebla que el alcohol había provocado en sus cabezas se va en un parpadeo; y Ciro coge aire profundamente. Sabe el dolor que encierran esas pocas palabras.
-No quiero que se asuste, Ciro.
Se fija en la mano de su amigo, que se toca la delgada cicatriz de la sien.
-Eh, Roto. La cicatriz.
El rubio maldice, escondiendo la mano. Luego lo mira, tan serio como un enterrador.
-Tío, es sólo que no puedo olvidar lo que hizo ese capullo. Y parece que se están... Nos estamos recuperando. Pero si oye la puerta a estas horas y huele la peste a tabaco y alcohol, a mi madre le da un infarto. Y puede que a Marta también.
-Eh, te puedes quedar aquí a dormir siempre que quieras, macho. Ya lo sabes. No necesito ninguna explicación, Artu.
-Me pone de los nervios, Ciro. Me saca de quicio. Sigo soñando que no llego a tiempo de meterme en medio, que el golpe no me lo llevo yo; que...
-Arturo. Eh, Artu. -Ciro le aprieta el hombro, le sonríe.- Llegaste a tiempo. Lo largaste de casa, cazzo, y le devolviste la vida a tu madre y a tu hermana. Así que basta ya.
Un suspiro.
-¿Acabamos la birra, vecchio?
-Bien.
Vuelven a beber, y el ambiente parece relajarse. ¿Ha puesto la alarma en el móvil? ¿Le manda un mensaje a Rubén, por si no se despierta a tiempo para ir a la biblioteca?
Coge el teléfono, lo desbloquea. A su lado, Arturo ya está medio dormido en el sofá, con los pies descalzos sobre la mesa. Roald ronronea, profundamente dormido entre los dos.
El símbolo de un mensaje sin leer parpadea en la pantalla.
Messaggio di Gabi
"¿Voy el sábado a las 10 al bar de tus amigos?"
Sonríe un poco, medio dormido. La recuerda esa tarde, tímida, hablando apenas. Jam manejaba la conversación, como de costumbre, y Roto estaba tan callado como de normal. Pero entre las cervezas, las sonrisas y el buen rollo que llevaban, la muchacha empezó a perder el miedo. Cazzo, si parecía casi normal, preguntando y respondiendo sin tapujos. Incluso seguía alguna broma de Jam.
Se apresura a contestarle.
"¡Si! Si quieres, puedes ir antes. Jam y Arturo estarán allí :)"
6 sept 2013
7- Algo que celebrar
Las diez y media. Los números brillan un momento en la pantalla del móvil, luego lo bloquea y lo guarda en el bolsillo. Llega tarde, seguro que los demás ya están en el bar, hablando de Gabi. Se siente lleno de orgullo, sabe que la muchacha les ha caído bien... Incluso a Roto, que no terminaba de fiarse.
Entra en el bar, que aún está vacío. Un saludo a la chica en la barra y va directo al fondo, con los chicos que, como esperaba, estaban ya hablando delante de varias rubias heladas.
-Genial, tío, en serio. Nos hemos quedado flipando...
-¿Y no me habéis llamado? ¿Pero qué amigos sois vosotros?
-Venga, corta el rollo... Se trataba de buena impresión, macho.
-¡Y no me habéis llamado!
-...Y él venga a sonreír por todos lados y que si vamos a tocar la guitarra, y que...
-¿Pero por qué no me habéis llamado?
-...y luego que si le apetecía venirse otro día y...
-No insistas, tío.
-...el próximo lunes la veremos de nuevo.
-Porque no quería asustarla, Santi. Y tú no eres precisamente lo mejor del mundo para una buena primera impresión, que eres un salido.
Ciro coge una silla cercana y se sienta con sus amigos. Mientras sigue escuchando a Santi quejarse, cruza una mirada rápida con Roto, que sonríe un poco. Hace una mueca y empieza a prepararse un cigarro.
-Esto me duele, Ciro. Me duele mucho.
Jam empieza a reírse al ver que Santi se lleva las manos al pecho y pone cara de Bambi.
-¡Oh, venga! ¡No empieces!
-Que no lo comprendo, de verdad.
-Santi... Mírate, tío. Míranos. Ya bastante arriesgado era que viera a estos dos, pero tío... ¿A ti?
El chaval lo hace, se encoge de hombros.
-¿Qué hay de malo?
La camarera que se acerca con cerveza para los cuatro se ríe.
-¿Por donde empiezo?
Los otros tres se ríen. Jam la llama.
-¡Eh, Mar! Siéntate un rato con nosotros, anda. Aprovecha que no hay nadie.
Se mueven para hacer sitio a la joven.
Ciro expulsa el humo, da un trago a la cerveza helada y disfruta de la sensación.
-¿Y bien? ¿Qué tengo yo de malo que ellos no?
Los ojos castaños de Mar relucen mientras saca un cigarro y Ciro le da fuego. La muchacha le dedica una enorme sonrisa a Santi.
-Pues mira... ¿Empiezo por las pintas y los pantalones caídos, por los chistes cutres o porque estás más salido que un chimpancé? Te dejo elegir.
Vuelven las risas, Santi enrojece. Jam le da un puñetazo en el hombro.
-Eh, que no es para tanto, tío. Que el próximo día estás tú también.
-Ya, claro. El próximo día.
Ciro ríe todavía, casi atragantándose con el humo. Mientras Santi sigue enfurruñado, se inclina hacia delante, aplasta el cigarro contra el cenicero y se queda mirando a sus amigos.
-¿Qué planes tenéis para el sábado, raga?
-¿Tenemos?
La voz de Roto, muy interesado, hace que incluso Santi deje de hacer el paripé. Entran un par de chicos y se sientan en la barra, Mar se despida con un guiño.
-¡La próxima a mi cuenta, chicos! ¡Y cambia de estilo, Santi!
Él le saca la lengua y vuelve rápidamente a centrarse en el tema.
-Sí, ¿cómo que "nosotros"?
Coge aire, aguántalo, expúlsalo. Inspira, espira. Dai, puoi parlare. Parla!
-HequedadoelsábadoconRaquel.
Lo dice rápido, intentando que no se forme el espectáculo que sabe que se formará. Jam incluso se pone en pie.
-¿Que quéééé?
-¡Joder, tío, felicidades! ¿Cómo lo has hecho?
-¿Cuándo lo has hecho?
-Raga...
-¡Un crack, en serio, un crack!
-¡Wowowowooo! ¡Ya era hora!
-Ragazzi...
-¡Bravo, italianini!
-Raga!
Les mira, nervioso. Todavía no se cree su buena estrella. Le miran expectantes.
-¡Que he quedado con Raquel!
Y alzan los botellines para brindar.
Sabe que al día siguiente se arrepentirá, pero... Tiene un gran motivo para celebrar. ¡Va a salir con Raquel, con la camarera más simpática del mundo! Si eso no se merece una resaca al día siguiente... Bueno, es que su vida no tiene sentido.
Entra en el bar, que aún está vacío. Un saludo a la chica en la barra y va directo al fondo, con los chicos que, como esperaba, estaban ya hablando delante de varias rubias heladas.
-Genial, tío, en serio. Nos hemos quedado flipando...
-¿Y no me habéis llamado? ¿Pero qué amigos sois vosotros?
-Venga, corta el rollo... Se trataba de buena impresión, macho.
-¡Y no me habéis llamado!
-...Y él venga a sonreír por todos lados y que si vamos a tocar la guitarra, y que...
-¿Pero por qué no me habéis llamado?
-...y luego que si le apetecía venirse otro día y...
-No insistas, tío.
-...el próximo lunes la veremos de nuevo.
-Porque no quería asustarla, Santi. Y tú no eres precisamente lo mejor del mundo para una buena primera impresión, que eres un salido.
Ciro coge una silla cercana y se sienta con sus amigos. Mientras sigue escuchando a Santi quejarse, cruza una mirada rápida con Roto, que sonríe un poco. Hace una mueca y empieza a prepararse un cigarro.
-Esto me duele, Ciro. Me duele mucho.
Jam empieza a reírse al ver que Santi se lleva las manos al pecho y pone cara de Bambi.
-¡Oh, venga! ¡No empieces!
-Que no lo comprendo, de verdad.
-Santi... Mírate, tío. Míranos. Ya bastante arriesgado era que viera a estos dos, pero tío... ¿A ti?
El chaval lo hace, se encoge de hombros.
-¿Qué hay de malo?
La camarera que se acerca con cerveza para los cuatro se ríe.
-¿Por donde empiezo?
Los otros tres se ríen. Jam la llama.
-¡Eh, Mar! Siéntate un rato con nosotros, anda. Aprovecha que no hay nadie.
Se mueven para hacer sitio a la joven.
Ciro expulsa el humo, da un trago a la cerveza helada y disfruta de la sensación.
-¿Y bien? ¿Qué tengo yo de malo que ellos no?
Los ojos castaños de Mar relucen mientras saca un cigarro y Ciro le da fuego. La muchacha le dedica una enorme sonrisa a Santi.
-Pues mira... ¿Empiezo por las pintas y los pantalones caídos, por los chistes cutres o porque estás más salido que un chimpancé? Te dejo elegir.
Vuelven las risas, Santi enrojece. Jam le da un puñetazo en el hombro.
-Eh, que no es para tanto, tío. Que el próximo día estás tú también.
-Ya, claro. El próximo día.
Ciro ríe todavía, casi atragantándose con el humo. Mientras Santi sigue enfurruñado, se inclina hacia delante, aplasta el cigarro contra el cenicero y se queda mirando a sus amigos.
-¿Qué planes tenéis para el sábado, raga?
-¿Tenemos?
La voz de Roto, muy interesado, hace que incluso Santi deje de hacer el paripé. Entran un par de chicos y se sientan en la barra, Mar se despida con un guiño.
-¡La próxima a mi cuenta, chicos! ¡Y cambia de estilo, Santi!
Él le saca la lengua y vuelve rápidamente a centrarse en el tema.
-Sí, ¿cómo que "nosotros"?
Coge aire, aguántalo, expúlsalo. Inspira, espira. Dai, puoi parlare. Parla!
-HequedadoelsábadoconRaquel.
Lo dice rápido, intentando que no se forme el espectáculo que sabe que se formará. Jam incluso se pone en pie.
-¿Que quéééé?
-¡Joder, tío, felicidades! ¿Cómo lo has hecho?
-¿Cuándo lo has hecho?
-Raga...
-¡Un crack, en serio, un crack!
-¡Wowowowooo! ¡Ya era hora!
-Ragazzi...
-¡Bravo, italianini!
-Raga!
Les mira, nervioso. Todavía no se cree su buena estrella. Le miran expectantes.
-¡Que he quedado con Raquel!
Y alzan los botellines para brindar.
Sabe que al día siguiente se arrepentirá, pero... Tiene un gran motivo para celebrar. ¡Va a salir con Raquel, con la camarera más simpática del mundo! Si eso no se merece una resaca al día siguiente... Bueno, es que su vida no tiene sentido.
16 ago 2013
6- ¡Vamos, valiente!
Se levantan.
-¿Me esperas un segundo? Tengo que pagar el café.
Se acerca a la barra, dejándola al lado de la mesa, esperando. La cabeza le sigue doliendo, pero menos. Raquel le sonríe.
-¿Cómo va el dolor?
-Mejor, gracias por el café. -Se apoya en el banco.- Por cierto, ¿cuánto te debo por el segundo?
-Nada, ya te lo he dicho. La recomendación del libro me basta.
Le sonríe.
-En ese caso, me tienes que dejar que te invite a algo un día.
Raquel le mira, evaluándolo. Ciro mantiene su sonrisa.
-Allora?
-El sábado a partir de las diez estoy libre.
-Nope. El sábado a las diez y media has quedado. Nos vemos en la puerta de la biblioteca.
-Hasta las once de mañana, macarroni.
Se sonríen.
Ciro se siente flotar mientras sale de la cafetería. Casi no se da cuenta de cuando llega a la altura de la muchacha que le espera.
-¿Dónde vamos?
-¿Dónde quieres ir? La ciudad está aquí para nosotros.
Se retuerce el pelo con nerviosismo, mirándole de reojo.
-No suelo salir mucho.
Dice lo primero que le pasa por la cabeza, todavía pensando en que el sábado tiene una cita con Raquel, la camarera más simpática del mundo.
-¿Y si vamos a un bar que conozco? Hay buena música, y seguramente algún amigo mío esté por allí... Si empiezas por conocer a la gente, te será más fácil aprender a sonreír.
-Es que...
-¡Vamos! -La coge del brazo y empieza a andar con decisión.- ¡Si no te atreves a hablar con ellos, nunca te atreverás a hablar contigo misma de verdad! Y además, son mis amigos. Buena gente. Fidati.
-¡Spaghetti!
Jam y el Roto le saludan desde la puerta del bar, donde están fumando con una cerveza en la mano. Ciro hace un gesto con la cabeza, y ella se medio esconde a su espalda.
-¿Cómo os va, stronzi?
-¿Quién es tu amiga, Ciro?
-Estoy aquí.
La mira de reojo. Vale, quizá no sabe sonreír. Quizá es algo insegura. Dale un saliente al que agarrarse y tendrá carácter.
-¿Por qué no le preguntáis a ella mientras yo pido un par de cervezas? Y hacedme un cigarro, dai.
-¡Pilla dos birras más!
-Que sí, que sí... ¿Tú quieres algo?
-Pues... -Los tres le sonríen, confiados. Transmitiéndole ánimos.- ¿Otra más?
-¡Ese es el espíritu!
Se ruboriza mientras Ciro entra al bar y la deja sola con sus amigos. No sabe dónde esconderse. Y además, el chico de pelo largo la mira fijamente, como si la estudiase. Se siente demasiado nerviosa.
-¿Qué?
La palabra sale disparada de su boca, demasiado brusca. Demasiado a la defensiva.
El de pelo corto sonríe y habla antes que el otro, que le pone más nerviosa por segundos, hable.
-¡Bueno, bueno, qué ánimos! Y eso que ni nos hemos presentado.-Hace el paripé levantantado las manos al cielo como si fuese un error fatal, pero el tono de voz es divertido. Luego se gira a mirarla. A ella.- Mademoiselle, le presento al loco de mi amigo, Arturo, y a mí mismo, Jaime. Pero llámame Jam.
Le dedica un rápido guiño y una sonrisa muy blanca. Le relaja un poco. Quizá tenga que ver que es el único que viste más... normal, esa es la palabra. Camisa de cuadros morados y verdes sobre una camiseta blanca, y unos vaqueros con un roto en la rodilla. Porque de su "mejor amigo del mundo"... El chaleco con chapas y la camiseta de Metallica, los vaqueros llenos de desgarros y las botas militares... ¿Qué dirían sus padres, tan chapados a la antigua, si la ven con él? ¿Y con el otro? ¿El de pelo largo, camiseta con las siglas A.C.A.B. y un mono manchado de grasa? Si el pelo casi no deja que se le vean los ojos. Y es demasiado serio. Le da algo de miedo.
-A mí me puedes llamar Roto, si quieres.
Pues cuando sonríe no es tan inquietante. Coge aire, hasta notar los pulmones a reventar. Espira lentamente, vuelve a coger aliento. Los mira, esperando que no sean simpáticos por pena, que sean así de verdad. Porque de verdad que quiere llegar a tener amigos, aprender a ser una más.
Espira, inspira. Coge fuerzas. Llénate de valor. Allá vamos, piensa. No hay marcha atrás; tiene que ser fuerte, tiene que ser fuerte; y ellos le quieren ayudar. Adelante.
Coge aliento, busca la voz.
-Yo soy Gabi.
Y se vuelve a poner roja como un tomate cuando ellos -Ciro incluido, puesto que está saliendo con cerveza para todos- le sonríen abiertamente.
-¿Me esperas un segundo? Tengo que pagar el café.
Se acerca a la barra, dejándola al lado de la mesa, esperando. La cabeza le sigue doliendo, pero menos. Raquel le sonríe.
-¿Cómo va el dolor?
-Mejor, gracias por el café. -Se apoya en el banco.- Por cierto, ¿cuánto te debo por el segundo?
-Nada, ya te lo he dicho. La recomendación del libro me basta.
Le sonríe.
-En ese caso, me tienes que dejar que te invite a algo un día.
Raquel le mira, evaluándolo. Ciro mantiene su sonrisa.
-Allora?
-El sábado a partir de las diez estoy libre.
-Nope. El sábado a las diez y media has quedado. Nos vemos en la puerta de la biblioteca.
-Hasta las once de mañana, macarroni.
Se sonríen.
Ciro se siente flotar mientras sale de la cafetería. Casi no se da cuenta de cuando llega a la altura de la muchacha que le espera.
-¿Dónde vamos?
-¿Dónde quieres ir? La ciudad está aquí para nosotros.
Se retuerce el pelo con nerviosismo, mirándole de reojo.
-No suelo salir mucho.
Dice lo primero que le pasa por la cabeza, todavía pensando en que el sábado tiene una cita con Raquel, la camarera más simpática del mundo.
-¿Y si vamos a un bar que conozco? Hay buena música, y seguramente algún amigo mío esté por allí... Si empiezas por conocer a la gente, te será más fácil aprender a sonreír.
-Es que...
-¡Vamos! -La coge del brazo y empieza a andar con decisión.- ¡Si no te atreves a hablar con ellos, nunca te atreverás a hablar contigo misma de verdad! Y además, son mis amigos. Buena gente. Fidati.
-¡Spaghetti!
Jam y el Roto le saludan desde la puerta del bar, donde están fumando con una cerveza en la mano. Ciro hace un gesto con la cabeza, y ella se medio esconde a su espalda.
-¿Cómo os va, stronzi?
-¿Quién es tu amiga, Ciro?
-Estoy aquí.
La mira de reojo. Vale, quizá no sabe sonreír. Quizá es algo insegura. Dale un saliente al que agarrarse y tendrá carácter.
-¿Por qué no le preguntáis a ella mientras yo pido un par de cervezas? Y hacedme un cigarro, dai.
-¡Pilla dos birras más!
-Que sí, que sí... ¿Tú quieres algo?
-Pues... -Los tres le sonríen, confiados. Transmitiéndole ánimos.- ¿Otra más?
-¡Ese es el espíritu!
Se ruboriza mientras Ciro entra al bar y la deja sola con sus amigos. No sabe dónde esconderse. Y además, el chico de pelo largo la mira fijamente, como si la estudiase. Se siente demasiado nerviosa.
-¿Qué?
La palabra sale disparada de su boca, demasiado brusca. Demasiado a la defensiva.
El de pelo corto sonríe y habla antes que el otro, que le pone más nerviosa por segundos, hable.
-¡Bueno, bueno, qué ánimos! Y eso que ni nos hemos presentado.-Hace el paripé levantantado las manos al cielo como si fuese un error fatal, pero el tono de voz es divertido. Luego se gira a mirarla. A ella.- Mademoiselle, le presento al loco de mi amigo, Arturo, y a mí mismo, Jaime. Pero llámame Jam.
Le dedica un rápido guiño y una sonrisa muy blanca. Le relaja un poco. Quizá tenga que ver que es el único que viste más... normal, esa es la palabra. Camisa de cuadros morados y verdes sobre una camiseta blanca, y unos vaqueros con un roto en la rodilla. Porque de su "mejor amigo del mundo"... El chaleco con chapas y la camiseta de Metallica, los vaqueros llenos de desgarros y las botas militares... ¿Qué dirían sus padres, tan chapados a la antigua, si la ven con él? ¿Y con el otro? ¿El de pelo largo, camiseta con las siglas A.C.A.B. y un mono manchado de grasa? Si el pelo casi no deja que se le vean los ojos. Y es demasiado serio. Le da algo de miedo.
-A mí me puedes llamar Roto, si quieres.
Pues cuando sonríe no es tan inquietante. Coge aire, hasta notar los pulmones a reventar. Espira lentamente, vuelve a coger aliento. Los mira, esperando que no sean simpáticos por pena, que sean así de verdad. Porque de verdad que quiere llegar a tener amigos, aprender a ser una más.
Espira, inspira. Coge fuerzas. Llénate de valor. Allá vamos, piensa. No hay marcha atrás; tiene que ser fuerte, tiene que ser fuerte; y ellos le quieren ayudar. Adelante.
Coge aliento, busca la voz.
-Yo soy Gabi.
Y se vuelve a poner roja como un tomate cuando ellos -Ciro incluido, puesto que está saliendo con cerveza para todos- le sonríen abiertamente.
25 jul 2013
5- ¡Dame fuerzas!
-¿Resaca, Ciro?
La voz de Rubén se le mete en la cabeza. Gruñe en contestación, sentado de cualquier manera, los pies sobre el escritorio y los brazos tapándole los ojos.
Todo da vueltas alrededor.
Muere por un café. O dos. O una cerveza para hacerle pasar la sensación.
-Deberías salir a que te diera el aire. Acercarte a la cafetería y tomar un café bien cargado y un paracetamol.
-Smettila, stai zitto, porcoddio...
Rubén se ríe entre dientes. Es un universitario brillante, que trabaja en la biblioteca martes, jueves, viernes y sábados; para pagarse el piso en el centro de la ciudad. Combina el sueldo con las becas que recibe, y el dinero que le envían sus padres. Ciro siempre ha admirado lo bien que se lleva el joven con sus padres, tan diferente de su propia relación con la familia.
-No das la mejor imagen de bibliotecario, Spaghetti.
-E che me ne frega?
-Que eres el responsable y la mitad de la gente viene porque eres simpático.
Ciro suspira, se sienta bien. El ruido de la ropa al moverse, el crujido de la silla, incluso el de su respiración, le explotan sobre los ojos. Gime.
-¿Por qué no adelantas la pausa de las once y vas a tomar un café, Ciro? Lo estás pidiendo a gritos.
Mira con ojos entornados a su compañero.
El pelo corto y negro bien peinado, la camiseta con dibujos de series anime, la barba de dos días perfectamente recortada y la sonrisa blanca pintada. Luego mira su reflejo en la pantalla apagada del ordenador. Los lados rapados de la cabeza tienen un pase. La parte central y el flequillo... Ah, cazzo. Ni se ha peinado, cada pelo para un lado, con rizos extraños, ondas, pelos de punta. Y la barba de tres, cuatro días. Barba de alcoholico, que la llama Jam. Las ojeras, los ojos rojos. La camiseta de Metallica que se puso hace dos días, el chaleco de ayer, los pantalones rotos del lunes. Las botas sin atar.
¿Se tiene que presentar con esas pintas ante Raquel, la camarera más simpática del mundo? Vabbé, no, grazie.
-Aún no es la hora, Rubén. Rimango qua.
-No. Tú serás el jefe, pero vas a levantar el culo, vas a salir, a fumarte un cigarro y tomar una jarra de café. Y luego, cuando seas persona y dejes de ser un dolor en el culo por la resaca, podrás volver.
Se pone en pie por inercia, como cuando era pequeño y se levantaba por las mañanas para ir al colegio siguiendo las órdenes de la mamma... Sí, bueno. Resulta que lo del café no es tan mala idea.
-¿Seguro que te encargas de todo?
Rubén sonríe.
-¿Te quieres ir ya?
Se conocen desde hace dos años. Es una de las pocas personas cuerdas que conoce. Quizá por eso le obedece y se aleja en busca de una sonrisa de "su" camarera y café en cantidades industriales.
-Buenos días, ¿qué...? ¡Hey! Hoy llegas pronto.
Esboza una sonrisa como puede, feliz de poder verla. Con su coleta pelirroja y su sonrisa blanca. Seguro que es la sonrisa más bonita al mondo.
-¿Me preparas caffé del fuerte, por favor?
-Alguien tiene resaca... ¿Cierto?
-La peor de toda mi vida.
Se sonríen. A esa hora la cafetería todavía está casi vacía, y Ciro se lamenta tener la cabeza como la tiene, que casi no puede disfrutar del momento. Sin embargo, se regala la vista con las pecas pequeñitas que tiene Raquel, la camarera más simpática del mundo, encima de la nariz; y del color rojo suave de su coleta.
-Supongo que no querrás azúcar...
-Supones bien -Otra sonrisa a medias, lo mejor que puede con el dolor de cabeza.- Sería matar al café.
Ella se ríe, y a él le duele el pecho. Dio, fammi trovare le forze.
-¡Qué costumbres más raras tenéis los italianos!
-Sólo yo, en realidad. ¿O te parezco el italiano típico?
-Bueno... Eres el único que conozco. Y no se ni tu nombre, ¿sabes? Todos los días te saludo a las once, te sirvo un capuchino y un cruasán y hablo dos segundos contigo. Pero en realidad no te conozco.
-Ciro. Mi chiamo Ciro.
-¿Chiro?
-No, no... Tienes que hacer el sonido de la "ch" más suave. Ciro.
Se ríen, le sirve el café. El olor hace que se sienta un poco mejor. Se lleva la mano al bolsillo.
-¿Cuánto te debo?
-Raquel.
-Cosa?
La pelirroja le dedica una sonrisa deslumbrante.
-"¿Cuánto te debo, Raquel?" -Le guiña un ojo y se gira a ver la puerta, donde hay un par de muchachos que miran la tabla de cafés y el menú del día.- A este te invito yo, fiestero.
-Gracias, Raquel.
Mi ha detto il suo nome! Scherza con me! Dio, grazie! Ya no tiene que fingir que no lo sabe. Sólo ocultar cómo lo descubrió y por qué. Te odio, Santi. Grazie mille.
-Anda, tira a sentarte. Mañana te espero otra vez con tu capuchino de costumbre, eh. Nada de emborracharse sin mí.
Ciro sabe que en su cara se dibuja la sonrisa más grande del mundo.
Sale fuera, a sentarse en la terraza. Son las once menos diez, y, no sabe por qué se lo imagina, la muchacha llegará puntual como un reloj suizo.
-Ah, Dio cane...
El primer trago de café le devuelve al mundo, el segundo la devuelve la vida.
Y a tercero, Raquel le deja una segunda taza sobre la mesa.
-Hoy es tu día de suerte... Te invito a un segundo si me recomiendas un libro que regalar a mi madre.
-"Dios es una dama con moño", de Isabel Clambor.
-No te he dicho de qué tipo le gusta leer...
Suspira, sobreponiéndose al dolor de cabeza. Es su conversación más larga con ella y quiere aprovecharla a pesar de la resaca. Dio, fammi trovare le forze!
-Bueno, supongo que será una madre típica de clase media. Es decir, que peleará por tener la casa limpia y hacer la comida y tenerlo todo en orden, quizá trabaje a media jornada. Eso quiere decir estrés y pocos momentos para relajarse y reír. El libro se lee rápido, es divertido y a los personajes se les coge cariño. Perfecto para una madre, ¿no?
Raquel para de jugar con su pelo, absorta en la explicación. Se ha quedado de piedra frente a él.
-Wow. Has acertado en todo. En absolutamente to-do. -Otra sonrisa enorme, la mejor sonrisa del mundo.- Te has ganado el café, Ciro. ¡Muchas gracias!
¿Ha pasado de verdad? ¿Le ha dado un beso en la mejilla? W-o-w. Adrenalina. Adrenalina. Recuerda respirar. Le galopa la sangre. Maldita resaca.
-Hola.
Se gira. Sentada frente a él está la muchacha que no sabe sonreír. Hoy lleva una camiseta de colores y unos leggins negros. Mustangs grises. Coleta alta. Y el septum, pequeñito, casi invisible. Y esa tristeza tan fuerte pintada en los ojos marrones.
Dai. Dai, dimentica l'hangover. Devi essere il migliore amico possibile. ¡Dai!
-Hola.
Se muere por dentro. ¡Hoy que había avanzado tanto con Raquel! Pero le viene una energía nueva, la misma que siempre que consigue ayudar a la gente. La sensación que le hace sentirse bien consigo mismo.
-¿Lista para empezar a escribir tu libro?
Le sonríe.
Y, Dio, ella asiente con la cabeza de la manera más dulce posible. Tiene los mismos ojos que Roald, ojos de cachorrito.
-En ese caso... -Se termina el café de golpe.- ¿Por dónde quieres empezar?
Dio, fammi trovare le forze!!
La voz de Rubén se le mete en la cabeza. Gruñe en contestación, sentado de cualquier manera, los pies sobre el escritorio y los brazos tapándole los ojos.
Todo da vueltas alrededor.
Muere por un café. O dos. O una cerveza para hacerle pasar la sensación.
-Deberías salir a que te diera el aire. Acercarte a la cafetería y tomar un café bien cargado y un paracetamol.
-Smettila, stai zitto, porcoddio...
Rubén se ríe entre dientes. Es un universitario brillante, que trabaja en la biblioteca martes, jueves, viernes y sábados; para pagarse el piso en el centro de la ciudad. Combina el sueldo con las becas que recibe, y el dinero que le envían sus padres. Ciro siempre ha admirado lo bien que se lleva el joven con sus padres, tan diferente de su propia relación con la familia.
-No das la mejor imagen de bibliotecario, Spaghetti.
-E che me ne frega?
-Que eres el responsable y la mitad de la gente viene porque eres simpático.
Ciro suspira, se sienta bien. El ruido de la ropa al moverse, el crujido de la silla, incluso el de su respiración, le explotan sobre los ojos. Gime.
-¿Por qué no adelantas la pausa de las once y vas a tomar un café, Ciro? Lo estás pidiendo a gritos.
Mira con ojos entornados a su compañero.
El pelo corto y negro bien peinado, la camiseta con dibujos de series anime, la barba de dos días perfectamente recortada y la sonrisa blanca pintada. Luego mira su reflejo en la pantalla apagada del ordenador. Los lados rapados de la cabeza tienen un pase. La parte central y el flequillo... Ah, cazzo. Ni se ha peinado, cada pelo para un lado, con rizos extraños, ondas, pelos de punta. Y la barba de tres, cuatro días. Barba de alcoholico, que la llama Jam. Las ojeras, los ojos rojos. La camiseta de Metallica que se puso hace dos días, el chaleco de ayer, los pantalones rotos del lunes. Las botas sin atar.
¿Se tiene que presentar con esas pintas ante Raquel, la camarera más simpática del mundo? Vabbé, no, grazie.
-Aún no es la hora, Rubén. Rimango qua.
-No. Tú serás el jefe, pero vas a levantar el culo, vas a salir, a fumarte un cigarro y tomar una jarra de café. Y luego, cuando seas persona y dejes de ser un dolor en el culo por la resaca, podrás volver.
Se pone en pie por inercia, como cuando era pequeño y se levantaba por las mañanas para ir al colegio siguiendo las órdenes de la mamma... Sí, bueno. Resulta que lo del café no es tan mala idea.
-¿Seguro que te encargas de todo?
Rubén sonríe.
-¿Te quieres ir ya?
Se conocen desde hace dos años. Es una de las pocas personas cuerdas que conoce. Quizá por eso le obedece y se aleja en busca de una sonrisa de "su" camarera y café en cantidades industriales.
-Buenos días, ¿qué...? ¡Hey! Hoy llegas pronto.
Esboza una sonrisa como puede, feliz de poder verla. Con su coleta pelirroja y su sonrisa blanca. Seguro que es la sonrisa más bonita al mondo.
-¿Me preparas caffé del fuerte, por favor?
-Alguien tiene resaca... ¿Cierto?
-La peor de toda mi vida.
Se sonríen. A esa hora la cafetería todavía está casi vacía, y Ciro se lamenta tener la cabeza como la tiene, que casi no puede disfrutar del momento. Sin embargo, se regala la vista con las pecas pequeñitas que tiene Raquel, la camarera más simpática del mundo, encima de la nariz; y del color rojo suave de su coleta.
-Supongo que no querrás azúcar...
-Supones bien -Otra sonrisa a medias, lo mejor que puede con el dolor de cabeza.- Sería matar al café.
Ella se ríe, y a él le duele el pecho. Dio, fammi trovare le forze.
-¡Qué costumbres más raras tenéis los italianos!
-Sólo yo, en realidad. ¿O te parezco el italiano típico?
-Bueno... Eres el único que conozco. Y no se ni tu nombre, ¿sabes? Todos los días te saludo a las once, te sirvo un capuchino y un cruasán y hablo dos segundos contigo. Pero en realidad no te conozco.
-Ciro. Mi chiamo Ciro.
-¿Chiro?
-No, no... Tienes que hacer el sonido de la "ch" más suave. Ciro.
Se ríen, le sirve el café. El olor hace que se sienta un poco mejor. Se lleva la mano al bolsillo.
-¿Cuánto te debo?
-Raquel.
-Cosa?
La pelirroja le dedica una sonrisa deslumbrante.
-"¿Cuánto te debo, Raquel?" -Le guiña un ojo y se gira a ver la puerta, donde hay un par de muchachos que miran la tabla de cafés y el menú del día.- A este te invito yo, fiestero.
-Gracias, Raquel.
Mi ha detto il suo nome! Scherza con me! Dio, grazie! Ya no tiene que fingir que no lo sabe. Sólo ocultar cómo lo descubrió y por qué. Te odio, Santi. Grazie mille.
-Anda, tira a sentarte. Mañana te espero otra vez con tu capuchino de costumbre, eh. Nada de emborracharse sin mí.
Ciro sabe que en su cara se dibuja la sonrisa más grande del mundo.
Sale fuera, a sentarse en la terraza. Son las once menos diez, y, no sabe por qué se lo imagina, la muchacha llegará puntual como un reloj suizo.
-Ah, Dio cane...
El primer trago de café le devuelve al mundo, el segundo la devuelve la vida.
Y a tercero, Raquel le deja una segunda taza sobre la mesa.
-Hoy es tu día de suerte... Te invito a un segundo si me recomiendas un libro que regalar a mi madre.
-"Dios es una dama con moño", de Isabel Clambor.
-No te he dicho de qué tipo le gusta leer...
Suspira, sobreponiéndose al dolor de cabeza. Es su conversación más larga con ella y quiere aprovecharla a pesar de la resaca. Dio, fammi trovare le forze!
-Bueno, supongo que será una madre típica de clase media. Es decir, que peleará por tener la casa limpia y hacer la comida y tenerlo todo en orden, quizá trabaje a media jornada. Eso quiere decir estrés y pocos momentos para relajarse y reír. El libro se lee rápido, es divertido y a los personajes se les coge cariño. Perfecto para una madre, ¿no?
Raquel para de jugar con su pelo, absorta en la explicación. Se ha quedado de piedra frente a él.
-Wow. Has acertado en todo. En absolutamente to-do. -Otra sonrisa enorme, la mejor sonrisa del mundo.- Te has ganado el café, Ciro. ¡Muchas gracias!
¿Ha pasado de verdad? ¿Le ha dado un beso en la mejilla? W-o-w. Adrenalina. Adrenalina. Recuerda respirar. Le galopa la sangre. Maldita resaca.
-Hola.
Se gira. Sentada frente a él está la muchacha que no sabe sonreír. Hoy lleva una camiseta de colores y unos leggins negros. Mustangs grises. Coleta alta. Y el septum, pequeñito, casi invisible. Y esa tristeza tan fuerte pintada en los ojos marrones.
Dai. Dai, dimentica l'hangover. Devi essere il migliore amico possibile. ¡Dai!
-Hola.
Se muere por dentro. ¡Hoy que había avanzado tanto con Raquel! Pero le viene una energía nueva, la misma que siempre que consigue ayudar a la gente. La sensación que le hace sentirse bien consigo mismo.
-¿Lista para empezar a escribir tu libro?
Le sonríe.
Y, Dio, ella asiente con la cabeza de la manera más dulce posible. Tiene los mismos ojos que Roald, ojos de cachorrito.
-En ese caso... -Se termina el café de golpe.- ¿Por dónde quieres empezar?
Dio, fammi trovare le forze!!
19 jul 2013
4- Demasiada birra
Son las cinco de la mañana.
Suspira.
Da la enésima vuelta en la cama. Se sienta, apoyando los pies en el parquet; se vuelve a tumbar. Da una patada a las sábanas, se ahoga al respirar el pelo del lomo de Roald, que duerme al lado de su cabeza.
-Porco Dio!
Se vuelve a sentar. Le martillean las sienes; tiene pinchazos detrás de los ojos.
Quizá ha bebido demasiado, después de todo.
Controla la hora que es, la poca luz de la pantalla del móvil le hace maldecir durante veinte segundos más.
Las cinco y diez.
Menos de tres horas para abrir la biblioteca.
Seis horas para hablar con ella.
Se pone en pie, va a la cocina.
No es la más grande del mundo, pero a él le gusta. Una cocina pequeña, lo justo para su pequeño piso individual. Con sus múltiples armarios para las especias y las sartenes; la nevera y el frigorífico camuflados entre los muebles; la vitrocerámica siempre reluciente.
La montaña de platos que ayer olvidó fregar.
La comida de gato en el piso, el mantel a rayas en que sus amigos escriben cada vez que vienen a visitarle. Le encanta ver graffitis y firmas en el hule.
Suspira otra vez. ¿Dónde ha dejado las pastillas? Se muere por un ibuprofeno. Literalmente. Ah, el armario bajo la tele.
Abre la nevera, busca la botella de agua que alguna vez tuvo.
Holland; Beck's; Hofmark; Paulaner; Hoegaarden; Judas; Carlsberg; Alhambra; Ámbar Export; Budweiser; Heineken; Kilkenny; Red Ale; Moretti; Peroni; Ichnusa; Duff; Lech. Pero nada de agua.
-Dio ca...
Coge un vaso, lo llena de agua del grifo. No más cerveza por hoy.
Traga con rapidez el ibuprofeno, y se va hacia el sofá. No sabe si conseguirá dormir esa noche.
Se tira en el sofá, los pies sobre la pequeña mesa cubierta de revistas, libros, dibujos, discos; ceniceros con un par de colillas.
Mueve los dedos de los pies, divertido. ¿Dónde ha dejado la pitillera? ¿Y el grinder?
Ah, entre los cojines.
Desmenuza con cuidado la maria, preparando papel y cartón para el filtro. El mechero. El mechero. ¿Dónde ha metido el mechero? Dentro de la pitillera hay uno. Menos mal.
La gloria.
La primera bocanada de hierba le hace cerrar los ojos, respirar con fuerza. Se relaja. Casi ni se da cuenta que en el reloj de la cocina son ya las seis.
O que Roald ha entrado en la sala y se ha acomodado en su regazo. No nota el pelaje contra su estómago, pero el ronroneo grave y acompasado le hace compañía al dar la última calada. El último tiro.
Son las seis y media.
Fuera ya hay sol.
Ciro está dormido.
Sueña que está en su biblioteca, y que Rake, la camarera más simpática del mundo, viene a pedirle ayuda con un libro. Y luego van a la cafetería, a desayunar juntos, y aparece la chica que no sabe sonreír, y Santi hace de las suyas mientras Jam se ríe y el Roto toca una guitarra cantando sobre robots que se enamoran y deben destruirse por las leyes de la robótica. Y luego, sueña que lleva a Rake a su casa, y que Roald le hace carantoñas y ella le acaricia y luego le acaricia a él. Pero tiene un septum y el pelo oscuro, y está en la libreria, escondida tras una montaña de libros que la separan del mundo; y sólo él tiene la llave para sacarla de allí.
Se despierta sobresaltado.
Las ocho menos cuarto.
Porco Dio, no le da tiempo. Y aún tiene que ducharse, y lavar los platos, y planchar una camisa, y darle de comer al gato.
Y prepararse mentalmente para el primer día de ser el mejor amigo del mundo.
Y afrontar la resaca.
Cazzo, puede que abra tarde y todo. Hoy tiene hasta ganas de desayunar en casa.
¿Cómo puede ser eso?
¿Quizá está nervioso porque empieza su proyecto?
¿Nervioso, él? ¿Por ayudar a alguien?
Qué tontería.
Acaricia la cabeza suave de Roald, pensativo.
Porque es una tontería.
¿No?
Suspira.
Da la enésima vuelta en la cama. Se sienta, apoyando los pies en el parquet; se vuelve a tumbar. Da una patada a las sábanas, se ahoga al respirar el pelo del lomo de Roald, que duerme al lado de su cabeza.
-Porco Dio!
Se vuelve a sentar. Le martillean las sienes; tiene pinchazos detrás de los ojos.
Quizá ha bebido demasiado, después de todo.
Controla la hora que es, la poca luz de la pantalla del móvil le hace maldecir durante veinte segundos más.
Las cinco y diez.
Menos de tres horas para abrir la biblioteca.
Seis horas para hablar con ella.
Se pone en pie, va a la cocina.
No es la más grande del mundo, pero a él le gusta. Una cocina pequeña, lo justo para su pequeño piso individual. Con sus múltiples armarios para las especias y las sartenes; la nevera y el frigorífico camuflados entre los muebles; la vitrocerámica siempre reluciente.
La montaña de platos que ayer olvidó fregar.
La comida de gato en el piso, el mantel a rayas en que sus amigos escriben cada vez que vienen a visitarle. Le encanta ver graffitis y firmas en el hule.
Suspira otra vez. ¿Dónde ha dejado las pastillas? Se muere por un ibuprofeno. Literalmente. Ah, el armario bajo la tele.
Abre la nevera, busca la botella de agua que alguna vez tuvo.
Holland; Beck's; Hofmark; Paulaner; Hoegaarden; Judas; Carlsberg; Alhambra; Ámbar Export; Budweiser; Heineken; Kilkenny; Red Ale; Moretti; Peroni; Ichnusa; Duff; Lech. Pero nada de agua.
-Dio ca...
Coge un vaso, lo llena de agua del grifo. No más cerveza por hoy.
Traga con rapidez el ibuprofeno, y se va hacia el sofá. No sabe si conseguirá dormir esa noche.
Se tira en el sofá, los pies sobre la pequeña mesa cubierta de revistas, libros, dibujos, discos; ceniceros con un par de colillas.
Mueve los dedos de los pies, divertido. ¿Dónde ha dejado la pitillera? ¿Y el grinder?
Ah, entre los cojines.
Desmenuza con cuidado la maria, preparando papel y cartón para el filtro. El mechero. El mechero. ¿Dónde ha metido el mechero? Dentro de la pitillera hay uno. Menos mal.
La gloria.
La primera bocanada de hierba le hace cerrar los ojos, respirar con fuerza. Se relaja. Casi ni se da cuenta que en el reloj de la cocina son ya las seis.
O que Roald ha entrado en la sala y se ha acomodado en su regazo. No nota el pelaje contra su estómago, pero el ronroneo grave y acompasado le hace compañía al dar la última calada. El último tiro.
Son las seis y media.
Fuera ya hay sol.
Ciro está dormido.
Sueña que está en su biblioteca, y que Rake, la camarera más simpática del mundo, viene a pedirle ayuda con un libro. Y luego van a la cafetería, a desayunar juntos, y aparece la chica que no sabe sonreír, y Santi hace de las suyas mientras Jam se ríe y el Roto toca una guitarra cantando sobre robots que se enamoran y deben destruirse por las leyes de la robótica. Y luego, sueña que lleva a Rake a su casa, y que Roald le hace carantoñas y ella le acaricia y luego le acaricia a él. Pero tiene un septum y el pelo oscuro, y está en la libreria, escondida tras una montaña de libros que la separan del mundo; y sólo él tiene la llave para sacarla de allí.
Se despierta sobresaltado.
Las ocho menos cuarto.
Porco Dio, no le da tiempo. Y aún tiene que ducharse, y lavar los platos, y planchar una camisa, y darle de comer al gato.
Y prepararse mentalmente para el primer día de ser el mejor amigo del mundo.
Y afrontar la resaca.
Cazzo, puede que abra tarde y todo. Hoy tiene hasta ganas de desayunar en casa.
¿Cómo puede ser eso?
¿Quizá está nervioso porque empieza su proyecto?
¿Nervioso, él? ¿Por ayudar a alguien?
Qué tontería.
Acaricia la cabeza suave de Roald, pensativo.
Porque es una tontería.
¿No?
15 jul 2013
3- Cerveza rubia y fría
"Nice work you did
You’re gonna go far, kid!"
Suena The Offspring por los altavoces, la cerveza fría ayuda a pasar el calor. Y a que las risas sean más claras y un poco más fuertes.
Vuelve a mirar las cartas que tiene en la mano, alejado de todo. Sin escuchar las voces de sus amigos.
-¡SPAGHETTI!
-Cazzo!
Salta en la silla, luego ríe con los demás. La risa fuerte y contagiosa de Jaime, uno de sus grandes amigos, le hace volver a la tierra.
-Dios, Ciro, ¡estás ido!
Su compañero de juego se lamenta. Ya pierden tres a cero.
-Eh, que no es mi culpa. Eres tú quien reparte como el culo, Santi.
Vuelven a reír. Pero Jaime se le queda mirando. Se revuelve en la silla, incómodo. Empieza a liar un cigarrillo para calmarse. Los ojos castaños de su amigo no le dan un segundo de respiro.
-¿Qué?
-Eso digo yo, Ciro. Que qué te cuentas para estar en las nubes, zorrón.
Pone los ojos en blanco.
-Absolutamente nada.
-Déjalo, Jam. ¿No ves que va fumadísimo?
La voz de Santi le llega lejana. No es cierto que vaya tan pasado. Sólo se ha hecho dos en todo el día. Ni siquiera se los ha fumado seguidos. Y uno no era verde.
La voz profunda de Arturo le rescata.
-Calla, Santi. Que el que va hasta el culo eres tú, coño. Que ya llevas dos litros encima.
Le dedica una sonrisa a Arturo. El Roto, que le llaman ellos. Roto por toda la mierda que ha tenido que tragar en sus veintitres años de vida; roto como los huesos de su madre tras las palizas de su padre; roto como su infancia; roto como su rostro marcado por una cicatriz desde la sien derecha hasta el ojo que casi lo dejó ciego; roto como la voz cansada y vieja a pesar de sus pocos años.
-No voy fumado, Roto.
-Lo sé. Pero -le alarga un mechero y le coge un puñado de tabaco- tienen razón, tío. A ti te pasa algo.
-¿Es la camarera? ¿La buenorra de la cafe del parque? ¿Te la has tirado?
Dedica una mirada sombría a Santi.
-Eres un puto salido, Santi. ¿Lo sabías?
-Ya. ¿Pero te la has tirado?
Se para el juego, las cartas quedan en la mesa. Un largo trago a la cerveza, un gesto para pedir otra. Jaime le imita.
-No, no es la camarera, cerdo.
-¿Entonces?
-Tíos, ¿en serio...?
Jam le interrumpe, serio.
-Sí, has tenido tiempo para evitar el tema. Te jodes, Spaghetti.
Suspira.
-Esta mañana ha venido una chica a hablar conmigo.
-Y te la has tirado.
-¿Quieres dejar el maldito tema? Sigue, Ciro.
-Grazie. ¿Adivináis que libro buscaba?
-¡Historia de O!
El Roto le da una colleja a Santi, mientras se lo piensa. Jaime está en silencio, pero le dedica una sonrisa a la camarera que trae las nuevas cervezas. Es una antigua compañera de trabajo. Mejor dicho, él es el antiguo compañero allí, el ex-empleado que lleva a sus amigos al bar de toda la vida.
-¿Asimov?
Niega con la cabeza. Roto es un forofo de Tolkien, pero le da a la ciencia-ficción. En parte es culpa suya, harto de oír hablar sólo de elfos guerreros, hobbits a dieta, enanos sin montaña y monstruos con joyas. Pero no se quejará, su amigo ha encontrado un gran refugio en los robots. Diavolo, si hasta se ha metido a estudiar mecánica.
-Nah. No lo adivinaréis.
-Psicoanálisis. O Shakespeare.
-Eres un tramposo, Jam. Sólo tienes una oportunidad. Y has fallado, idiota. -Aspira el humo del cigarro y lamenta seriamente no tener un poco de hierba. Ahora mismo se apalancaría un porro bien cargado.- Cito textualmente, "un libro para aprender a sonreír".
-¿A sonreír? Si está deprimida, ¿por qué no va a un médico?
-¿Para engancharse a pastillas y estar muerta en vida? ¿Eres gilipollas?
-Artu... -Le aprieta el hombro, miándolo fijamente.- Santi no quería decir eso, Artu. Es sólo que no pensaba lo que decía. ¿Vero, Santi?
El rubio traga saliva, asintiendo con la cabeza.
-Claro, tío. Joder, Roto, sabes que no quería joderte.
-Ya, ya lo sé. Es que me toca los cojones el tema.
Se miran. El Roto y él saben muy bien de qué están hablando. Ambos han vivido el valium en casa y no les gusta nada. Nada en absoluto. Por suerte, está Jam con ellos, que parece ser el único con un poco de cabeza.
-¿Le encontraste el libro, Ciro?
-Cazzo, no. Le di algo mejor... Le di su propio libro.
-¡Y aquí llegó el buen samaritano!
El Roto ríe, Santi se atraganta con la cerveza al intentar contenerse; Jam le palmea la espalda mientras llora de la risa. El viejo chiste, la vieja broma. El bibliotecario que ayuda a la gente.
-¡Su... propio... libro!
-En blanco. Esperando a ser escrito. Le dije que así conseguiría sacarse a sí misma una sonrisa y que tendría que volver a la biblio a enseñármela.
-Joder, Spaghetti, tú sí sabes ligar...
-¿Te vas a callar, Santi? ¡Sa-li-do!
-¡A tu salud!
Brindan todos, entre bromas, y parece que todo vuelve a la normalidad. Santi y Jam inician a discutir vehemente si ir a un concierto de Extremoduro en dos meses, o si mejor ahorrar para irse el verano por Europa con el coche y un diccionario. Sólo el Roto, sentado a su lado, continúa con el tema.
-Te cojo tabaco, compa.
-Lía uno para mí también, anda.
-¿Entonces? ¿Qué ha pasado con la muchacha?
Suspira, y se frota la barba con la mano izquierda, la que tiene el anillo de su sorella. Su hermana.
-Que el libro lo pidió ayer. Y hoy a venido mientras hacía pausa para desayunar.
-¿Momento sacro? ¿Momento Rake?
Raquel. La camarera más guapa del mundo. Su camarera.
-Yep. -Coge el cigarro y lo enciende. Nota la nicotina galopar por su sistema nervioso. Meraviglia.- El caso es que se ha puesto a llorar, Roto. A pedir un amigo.
-Y tú vas a ser ese amigo.
-Cazzo, sí. Si me deja, sí. Tenías que haberle visto la cara, a la pobre. Tenía la mueca de una niña pequeña cuando descubre que la Befana no le ha traído dulces.
-Y, como lloraba porque ha descubierto que no existen los Reyes Magos, tú vas a adoptarla como mascota hasta que aprenda a sonreír.
-Algo por el estilo. Mierda, Artu. Tenías que haberla visto allí. De pie, aferrada a un libro en blanco, esperando por una palabra amable. Llorando en silencio porque alguien le sonreía.
El otro sacude la cabeza, da un trago a la rubia que tiene en el vaso. Fuerte, amarga. Una buena birra.
-¿Entonces? ¿Qué vas a hacer, Ciro?
-Ya te lo he dicho, Roto. Voy a ser el mejor amigo del mundo.
-¿Lo sabe tu madre? ¿O tu abuela? ¿Acaso le has dicho a tu padre nada de todo esto, que no vas a poder ir este verano...? Y menos si tienes este nuevo proyecto entre manos.
-Mira, esas mierdas son cosa mía, capito? Además, llevo siete años sin pisar esa ciudad de locos... No creo que esperasen en serio que regresase este año.
-Ya. Bueno, cada cual con sus mierdas, tío. Sólo procura que no entren cerdos ajenos en el estiércol.
-Te quieres callar de una puta vez...
Beben y fuman en silencio, escuchando la discusión encarnizada de los otros dos -Santi quiere ir sí o sí a ver a "el Rober" y Jam defiende a muerte el viajar hasta desgastar las ruedas del coche-; la canción de fondo.
Ciro incluso empieza a cantar a media voz.
"Now dance, fucker, dance
Man, I never had a chance
And no one even knew
It was really only you
And now you’ll lead the way
Show the light of day
Nice work you did
You’re gonna go far, kid
Trust, deceived!"
-¿Has quedado con ella?
-¿Qué?
Quizá sí va un poco pasado. Demasiada cerveza, demasiadas horas sin dormir, demasiado juego, demasiada maría. Quizá.
-Que si has quedado con la muchacha.
-Ah. Sí, dijimos de vernos mañana otra vez. A las once.
-Uuuh, pobre Rake. Dos días en que no vas a mirarla como un cordero degollado.
-Eh, vabbé, smettila! Es un momento tan bueno como cualquier otro para quedar, Roto.
-¿Cómo se llama?
-¿Qué?
-Joder, Ciro. Que cómo se llama la pava.
Ciro hace memoria. Recuerda que la melena oscura olía a lima y naranja. Que tenía las mejillas levemente sonrosadas, lo pálida que era su piel. Lo oscuro de sus ojos tristes. La voz suave y tímida. El piercing en la nariz, como una marca para aislarse más.
-No lo sé.
-¿Eres su mejor amigo pero no sabes cómo se llama?
-¿Cómo se llama quién?
La discusión ha terminado, y al parecer, sin ganador visible. Llega más cerveza, se lían más cigarros.
-La nueva chica de Ciro.
-Pero mira que eres idiota. No es mi chica.
-¿Y cómo se llama?
Se encoge de hombros.
-No tengo ni idea.
Dos pares de ojos castaños y unos verdes le miran con curiosidad.
Jam, optimista incondicional del grupo, es quien habla por todos.
-¿No sabes cómo se llama la chica? Ciro... Está es tu última locura.
-Sí, lo sé. -Ahí va el cuarto cigarro en menos de media hora. Y él que se había propuesto dejar de fumar. Le gusta demasiado la mala vida.- Pero en ese momento no parecía importante, raga. No tanto como hacerle enteder que podía contar conmigo, capito? Lo necesitaba desesperadamente.
El Roto sonríe de medio lado, ganándole el mechero por la mano.
-La próxima vez, tráetela y no quedes con ella a solas, capullo.
-Que os jodan.
Santi se ofende al saber que han vuelto a quedar. Jam se ríe como sólo él se ríe; fuerte, sincero, contagioso. Ciro se ríe con él.
-¡Eso no se hace, Spaghetti! ¡No puedes acapararla también a ella! ¡No hay derecho!
-Fanculo! Fanculo, raga!
-¡Más cerveza, aquí al fondo! ¡Fría y rubia! ¡Nuestro amigo ha ligado!
-¡No hay derecho!
Y por encima de las bromas de sus amigos, de las risas, del humo de los cigarros, Ciro oye a Jam mascullarle entre dientes.
-Suerte, compa.
Grazie, piensa. Porque la voy a necesitar. Voy a darlo todo para conseguir esa sonrisa.
Fuma, bebe un largo trago de cerveza helada.
Y sonríe, para sí mismo.
Tienen razón. Es una locura.
Justo su hobby preferido. Cometer locuras.
"You’re gonna go far, kid!"
You’re gonna go far, kid!"
Suena The Offspring por los altavoces, la cerveza fría ayuda a pasar el calor. Y a que las risas sean más claras y un poco más fuertes.
Vuelve a mirar las cartas que tiene en la mano, alejado de todo. Sin escuchar las voces de sus amigos.
-¡SPAGHETTI!
-Cazzo!
Salta en la silla, luego ríe con los demás. La risa fuerte y contagiosa de Jaime, uno de sus grandes amigos, le hace volver a la tierra.
-Dios, Ciro, ¡estás ido!
Su compañero de juego se lamenta. Ya pierden tres a cero.
-Eh, que no es mi culpa. Eres tú quien reparte como el culo, Santi.
Vuelven a reír. Pero Jaime se le queda mirando. Se revuelve en la silla, incómodo. Empieza a liar un cigarrillo para calmarse. Los ojos castaños de su amigo no le dan un segundo de respiro.
-¿Qué?
-Eso digo yo, Ciro. Que qué te cuentas para estar en las nubes, zorrón.
Pone los ojos en blanco.
-Absolutamente nada.
-Déjalo, Jam. ¿No ves que va fumadísimo?
La voz de Santi le llega lejana. No es cierto que vaya tan pasado. Sólo se ha hecho dos en todo el día. Ni siquiera se los ha fumado seguidos. Y uno no era verde.
La voz profunda de Arturo le rescata.
-Calla, Santi. Que el que va hasta el culo eres tú, coño. Que ya llevas dos litros encima.
Le dedica una sonrisa a Arturo. El Roto, que le llaman ellos. Roto por toda la mierda que ha tenido que tragar en sus veintitres años de vida; roto como los huesos de su madre tras las palizas de su padre; roto como su infancia; roto como su rostro marcado por una cicatriz desde la sien derecha hasta el ojo que casi lo dejó ciego; roto como la voz cansada y vieja a pesar de sus pocos años.
-No voy fumado, Roto.
-Lo sé. Pero -le alarga un mechero y le coge un puñado de tabaco- tienen razón, tío. A ti te pasa algo.
-¿Es la camarera? ¿La buenorra de la cafe del parque? ¿Te la has tirado?
Dedica una mirada sombría a Santi.
-Eres un puto salido, Santi. ¿Lo sabías?
-Ya. ¿Pero te la has tirado?
Se para el juego, las cartas quedan en la mesa. Un largo trago a la cerveza, un gesto para pedir otra. Jaime le imita.
-No, no es la camarera, cerdo.
-¿Entonces?
-Tíos, ¿en serio...?
Jam le interrumpe, serio.
-Sí, has tenido tiempo para evitar el tema. Te jodes, Spaghetti.
Suspira.
-Esta mañana ha venido una chica a hablar conmigo.
-Y te la has tirado.
-¿Quieres dejar el maldito tema? Sigue, Ciro.
-Grazie. ¿Adivináis que libro buscaba?
-¡Historia de O!
El Roto le da una colleja a Santi, mientras se lo piensa. Jaime está en silencio, pero le dedica una sonrisa a la camarera que trae las nuevas cervezas. Es una antigua compañera de trabajo. Mejor dicho, él es el antiguo compañero allí, el ex-empleado que lleva a sus amigos al bar de toda la vida.
-¿Asimov?
Niega con la cabeza. Roto es un forofo de Tolkien, pero le da a la ciencia-ficción. En parte es culpa suya, harto de oír hablar sólo de elfos guerreros, hobbits a dieta, enanos sin montaña y monstruos con joyas. Pero no se quejará, su amigo ha encontrado un gran refugio en los robots. Diavolo, si hasta se ha metido a estudiar mecánica.
-Nah. No lo adivinaréis.
-Psicoanálisis. O Shakespeare.
-Eres un tramposo, Jam. Sólo tienes una oportunidad. Y has fallado, idiota. -Aspira el humo del cigarro y lamenta seriamente no tener un poco de hierba. Ahora mismo se apalancaría un porro bien cargado.- Cito textualmente, "un libro para aprender a sonreír".
-¿A sonreír? Si está deprimida, ¿por qué no va a un médico?
-¿Para engancharse a pastillas y estar muerta en vida? ¿Eres gilipollas?
-Artu... -Le aprieta el hombro, miándolo fijamente.- Santi no quería decir eso, Artu. Es sólo que no pensaba lo que decía. ¿Vero, Santi?
El rubio traga saliva, asintiendo con la cabeza.
-Claro, tío. Joder, Roto, sabes que no quería joderte.
-Ya, ya lo sé. Es que me toca los cojones el tema.
Se miran. El Roto y él saben muy bien de qué están hablando. Ambos han vivido el valium en casa y no les gusta nada. Nada en absoluto. Por suerte, está Jam con ellos, que parece ser el único con un poco de cabeza.
-¿Le encontraste el libro, Ciro?
-Cazzo, no. Le di algo mejor... Le di su propio libro.
-¡Y aquí llegó el buen samaritano!
El Roto ríe, Santi se atraganta con la cerveza al intentar contenerse; Jam le palmea la espalda mientras llora de la risa. El viejo chiste, la vieja broma. El bibliotecario que ayuda a la gente.
-¡Su... propio... libro!
-En blanco. Esperando a ser escrito. Le dije que así conseguiría sacarse a sí misma una sonrisa y que tendría que volver a la biblio a enseñármela.
-Joder, Spaghetti, tú sí sabes ligar...
-¿Te vas a callar, Santi? ¡Sa-li-do!
-¡A tu salud!
Brindan todos, entre bromas, y parece que todo vuelve a la normalidad. Santi y Jam inician a discutir vehemente si ir a un concierto de Extremoduro en dos meses, o si mejor ahorrar para irse el verano por Europa con el coche y un diccionario. Sólo el Roto, sentado a su lado, continúa con el tema.
-Te cojo tabaco, compa.
-Lía uno para mí también, anda.
-¿Entonces? ¿Qué ha pasado con la muchacha?
Suspira, y se frota la barba con la mano izquierda, la que tiene el anillo de su sorella. Su hermana.
-Que el libro lo pidió ayer. Y hoy a venido mientras hacía pausa para desayunar.
-¿Momento sacro? ¿Momento Rake?
Raquel. La camarera más guapa del mundo. Su camarera.
-Yep. -Coge el cigarro y lo enciende. Nota la nicotina galopar por su sistema nervioso. Meraviglia.- El caso es que se ha puesto a llorar, Roto. A pedir un amigo.
-Y tú vas a ser ese amigo.
-Cazzo, sí. Si me deja, sí. Tenías que haberle visto la cara, a la pobre. Tenía la mueca de una niña pequeña cuando descubre que la Befana no le ha traído dulces.
-Y, como lloraba porque ha descubierto que no existen los Reyes Magos, tú vas a adoptarla como mascota hasta que aprenda a sonreír.
-Algo por el estilo. Mierda, Artu. Tenías que haberla visto allí. De pie, aferrada a un libro en blanco, esperando por una palabra amable. Llorando en silencio porque alguien le sonreía.
El otro sacude la cabeza, da un trago a la rubia que tiene en el vaso. Fuerte, amarga. Una buena birra.
-¿Entonces? ¿Qué vas a hacer, Ciro?
-Ya te lo he dicho, Roto. Voy a ser el mejor amigo del mundo.
-¿Lo sabe tu madre? ¿O tu abuela? ¿Acaso le has dicho a tu padre nada de todo esto, que no vas a poder ir este verano...? Y menos si tienes este nuevo proyecto entre manos.
-Mira, esas mierdas son cosa mía, capito? Además, llevo siete años sin pisar esa ciudad de locos... No creo que esperasen en serio que regresase este año.
-Ya. Bueno, cada cual con sus mierdas, tío. Sólo procura que no entren cerdos ajenos en el estiércol.
-Te quieres callar de una puta vez...
Beben y fuman en silencio, escuchando la discusión encarnizada de los otros dos -Santi quiere ir sí o sí a ver a "el Rober" y Jam defiende a muerte el viajar hasta desgastar las ruedas del coche-; la canción de fondo.
Ciro incluso empieza a cantar a media voz.
"Now dance, fucker, dance
Man, I never had a chance
And no one even knew
It was really only you
And now you’ll lead the way
Show the light of day
Nice work you did
You’re gonna go far, kid
Trust, deceived!"
-¿Has quedado con ella?
-¿Qué?
Quizá sí va un poco pasado. Demasiada cerveza, demasiadas horas sin dormir, demasiado juego, demasiada maría. Quizá.
-Que si has quedado con la muchacha.
-Ah. Sí, dijimos de vernos mañana otra vez. A las once.
-Uuuh, pobre Rake. Dos días en que no vas a mirarla como un cordero degollado.
-Eh, vabbé, smettila! Es un momento tan bueno como cualquier otro para quedar, Roto.
-¿Cómo se llama?
-¿Qué?
-Joder, Ciro. Que cómo se llama la pava.
Ciro hace memoria. Recuerda que la melena oscura olía a lima y naranja. Que tenía las mejillas levemente sonrosadas, lo pálida que era su piel. Lo oscuro de sus ojos tristes. La voz suave y tímida. El piercing en la nariz, como una marca para aislarse más.
-No lo sé.
-¿Eres su mejor amigo pero no sabes cómo se llama?
-¿Cómo se llama quién?
La discusión ha terminado, y al parecer, sin ganador visible. Llega más cerveza, se lían más cigarros.
-La nueva chica de Ciro.
-Pero mira que eres idiota. No es mi chica.
-¿Y cómo se llama?
Se encoge de hombros.
-No tengo ni idea.
Dos pares de ojos castaños y unos verdes le miran con curiosidad.
Jam, optimista incondicional del grupo, es quien habla por todos.
-¿No sabes cómo se llama la chica? Ciro... Está es tu última locura.
-Sí, lo sé. -Ahí va el cuarto cigarro en menos de media hora. Y él que se había propuesto dejar de fumar. Le gusta demasiado la mala vida.- Pero en ese momento no parecía importante, raga. No tanto como hacerle enteder que podía contar conmigo, capito? Lo necesitaba desesperadamente.
El Roto sonríe de medio lado, ganándole el mechero por la mano.
-La próxima vez, tráetela y no quedes con ella a solas, capullo.
-Que os jodan.
Santi se ofende al saber que han vuelto a quedar. Jam se ríe como sólo él se ríe; fuerte, sincero, contagioso. Ciro se ríe con él.
-¡Eso no se hace, Spaghetti! ¡No puedes acapararla también a ella! ¡No hay derecho!
-Fanculo! Fanculo, raga!
-¡Más cerveza, aquí al fondo! ¡Fría y rubia! ¡Nuestro amigo ha ligado!
-¡No hay derecho!
Y por encima de las bromas de sus amigos, de las risas, del humo de los cigarros, Ciro oye a Jam mascullarle entre dientes.
-Suerte, compa.
Grazie, piensa. Porque la voy a necesitar. Voy a darlo todo para conseguir esa sonrisa.
Fuma, bebe un largo trago de cerveza helada.
Y sonríe, para sí mismo.
Tienen razón. Es una locura.
Justo su hobby preferido. Cometer locuras.
"You’re gonna go far, kid!"
12 jul 2013
2- Pausa para fumar
11:00 a.m.
Lagrimea un poco, la luz del ordenador le hace daño. Bosteza, apagando la pantalla.
Basta por ahora.
Un vistazo rápido a la biblioteca. Desde su mesa controla bastante bien el lugar: es una sala grande, con diez mesas a cada lado, separadas por estanterías; y cuatro salas de estudio al final. También hay una especie de dúplex con sillones y periódicos. Es una buena biblioteca. Los universitarios la prefieren a la de la facultad. Quizá porque es más acogedora. O porque el ambiente es más... libre.
No hay profesores.
No hay miradas vigilantes.
No hay fechas de exámenes colgadas en las paredes.
O quizá porque justo enfrente hay un pequeño parque con una cafetería en la que hacen los mejores cafés de la ciudad y tiene a la camarera más simpática del mundo.
O -le gusta pensar que sus compañeros tienen razón-, porque en esa biblioteca se ayuda a la gente. No ayudar como lo haría un bibliotecario normal. No. En su biblioteca se ayuda a las personas de verdad. Se les ayuda a sentir, a pensar, a soñar. Se les ayuda a vivir.
-¿Sales?
Se gira. Lucía, su compañera los lunes y miércoles por la mañana, le sonríe. Le devuelve la sonrisa. Le cae realmente bien esa muchacha, rubia como el trigo y de ojos grises como el cielo que se nubla. Le recuerda a su hermana pequeña.
-Eh, già! Si no como algo puedo caerme al suelo.
-¿Otra vez sin desayunar, Spaghetti?
Asiente con la cabeza mientras se pone en pie, una mano cogiendo el chaleco, la otra buscando el tabaco de liar. Después de todos los años que lleva allí, le sigue haciendo gracia que le llamen así. Y eso, que hace mucho que no pisa Italia.
Agita el paquete de tabaco como excusa y como saludo, mientras sale de la biblioteca. Después de la luz cegadora del ordenador, es refrescante salir a la calle. El cielo hoy es tan gris como los ojos de su compañera.
-¡Hey, puntual como siempre!
Sonríe, sentado en una mesa de la terraza de la pequeña cafetería. Es una cafetería muy... Muy simpática, si se puede clasificar así un lugar. A él sólo se le ocurre describirla en italiano. Carina. Decorada con posters de música; el reloj de pared que es un vinilo de los Sex Pistols, un par de sofás en una esquina. Las guitarras apoyadas contra la pared por si alguien se arranca a tocar. El café italiano, la música rock, la cocina ligera y sabrosa. Y la camarera siempre con una sonrisa.
-¿Me he perdido alguna cita, cara?
-¡Ja! ¿Lo de siempre?
-Per favore.
Empieza a liar un cigarro, con calma, observando cómo la muchacha prepara su desayuno mientras atiende al resto de clientes.
Sonríe a medias, perdido en sus pensamientos.
Y una chiquilla se detiene frente a él.
La mira, curioso. Cabello oscuro y largo, jeans, camiseta negra, pulseras de colores. Ojos muy, muy oscuros. Tiene pecas en la nariz, decorada con un septum pequeñito.
-Eres el bibliotecario.
Alza una ceja. Ella no se mueve. Tiene un libro en las manos, y parece un poco nerviosa. ¿No la ha visto antes?
-Eres el bibliotecario.
Lo repite, como para asegurarse que no se ha equivocado de persona.
-Sí, ¿por qué?
-Fui ayer a última hora a hacerte una consulta. No sé si lo recordarás...
Le viene en ese momento a la cabeza; mientras la camarera le trae el capuccino y un cruasán de mermelada que pide todas las mañanas y se va con rapidez a seguir anotando pedidos.
-Grazie, cara. Sí, recuerdo que pedías un libro de autoayuda. ¿No te ha servido?
La joven se muerde el labio, tamborileando los dedos sobre las tapas beige del libro.
-Es que...
-¿Te importa que desayune mientras?
Ella niega con la cabeza y parece armarse de valor. Ciro muerde el cruasán y le sonríe, atento.
-Me has dado el libro equivocado... Yo busco uno para aprender a sonreír.
Ciro sonríe, divertido. Tiene el cigarro -rubio de liar, que huele ligeramente a vainilla- entre los labios, sin encender. Le brillan los ojos.
-¿Y no piensas que te pueda ayudar el que te he dado?
-Es que... ¡Está en blanco!
-Pues claro. Está esperando que lo escribas. Así verás que tu vida, como todas, tiene buenos y malos momentos y que sólo tú puedes decidir cómo te afectan. Y cuando comprendas eso, la sonrisa más grande del mundo se pintará en tu cara. Y entonces tendrás que venir a visitarme para que yo la vea.
Mientras ve como las emociones pasan por el rostro de ella, se pone en pie, derretido, y abraza a la muchacha.
-Eh, eh. No hace falta llorar, cara. ¿Quieres desayunar?
Ella niega con la cabeza, sin devolver el abrazo.
-Quiero un amigo.
El susurro hace que olvide el café que ya está frío.
-Pues lo has encontrado. Mi chiamo Ciro, y soy tu amigo.
-¡Pero tú eres el bibliotecario!
-Y también puedo ser el mejor amigo del mundo, si me dejan.
1- ¡La biblioteca abre!
Son las ocho de la mañana.
El sol sigue oculto, el despertador suena. Vuela un
cojín, certero, y el reloj deja de escucharse. Pero el sueño ya se ha ido, los
músculos poco a poco piden que se ponga en pie; la primera dosis de café –café
fuerte, oscuro, que siempre le envía la mamma.
Bosteza, acaricia el lomo gris de Roald; gato narcisista que se cree tigre, y, como cada mañana;
inicia su rutina.
Termina de lavarse los dientes, se pone los vaqueros
rotos y el chaleco. Acaricia como de pasada los tres pendientes que lleva en la
oreja izquierda y se sonríe al espejo.
-¿Y bien? ¿A quién vas a ayudar hoy?
Las llaves tintinean cuando las saca del bolsillo. La
larga cadena impide que se caigan al suelo. Chasquea la lengua, como todas las
mañanas. Y, también como todas las mañanas, se repite a media voz que tiene que
cambiar la cerradura cuando la llave se atasca.
Abre la puerta, coge aire. Es uno de sus momentos
preferidos del día.
La biblioteca aún no está abierta al público; y en el
aire flota ese olor a libro que le hace perder la cabeza. No sabría, ni después
de tantos años, como definirlo. Quizá la única palabra sea “hogar”.
-Eh, vabbé!
Se pone en marcha. Enciende el ordenador, las luces, el
aire acondicionado. Comprueba que mesas y sillas están en orden; que las
estanterías contienen a todos sus tesoros. Sonríe. Conecta el móvil al
ordenador, prepara los auriculares. Se quita el chaleco, lo deja en la silla;
cuadra los hombros.
Va otra vez hacia la entrada y observa su reflejo en las
puertas de cristal. Antes de que se le olvide, conecta la alarma. Vuelve a mirarse, se saca la lengua.
-Dai, sbrigati! Sono le nove!
Son las nueve de la mañana.
La biblioteca abre.
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